Guerra en Europa
Polonia hace frente a la guerra invisible del Kremlin
Varsovia ha sufrido una intensa campaña de desestabilización rusa que ha elevado la alarma a niveles no vistos desde 2022
Polonia intenta convivir con la certeza incómoda de que la guerra ya no está solo al otro lado de la frontera, sino que se ha instalado en su territorio en forma de explosiones selectivas, drones que cruzan el cielo, incendios sospechosos, ciberataques, campañas de odio en redes y un goteo de operaciones encubiertas que no buscan destruir infraestructuras, sino algo más profundo, crear la sensación de que ningún espacio es seguro.
Varsovia lo llama sin rodeos guerra psicológica y los últimos episodios han elevado la alarma a niveles no vistos desde 2022. El detonante volvió a ser una vía férrea. Hace unos días, una explosión dañó un tramo de la línea que une Varsovia con Lublin, pieza clave para los transportes militares hacia Ucrania. La detonación no produjo víctimas gracias a que el maquinista detectó a tiempo la deformación de las vías, pero el mensaje fue evidente. El ministro de Exteriores, Radoslaw Sikorski, fue rotundo y aseguró que no se trató de un sabotaje más, sino de "terrorismo de Estado" en una operación cuyo objetivo era provocar muertos.
Las autoridades polacas identificaron en menos de 72 horas a los sospechosos, dos ciudadanos ucranianos con vínculos acreditados con los servicios rusos. Según Varsovia, ambos se habrían desplazado a Polonia desde Bielorrusia y huyeron del país por el mismo punto tras colocar los explosivos. La fiscalía habla de espionaje, peligro para el tráfico ferroviario y uso de material explosivo mientras el Gobierno ha pedido formalmente su extradición a Minsk, aunque nadie en Varsovia confía en recibir respuesta.
Guerra de desgaste psicológico
La reacción política fue inmediata. Polonia cerró el último consulado ruso operativo en el país, el de Gdansk, y activó la Operación Horizonte, un despliegue sin precedentes en tiempos de paz: 10.000 soldados, reservistas y agentes protegerán infraestructuras esenciales, nudos logísticos, estaciones, depósitos energéticos y nodos digitales ante la posibilidad de nuevos ataques. El ambiente recuerda a las medidas antiterroristas adoptadas en Europa tras los atentados del 11-S, pero con una diferencia clave: esta vez, la amenaza procede de un Estado con capacidad militar y voluntad explícita de desbordar las fronteras de la OTAN.
No es un episodio aislado. El fuego que arrasó un gran centro comercial en Varsovia el año pasado, los incendios en fábricas, los sabotajes menores y la detención de decenas de sospechosos de colaborar con Rusia han tejido un patrón inquietante. Lo mismo ocurre con los drones que en los últimos meses obligaron a cerrar temporalmente aeropuertos en Alemania, Dinamarca, Bélgica, Noruega, Letonia y Polonia.
Ningún gobierno lo ha dicho abiertamente, pero en las capitales europeas nadie cree que se trate de coincidencias técnicas. Los analistas polacos hablan de una "guerra de desgaste psicológico". Es un concepto que Varsovia utiliza cada vez con más frecuencia y que se refiere a acciones pequeñas, baratas, difíciles de atribuir en tiempo real y cuyo valor principal no es destruir nada, sino minar la confianza del país.
Los servicios de inteligencia polacos han detectado un aumento de dos líneas de acción: actos "cinéticos", como ataques a vehículos con matrícula ucraniana o vandalismo en murales antibelicistas y una ofensiva masiva en redes sociales destinada a inflamar el sentimiento antiucraniano y presentar a los refugiados como una amenaza interna. Todo con el objetivo de introducir en la conversación pública la idea de que apoyar a Kiev cuesta demasiado, que la guerra se cuela en el día a día y que mantener el frente oriental unido no merece el riesgo. Es una estrategia clásica del Kremlin que ya no busca convencer, sino confundir o que no pretende dividir desde fuera, sino provocar que las sociedades europeas se dividan solas.
Puerta logística hacia Ucrania
En este terreno, Polonia es un objetivo prioritario. Es la puerta logística hacia Ucrania, el país que más armas ha enviado proporcionalmente y la frontera de la OTAN más cercana al frente ruso-bielorruso. Moscú lo sabe y percibe que la cohesión polaca empieza a mostrar fisuras. El Gobierno de Donald Tusk mantiene una línea férrea de apoyo a Kiev, pero la polarización interna y el avance del discurso nacionalista han creado un caldo de cultivo que Rusia intenta explotar.
Cada ataque que parece cometido por ucranianos, aunque estén vinculados al espionaje ruso, dispara la desinformación en redes con oleadas de mensajes falsos, teorías conspirativas y un relato que busca instalar la idea de que los refugiados son un riesgo mayor que el propio Kremlin. La guerra psicológica funciona precisamente así porque no pretende derribar un puente, sino generar la impresión de que cualquiera de ellos puede caer. No necesita penetrar los sistemas informáticos de un aeropuerto, basta con que un dron fuerce a cerrar una pista durante media hora.
Según la inteligencia europea, Rusia ha pasado de depender de diplomáticos infiltrados a subcontratar tareas de sabotaje a individuos reclutados por Telegram, pagados en criptomonedas y sin plena conciencia de quién está detrás. El Kremlin, por supuesto, lo niega todo. Dmitri Peskov, portavoz de Putin, habla de "rusofobia" y acusa a Varsovia de ver la mano rusa en cualquier incidente y de ahí que Moscú haya anunciado represalias diplomáticas o la reducción de la presencia polaca en Rusia; una respuesta que confirma el deterioro total de las relaciones entre ambos países.
En Varsovia nadie se hace ilusiones. Vivir en la frontera de una guerra híbrida se ha vuelto rutina y las decisiones recientes, como el cierre del consulado o las alertas constantes, revelan un esfuerzo creciente por blindar a la sociedad frente a la confusión que Moscú intenta sembrar.