
Opinión
El mundo es multibélico, no multipolar
La paradoja de los 61 conflictos de una comunidad internacional en metástasis

La Segunda Guerra Mundial provocó una hecatombe de entre 85 millones de muertos, según la ONU (20 millones de soldados y 60-65 de civiles), y 100 millones, según «National Geographic». En contraste, de 1945 hasta hoy, la suma de todas las víctimas de todos los conflictos posteriores –incluyendo Corea, Vietnam, Irak o las guerras civiles en Líbano y Siria, por citar solo algunos– apenas supera el 5% de aquel total.
El orden mundial surgido en 1945, apuntalado por la doctrina de la Destrucción Mutua Asegurada (MAD) y una disuasión armada permanente, ha sido en gran medida responsable de que el mundo no se autoaniquilase. Esto provoca una sensación de sentimientos encontrados, similar a la que definía el genial cómico angloamericano Henny Youngman: «Ver cómo se despeña tu suegra en tu flamante Cadillac».
Por una parte, hemos conseguido reducir dramáticamente el número de víctimas de la innata tendencia humana a la guerra; por otra, hemos multiplicado casi exponencialmente el número de conflictos. Esta es, precisamente, la gran paradoja de los conflictos del siglo XXI. Mientras podemos aplaudir la drástica reducción de pérdida de vidas humanas, sería, sin embargo, inmoral cantar victoria ante la bestialidad, la crueldad y la expansión de los 59 a 61 conflictos que hoy despedazan las entrañas mismas de la humanidad. Conflictos que muy bien podrían ser las chispas que inicien un apocalíptico incendio global de guerras regionales que, finalmente, acaben siendo mundiales.
La conclusión: del caos crónico a la conflagración global
La paradoja que acabamos de describir no es una mera figura retórica; es la realidad estadística, fría y aterradora, que define nuestra era. Durante las últimas dos décadas, hemos vivido bajo la influencia de una corriente de pensamiento, popularizada por académicos como Steven Pinker, que nos aseguraba que, gracias a la Ilustración, la razón y el comercio, la violencia humana estaba en un declive histórico e irreversible. Los datos de la Segunda Guerra Mundial, comparados con la era post 1945, parecían confirmar esta tesis optimista.
Sin embargo, esta complacencia nos ha hecho ciegos a una mutación mucho más sutil y peligrosa del conflicto. Hemos confundido la ausencia de una Tercera Guerra Mundial con la paz. La realidad, documentada meticulosamente por instituciones como el Uppsala Conflict Data Program (UCDP), es que en 2024 el mundo registró 61 conflictos armados estatales activos. Esta no es una cifra cualquiera: es el récord histórico, el número más alto desde que comenzaron las mediciones en 1946. Lo que estamos presenciando no es la paz, sino la metástasis de la guerra. El cáncer del conflicto ha dejado de ser un tumor único y masivo (como la Segunda Guerra Mundial) para convertirse en docenas de tumores más pequeños, extendidos por todo el cuerpo geopolítico, que consumen regiones enteras sin que el mundo preste demasiada atención.
La politóloga Mary Kaldor acuñó el término «Nuevas Guerras» para describir lo que vemos hoy: conflictos librados por una mezcla de actores estatales y no estatales (milicias, grupos terroristas, cárteles de la droga, señores de la guerra), financiados por redes criminales globales, que no buscan la victoria militar clásica, sino el control de poblaciones a través del terror y el astronómico beneficio económico.
Estos 61 conflictos son, en su mayoría, «nuevas guerras». Son guerras civiles, insurgencias, campañas antiterroristas y guerras contra el crimen organizado que se han vuelto endémicas. Hemos evitado el holocausto nuclear, pero hemos aceptado un estado de guerra perpetua como el «ruido de fondo» de la civilización.
Anatomía del incendio: los 8 focos potencialmente apocalípticos
Para entender la gravedad de la situación, debemos diseccionar el mapa del horror. Aunque el número 61 es alarmante por su extensión, la intensidad se concentra en un núcleo de conflictos que demuestran una letalidad que rivaliza con las guerras tradicionales. Los informes de ACLED y UCDP, actualizados a 2025, identifican ocho «guerras mayores», definidas como aquellas que causan más de 10.000 muertes directas al año. Estos ocho conflictos no son homogéneos; cada uno representa un tipo diferente de fracaso del orden internacional:
1. El regreso de Clausewitz (guerra convencional). La guerra ruso-ucraniana (más de 77.000 muertes solo en 2024, el total se calcula unos 250.000 militares rusos muertos; casi 100.000 militares y 15.000 civiles ucranianos frente a 394 civiles rusos muertos) es el fantasma del siglo XX regresado a Europa. Es una guerra industrial, de trincheras, artillería y soberanía territorial, que ha destrozado la ilusión de la «paz perpetua» kantiana en el continente.
2. El fracaso del Estado. La guerra civil en Sudán (más de 16.500 muertes anuales) es una lucha hobbesiana, una guerra de todos contra todos por el control de los despojos de un Estado fallido entre los rebeldes de las RSF (las implacables y brutales Rapid Support Forces) contra las Fuerzas Armadas sudanesas, con 28.700 víctimas (podrían ser hasta 70.000) de las que 8.000 son civiles. Esta es una de las peores y más ignoradas crisis humanitarias del planeta.
3. El conflicto crónico. El conflicto Israel-Palestina, reencendido con una virulencia sin precedentes desde 2023 (más de 30.000 muertes en 2024), es el arquetipo del conflicto moderno. Combina una guerra convencional (Israel), acciones terroristas (Hamás) y una guerra «proxy» terrorista regional (Irán, Hizbulá, hutíes o las milicias terroristas proiraníes de Irak), amenazando con arrastrar a todo Oriente Medio.
