Sanidad
La Sanidad, en la UCI
El núcleo duro de la Sanidad pública consiste en su gratuidad, su calidad, su universalidad y en la libertad del paciente para cambiar de médico. Externalizar los servicios no privatiza nada.
Cuando Federico Trillo, antes de perder su bonhomía en Londres, regía Defensa, se trajo de la mano en un avión militar a un chico afgano horriblemente deformado por un tumor craneofacial. Pasó un año en Madrid sometido a multioperaciones en la Seguridad Social y en verano un celador le llevaba a las piscinas municipales y el crío se tapaba la cara con las manos al paso de las muchachas en bikini sin saber si eran las huríes del Edén pero entreabría los dedos para atisbar las femineidades que no había visto nunca. Regresó a Kabul curado y plastificado al coste de cero euros. Como era pastún, ahora será talibán. De la mitificada Sanidad sueca ya he recordado que te tienes que rascar hasta la última corona en un hospital de Estocolmo para que te entablillen tarde y mal una falange fracturada. Los moldes son tan engañosos como las «top» de las pasarelas.
En 1939 no había en la España devastada y circundada por un conflicto mundial nada parecido al sistema de Seguridad Social que conocemos y queremos defender; ni había Sanidad pública digna de tal nombre ni pensiones de subsistencia ni paga del 18 de julio (que se mantiene sin ascos) y los millares de cercenados se dividían entre Gloriosos Mutilados por la Patria y Jodíos Cojos, como mi padre. No queda otra que asumir que Franco y su Ministro de Trabajo, a los 29 años, Girón de Velasco, pusieron los cimientos de una Sanidad universal. Esto será apología del franquismo para los zonzos, pero la ciencia política enseña que todos los dictadores cambian libertades por servicios sociales y la salud pública ya es irrenunciable aunque comamos piedra. Cuando gobiernan los socialistas reina la paz en los quirófanos; cuando lo hacen los conservadores emerge el ectoplasma de la privatización de los hospitales. Esta recurrencia es más vieja que la tos, aunque no se sabe de alguien que haya propuesto poner en almoneda la red sanitaria, y menos en Madrid, donde Esperanza Aguirre ha construido más hospitales que cualquier otra región, a lo peor para crear otra burbuja inmobiliaria y convertir los sanatorios en apartamentos.
El núcleo duro de la Sanidad pública consiste en su gratuidad, su calidad, su universalidad y en la libertad del paciente para cambiar de médico o de centro. Externalizar la gestión, o la Farmacia, o los servicios de mantenimiento o abrir un turno vespertino de quirófanos no privatiza sustancialmente nada, aunque los sanitarios pierden horas extra o que electricistas o pintores trabajen a contrata ajena. Toda la inflada gestión que rodea el acto médico no tiene por qué engordar la Sanidad y está demostrado que esa y exclusiva privatización es más eficaz y más barata, libre de una burocracia en la que hay que firmar un volante para requerir una aspirina.
La huelga general de sanitarios (principalmente seguida en Madrid) no tiene pies ni cabeza y bailando la conga niegan la privatización como el que rechaza la peste bubónica, que ni está ni se la espera. Repite asiduamente una mentira y acabará por ser verdad, según el maestro Goebbels. Tras el fracaso de la última huelga general política esta agitación de batas blancas y verdes es otro pulso sindical, como la intentona con la recogida de basuras, y cuando vayan deshuesando el jamón movilizarán a los propietarios de autoescuelas para seguir manteniendo la calle caliente. Avance por escalones.
CUIDADO CON LA IMAGEN
Sin ley de huelga (que parece que nadie quiere), el paro sanitario llega al absurdo. ¿Se va a negar un equipo médico a trasplantar un hígado, que se perdería con la vida del paciente, porque extrañas voces apocalípticas anuncian la mala nueva de la privatización sanitaria? Evidentemente que no, aunque el equipo lo dirigiera el fúnebrero doctor Montes. Los servicios mínimos de la medicina no pueden ser los mismos que los del Metro. Como ha dicho el consejero de Madrid, Lasquetty, no hacer nada es el precipitado del zapaterismo. Y nuestra Sanidad pública tiene fecha de caducidad si no pasa por el quirófano. Que el personal sanitario tenga cuidado con su imagen: siempre que se ponen en huelga desciende en picado la mortalidad hospitalaria.
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