Escalada en Oriente Medio
Todos los caminos de la «guerra de los siete frentes» llevan a Irán
El régimen de Teherán abre una confrontación simultánea contra Israel y Occidente a través de sus fuerzas «proxy» repartidas en el tapete de Oriente Medio
Todos los caminos de la «guerra de los siete frentes», así la bautizó el ministro israelí de Defensa Yoav Gallant, conducen a Irán. La matanza terrorista de Hamás el 7 de octubre pasado en suelo israelí abrió el telón al ensayo general de una guerra total por interposición dirigida desde Teherán. Aunque pergeñándose lentamente, la guerra que conducen las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) desde hace más de cien días en la Franja de Gaza ha activado de manera simultánea a toda una pléyade de fuerzas «proxy» financiadas y entrenadas por Irán y repartidas por Líbano, Cisjordania, Irak, Siria, Yemen, Bahréin y la propia Gaza contra los intereses de Israel, Estados Unidos y sus aliados.
Son los peones de la República Islámica de Irán, la potencia del islam chií –minoritario en la región–, al servicio de su deseo de incrementar poder e influencia en el mundo árabe. Más allá de la cuestión religiosa, porque la autocracia nacida de la Revolución Islámica de 1979 está detrás tanto de grupos suníes palestinos como Hamás o Yihad Islámica como chiíes, les une a todos ellos el pegamento del odio a Occidente y sus valores y el deseo nada disimulado de eliminar al Estado de Israel, eje de la propaganda del régimen de los ayatolás hacia su parroquia interna y las opiniones públicas del mundo islámico.
A la cabeza de todas estas fuerzas armadas se encuentra la libanesa Hizbulá, la más antigua y poderosa de las milicias –también partido político factor clave y decisorio en la vida política del pequeño Estado levantino– apoyadas por Irán. La organización dirigida por Hasan Nasralah, que presume ante el mundo islámico de haber sido la única fuerza capaz de doblegar a Israel en 2006, fue la primera en atacar directamente a «la entidad sionista» cuando las FDI comenzaron su ofensiva antiterrorista en Gaza el 8 de octubre. Desde entonces los ataques –y las respuestas de las fuerzas israelíes– no han cesado a un lado y otro de la frontera israelo-libanesa.
Pero la preocupación mayor en estos momentos viene del mar Rojo. Los hutíes, grupo insurgente que desde 2014 combate por hacerse con el control total de Yemen –el apoyo de Teherán ha permitido resistir con éxito la intervención militar internacional comandada por Arabia Saudí– se han unido a la guerra en solidaridad con Hamás a su forma: atacando buques comerciales israelíes –o vinculados a este país– que transitan por el mar rojo una de las principales arterias mundiales los bombardeos de la milicia apoyada por Teherán han provocado ya serias disrupciones en el comercio marítimo internacional.
Irán también apoya a grupos islamistas suníes en Gaza y Cisjordania como Hamás, autora de la masacre del 7 de octubre y en control político total de la Franja desde 2006, y la Yihad Islámica. La influencia de Irán en Siria no acaba en el régimen títere de Bachar el Asad –el clan del dictador pertenece a la secta islámica alauí, una rama emparentada con el chiísmo–, pues Teherán apoya a diversos grupos como los chiíes afganos de la Brigada Fatemiyoun. De la misma manera, los tentáculos del régimen islámico están presentes en Irak a través de varias organizaciones armadas tales como Kataib Hezbollah, Asaib Ahl al Haq, Harakat Hezbollah al Nujaba o las Brigadas Badr. En Bahréin, único país de mayoría chií como Irán aunque gobernado por una monarquía suní, el régimen ejerce su influencia a través de las Brigadas Al Ashtar.
Coinciden los especialistas en que, a pesar de la retórica belicista y las amenazas permanentes, el régimen de los ayatolás, fuertemente contestado en los últimos años por una sociedad joven cada vez menos dispuesta a sufrir los rigores de un régimen autocrático y despótico, no tiene ningún apetito por confrontarse de manera directa con el Ejército de su némesis israelí y sus aliados, consciente de su inferioridad. La estrategia de guerra asimétrica e invisible a través de milicias interpuestas es la estrategia que el régimen lleva preparando desde hace años.
Aunque las autoridades insisten en desvincularse de organizaciones a las que consideran autónomas y soberanas, lo cierto es que no hay agencia de Inteligencia ni especialista que ponga en duda que tanto la estrategia individual, con mucho más motivo la coordinación colectiva, de las citadas organizaciones ha de contar primero con el visto bueno de Teherán. Por si quedaban dudas, esta misma semana desde Davos el ministro de Exteriores iraní, Hosein Amir Abdolahian, aseguraba que «todos los frentes seguirían abiertos» si Israel no ponía fin a su ofensiva antiterrorista en Gaza.
Pero la desafiante guerra abierta desde Yemen a Líbano pasando por Irak y Siria puede acarrear serios riesgos para el régimen. A pesar de que ni Israel ni EE UU están interesados en una guerra directa con Irán, la respuesta implacable de Israel en Gaza y enLíbano demuestra que no se quedará de brazos cruzados, de la misma manera los bombardeos de EE UU y el Reino Unido contra los insurgentes proiraníes en Yemen lanzan el mismo mensaje de contundencia a Teherán.
Además de las guerras «proxy», Irán libra otras batallas contra grupos opositores y la insurgencia yihadista suní encabezada por el Estado Islámico. Los bombardeos llevados a cabos directamente por las fuerzas iraníes contra organizaciones islamistas suníes en los últimos días en suelo iraquí, sirio y paquistaní amenazan con deteriorar las relaciones de la República Islámica con sus vecinos.
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