4. La metástasis yihadista (guerra transnacional). El terrorismo en el Sahel (más de 20.000 muertes en 2024) no es una guerra en un país, se extiende por una docena de naciones (Burkina Faso, Mali, Níger, Chad...). Es la guerra contra actores terroristas no estatales (IPSWA-DAECH; Al Qaeda; Boko Haram) que borra las fronteras coloniales y florece en el vacío de poder.
5. El infierno de la guerra civil en Myanmar (más de 19.000 muertes al año) es una de las «guerras olvidadas» por excelencia.
6. Las guerras de los Grandes Lagos africanos (República Democrática del Congo; Ruanda, Burundi). Las cifras desde su inicio son espeluznantes: 662.000 tutsis asesinados en el intento de su genocidio en 1994, la segunda guerra del Congo 5,4 millones de muertos; la interminable guerra de los Grandes Lagos africanos ha causado 2,6 millones de víctimas. Son conflictos crónicos (desde 1948 y 1996, respectivamente) alimentados por divisiones étnicas, pero, sobre todo, por el control de vastos recursos minerales que Occidente y China necesitan para sus revoluciones tecnológicas.
7. El colapso de la civilización (guerra étnica): El conflicto civil en Etiopía, aunque la guerra principal de Tigray ha amainado, sigue generando focos de violencia masiva (más de 10.000 muertes en 2024) en regiones como Amhara y Oromía, demostrando la fragilidad de los Estados multiétnicos.
8. El narcoestado y el narcoterrorismo (la guerra del siglo XXI). La guerra contra las drogas en México (más de 11.000 muertes anuales) sin olvidar Colombia con sus narcoterroristas y brutales carteles de la droga, o la narcodictadura venezolana. Esta es la nueva tipología de conflicto. No es ideológica ni religiosa; es una guerra por el control de rutas y mercados librada por cárteles que poseen una potencia de fuego superior a la de muchos ejércitos nacionales. Es el síntoma de una soberanía estatal carcomida desde dentro.
La anestesia a la metástasis
Si los ocho conflictos mayores son los incendios que acaparan los titulares, el verdadero peligro de la paradoja del siglo XXI reside en los otros 53 conflictos. Es en esta «larga cola» de la violencia donde vemos la verdadera metástasis.
El siguiente escalón, las «Guerras» (entre 1.000 y 9.999 muertes anuales), revela cómo la inestabilidad se ha vuelto crónica. Aquí encontramos las guerras que fueron mayores y ahora se han normalizado: la guerra civil siria (casi 9.000 muertes en 2025) y la guerra civil yemení (más de 2.400 muertes) no están resueltas; simplemente se han cronificado. Son heridas abiertas que siguen supurando.
En África, la guerra civil somalí (más de 9.000 muertes) sigue activa contra Al Shabaab tres décadas después, y la insurgencia de Boko Haram en Nigeria (casi 2.000 muertes) persiste.
Pero es en las Américas donde la «nueva guerra» criminal muestra su rostro más aterrador. La crisis en Haití (más de 5.600 muertes) es un colapso estatal total, un escenario postapocalíptico donde las pandillas son el único «gobierno». El contagio ha llegado a Ecuador (más de 3.100 muertes), que ha tenido que declarar un «conflicto armado interno» contra las bandas. Y en Colombia (más de 2.200 muertes), la fallida paz con las FARC y el ELN nació muerta, ya que siguen controlando vastos territorios de Colombia financiándose con el narcotráfico.
Esta proliferación de conflictos de media y baja intensidad es el resultado directo de lo que el profesor Joseph Nye llamó la «difusión del poder». En el siglo XXI, el poder se ha desplazado no solo entre Estados (de Occidente a Oriente), sino, de manera más crucial, de los Estados a los actores no estatales. Hoy, un grupo terrorista, un cártel o una milicia pueden adquirir drones, armas sofisticadas y redes de financiación global con una facilidad impensable hace treinta años.
El resultado es un mundo con 61 conflictos donde, aunque la mayoría no amenaza con el apocalipsis nuclear, sí crean vastas zonas de anarquía. Son estos «espacios ingobernados» –el Sahel, la selva colombiana, no pocas regiones de México, la casi totalidad de Puerto Príncipe entre otros muchos– los que actúan como prolíficas placas de Petri para el terrorismo, el crimen organizado y la inestabilidad.
La conclusión: del caos crónico a la conflagración global
Aquí volvemos a la advertencia inicial de nuestra introducción: estas 61 «chispas» no están aisladas. Nos hemos anestesiado ante un mundo que arde a fuego lento pero intenso. Esta es la perfecta y terrible contradicción de las nuevas guerras.
El verdadero peligro de esta metástasis es que estos conflictos locales se están convirtiendo, cada vez más, en los tableros de ajedrez de la nueva competición entre grandes potencias. El mundo no es multipolar ni unipolar; es, si me permiten la auto cita, «multibélico».
El orden de 1945 daba prioridad a la estabilidad entre grandes potencias por encima de todo, ha muerto. El resultado no ha sido la estabilidad geopolítica, sino un caos crónico. Hemos cometido el irreparable error de haber aceptado la metástasis de 61 conflictos como el precio a pagar por evitar la guerra total, sin comprender que son el perfecto caldo de cultivo para la próxima conflagración global.
La broma de Henny Youngman sobre la suegra y el Cadillac ha perdido toda su gracia. Ya no estamos viendo cómo se despeña el coche; estamos descubriendo, demasiado tarde, que todos viajamos en él.
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