Historia

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Casati, la «it girl» de la «Belle Époque»

Georgina Chapman creó «Marchesa» (imagen de un reportaje para «Harper’s Bazaar») inspirada directamente en Casati
Georgina Chapman creó «Marchesa» (imagen de un reportaje para «Harper’s Bazaar») inspirada directamente en Casatilarazon

Única y excéntrica, el influjo de La Marchesa, la primera dandy de la historia, musa de mil artistas, ha llegado hasta hoy. Venecia recuerda a esta mujer irrepetible

Pasión. Jamás escatimó palabras encendidas hacia ella Gabriele D’Annuzio, el escritor que literalmente cayó rendido ante la Marchesa. «Ven a mi jardín, quiero que mis rosas te miren», le escribía. En Il Vittoriale, la fortaleza-mansión de este intelectual menudo –de 1,64 de estatura –y poderoso, una suerte de microciudad a orillas de lago de Garda, ambos vivieron una historia amorosa en la que los juegos sexuales no sabían de límites. ¿Cómo una mujer como Luisa Rosa María Adele Amman se pudo casar con un hombre vulgar como Camilo Casati Stampa di Soncino, Marqués de Roma, a la casi adolescente edad de 18 años (un año después de su boda nació su única hija, Cristina)? ¿Por el mero hecho de añadir un título a su posición? Empecemos por el principio: ¿cómo era ella? Tan hiperbólica como las palabras que pueden definirla: excéntrica, única, mágica, extravagante, adelantada a su tiempo, insaciable, feroz en el sexo, brillante e inmortal. Tal es la actualidad de esta mujer altísima de más de 1,80 de estatura, nacida en Milán en 1881, que su influencia se ha dejado sentir a través de las décadas hasta hoy. Odiada, respetada y envidiada como ninguna, ahora Venecia recuerda a la musa de musas a través de una exposición en el Palacio Fortuny con el irresistible título de «La divina Marchesa. Arte y vida de Luisa Casati», en un guiño perfectamente orquestado hacia quien fue uno de los artistas que rodearon su círculo (aunque no la retrató, Fortuny sí la vistió, pues adoraba sus capas de terciopelo).

La mujer con dos guepardos

Casati –retratada con todo detalle por Marta Robles en la estupenda «Luisa y los espejos»– provenía de una acaudalada familia en la que su padre era un poderoso productor de algodón, Alberto von Amman, de origen austriaco. Nunca le faltó nada, ni material ni intelectualmente, pues desde niña devoró con los ojos cualquier obra de arte que se pusiera al alcance de su mirada, lo que marcó una infancia inusual para una criatura de su edad. De hecho, ella misma se definió como «una obra de arte viviente». Y lo fue. A la muerte temprana de sus progenitores ella –que era la pequeña– y su hermana se convertirían en las herederas con mayor fortuna de la Italia de su época. Su matrimonio, tan efímero como un pestañeo de ojos, le sirvió para introducirse en los círculos sociales en un momento en que Europa vivía en plena ebullición, como una botella de champán que deja escapar las burbujas al retirar el tapón. Con el insípido Camilo Casati, amante de la caza y los caballos, apenas mantuvo una relación duradera. Mientras él se quedaba en Roma, ella, que ya no pasaba desapercibida, ya que su imagen resultaba fascinante, se instaló en Venecia, ávida de sensaciones nuevas. Cansada del lastre de un esposo gris cuya mejor herencia fue Cristina, se convirtió en la primera mujer que se separó legalmente en Italia. Lo hizo en 1914, tras catorce años de unión. A partir de ese momento, si ya no lo había hecho antes, Luisa se reinventa, se reconstruye y se hace arte: la Marchesa se convierte en el alma de la ciudad de los canales. Alta, delgada, con un físico impactante que ella potenciaba con su extravagante indumentaria (primero fascinó a Coco Chanel y andando el tiempo hechizó a Lacroix, Lagerfeld, Alexander McQueen y John Galliano, en forma de homenajes en sus colecciones), pelo rojo fuego, labios del mismo tono, rostro palidísimo que acrecentaba con polvo de caliza y un contorno de ojos –eran un imán de color verde–exageradamente maquillados con kohl negro, adornado con pestañas postizas. Lo fue para los artistas de la época, del rendido D’Annunzio a Boldini, Van Dongen, Depero, Zuloaga, Cecil Beaton, Marinetti o Man Ray (la lista sería interminable, pues llegó a reunir más de ciento treinta retratos en los que ella fue la protagonista, parte de los cueles hoy, desgraciadamente, están perdidos). De algunos fue mecenas, compró sus creaciones para potenciarlos, les encargó obras con el fin de ayudarles a vivir. Todos, sin excepción, quisieron inmortalizarla vestida con atuendos imposibles que ella cosía o descosía, o espléndidamente desnuda sin el menor rubor.Sus excentricidades no conocieron límites. Y su inmensa fortuna que había heredado, se convirtió en finita debido al derroche permanente. Dilapidó sin medida en las fiestas que ofrecía en Venecia, en el Palazzo Venier dei Leoni (llamado Palazzo Non Finito porque no se llegó a acabar y en él sólo se construyó un piso), tan sorprendentes como su anfitriona, que se llegó a adornar con serpientes vivas. Ninguna fiesta era igual a la anterior. Unas veces hacía acto de presencia; otras se dejaba echar en falta. Por sus jardines campaban animales tanto exóticos como salvajes: mirlos blancos, loros, monos y una pareja de guepardos que sacaba a pasear ante el estupor general y que se convertirían en fiel compañía. Garbí, un criado negro, le hacía las veces de guardaespaldas. ¿Cómo no querer hacer inmortal esa imagen? En una ocasión apareció vestida con plumas y cubierta de sangre en un adelanto de lo que después bautizaríamos como «performance» y que habría hecho las delicias de Marina Abramovic: sus invitados apartaron la vista de ella aterrados. En otra, se embutió literalmente un armazón cubierto de bombillas. Deseaba ver el impacto entre sus invitados cuando todas las luces que la rodeaban se encendieran. Un problema con la luz provocó en ella una descarga tan potente que la tiró al suelo y a punto estuvo de costarle la vida. Mil y una vidas en una y una fortuna que se convirtió en una inmensa deuda. Cuando el dinero se había acabado se trasladó a vivir a Londres, al 32 Beaufort Gardens in Knightsbridge. Allí murió en 1957 sin perder la compostura, buscando plumas en los mercadillos para adornar su cabeza y recordando sus tiempos de luminaria. La enterraron junto a su pekinés disecado.

Qué duda cabe de que esta mujer dandy, rebautizada como «la primera it girl» y que hizo lo que le vino en gana, se convirtió en inspiración directa para Lady Gaga. ¿O, después de leer esta historia no se han acordado del traje de filetes crudos que exhibió la cantante hace años? ¿De dónde podría haber salido la idea sino de Luisa Casati?.