Espionaje
Trump tacha de «canalla» al FBI
El próximo fiscal general de EEUU promete no interferir en la investigación del Rusiagate
El próximo fiscal general de EEUU promete no interferir en la investigación del Rusiagate.
El fiscal especial, Robert S. Mueller, tiene que trabajar con garantías y rematar su investigación en el momento y circunstancias que considere oportunas. Así pensó siempre Jeff Sessions, el antiguo fiscal general de EEUU, y así piensa su sucesor, el prestigioso William Barr. Lo ha confirmado en un adelanto de la declaración que piensa hacer en el Congreso durante las sesiones para confirmarle en su cargo: «Durante mi mandato a Bob se le permitirá completar su trabajo (...) Creo que lo mejor para todos, para el Presidente, el Congreso y, lo que es más importante, el pueblo estadounidense, es que este asunto se resuelva permitiendo que el abogado especial complete su trabajo. El país necesita una resolución creíble de este problema. Si se me confirma, no permitiré que políticas partidistas, intereses personales o cualquier otra consideración indebida interfieran con esta o cualquier otra investigación». Palabras encomiables, aunque por mucho menos Sessions perdió la confianza del presidente.
Recuérdese que Trump nunca le perdonó haberse recusado en el Rusiagate, y que le dedicó comentarios como aquel del agosto pasado, cuando escribió que [Sessions] «nunca tomó el control del Departamento de Justicia (...) Incluso mis enemigos opinan que debería de haberme dicho que se iba a recusar a sí mismo y entonces no lo habría nombrado». Pero a Barr, que fue fiscal general con el mayor de los Bush, entre 1991 y 1993, no le quedaba más remedio que desmarcarse y demostrar independencia de criterio. De lo contrario amenazaba con acabar como su predecesor, el interino Matthew Whitaker, que perdió cualquier posibilidad de ser propuesto en cuanto alguien recordó que llevaba meses por las tertulias televisivas opinando sobre el fiscal Mueller. De todas formas tendrá que hacer auténticos equilibrios para mantener la paz en un departamento muy tocado por los continuos excesos verbales del jefe, con unos funcionarios atemorizados y un segundo del fiscal general, Rod Rosenstein, que vive de prestado desde que el pasado septiembre acudiera a la Casa Blanca convencido de que sería cesado y si sobrevivió fue apenas por una cuestión de tiempos: demasiados fuegos como añadir más combustible.
Entre tanto, Trump reapareció delante de la Casa Blanca para anunciar nuevos y espectaculares logros de su política y negar cualquier posibilidad de que en el pasado trabajara a sueldo del espionaje ruso. «Nunca trabajé para Rusia, y usted sabe esa respuesta mejor que nadie, y me parece una desgracia que me lo pregunte porque todo es una inmensa mentira». No faltarón insultos para los investigadores del FBI, a los que tachó de «canallas» y «corruptos». Entre tanto, en Twitter, volvió a acusar a los medios de comunicación de amarillistas, de mentir a propósito y de publicar unas noticias «cada día más locas y deshonestas». «Es increíble», añadió, lo que escriben y dicen algunas personas que informan sobre mí, y el tremendo éxito de esta administración. ¡Se han vuelto realmente locos! Sus informes falsos crean enfado y desunión».
Todo esto mientras la administración federal de EEUU permanece cerrada, de hecho se trata del cierre más largo de la historia. Son más de 800.000 funcionarios afectados, entre los que no han podido regresar a sus puestos de trabajo y los que llevan más de tres semanas sin cobrar sus cheques, y millones los ciudadanos perjudicados. El presidente insiste en que no habrá posibilidad de diálogo mientras el Congreso no destine 5.700 millones de dólares a financiar el muro en la frontera y la oposición responde con una negativa tajante.
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