Historia

Francia

Amantes que cambiaron la historia

De izquierda a derecha, Ana Bolena, Camilla Parker, Marquesa de Santos; Elena Sanz, Agnes Sorel y Dorothea Jordan.
De izquierda a derecha, Ana Bolena, Camilla Parker, Marquesa de Santos; Elena Sanz, Agnes Sorel y Dorothea Jordan.larazon

Amantes que acabaron convertidas en reinas, reinas que transitaron sin rubor por las alcobas de monarcas que no eran sus maridos, queridas con mayor influencia política que las legítimas consortes, prostitutas encumbradas a la «high society» y a las que el pueblo se encomendaba para conseguir favores reales e, incluso, «affaires» legitimados ante el altar tras décadas en la sombra y que quizá algún día se conviertan en regentes. Muchas son las mujeres que han cambiado –y cambian– las páginas de la historia aunque sus nombres hayan sido desterrados del relato oficial y obligados a transitar por la vereda de la indecencia y el escarnio con la poco honrosa etiqueta de concubinas reales. Rescatar a esas poderosas féminas exiliadas y condenadas en los márgenes de semblanzas y memorias, a pesar de que modificaron el curso de dinastías y continentes es lo que se ha propuesto la historiadora y escritora María Pilar Queralt del Hierro en «Reinas en la sombra» (Editorial Edaf), que recupera en pequeños extractos biográficos las vicisitudes de veinte mujeres que no sólo compartieron sábanas con los soberanos, sino que se convirtieron en sus mejores consejeras. Desde Leonor de Guzmán en el siglo XIV hasta Camilla Parker en la actualidad, todas comparten un denominador común: haberse convertido en la debilidad pasional de reyes y herederos.

Ya lo advertía Benjamin Franklin: «Donde se celebra matrimonio sin amor, habrá amor sin matrimonio» y esa pulsión humana y salvaje es la que ha trufado de delirios amorosos los anales de la historia. Es, precisamente, la conveniencia de los enlaces reales lo que convertía el adulterio en una práctica, no sólo trivial, sino ampliamente aceptada. «No podemos contemplar estas uniones con los ojos actuales. Fueron pactos políticos y las infantas crecían sabiendo que eran monedas de cambio y aceptaban ese destino como parte de la dignidad y responsabilidad de su posición. Al igual que a los hombres se les exigía participar en la guerra, para ellas reservaban las batallas de la alcoba. Esto explica por qué había cierta tolerancia con las amantes del rey, no así con las de la reina, porque se alteraba la transmisión por sangre. Los queridos sólo se transigieron a Isabel II en el siglo XIX porque era la reina por derecho y sus hijos serían Borbones fuese quien fuese el padre», comenta Queralt del Hierro. Algo que explica por qué las turbaciones románticas se profesaban con las concubinas y no con las esposas oficiales, muchas de las cuales contemplaban con indulgencia los devaneos de sus esposos con otras mujeres. Uno de los casos más curiosos fue precisamente el de la mitificada Sissí, emperatriz de Austria, cuya imagen, despojada de las mieles de la industria cinematográfica, emerge en las crónicas como la mejor alcahueta entre su marido, José Francisco I, y su amante, Katharina Schratt, una actriz de moda que acabó formando parte de la compañía del Burgtheater, el teatro imperial. El soberano pudo acercarse a ella gracias a la intervención de su esposa, quien, tras el fallecimiento de su hija Sofía, intentaba evitar por todos los medios la encorsetada vida de la corte. «Cualquier lugar era bueno mientras le permitiera ser ella misma (...). Pero sentía un cierto remordimiento por el abandono que podía sentir su marido. Pese a sus diferencias de carácter, la pareja imperial mantenía una relación cordial y amistosa que, si bien no se puede calificar de pasión arrebatadora, sí es cierto que estaba basada en un sincero afecto y una profunda generosidad mutua», recoge el libro. Por ello, al ver el interés que despertó Schratt en su esposo, la propia consorte provocó el encuentro entre ellos, con el que se inició una relación avivada por la ingente correspondencia que compartieron los amantes. «Incluso cuando se criticó la pasión del emperador por la actriz, Sissí se dejaba ver en público tomando el té con ella para que vieran que era una amiga de la familia», comenta la autora.

Consortes vengativas

Pero no todas las consortes reales fueron tan comprensivas como para ejercer de coartada a sus maridos. Lo sufrió en sus carnes Diana de Poitiers, quien fuera amante de Enrique II de Francia y que, tras el fallecimiento del monarca, vivió recluida y en soledad hasta el fin de sus días por mandato de la dolida Catalina de Médici, viuda oficial. Otra querida con final trágico fue Leonor de Guzmán, «en hermosura la más apuesta mujer que había en el reino», según la describía su propio amante, a la sazón, el rey de Castilla, Alfonso XI. Su relación fue mucho más que un «affaire» y se prolongó hasta el fallecimiento del soberano, por lo que no es de extrañar que María de Portugal, la consorte, se ensañase con ella: fue sometida a vejaciones y torturas hasta que «una daga, propiedad de un hombre de confianza de la reina, le permitió descansar en paz», escribe la autora. A pesar de todo, y por esos caprichos de la historia, uno de los hijos bastardos de Leonor y Alfonso, Enrique, acabaría reinando: ascendió al trono tras vencer a su hermanastro Pedro I en Montiel durante la guerra civil castellana y fue el tatarabuelo de la célebre Isabel la Católica. Y es que, como aclara la autora, «la genética tiene bromas pesadas». De hecho, David Cameron es descendiente de Dorothea Jordan, la amante del duque de Clarence, que acabaría, por azares del destino, subiendo al trono como Guillermo IV de Inglaterra y siendo obligado a contraer un matrimonio estratégico y a olvidar su idilio. A pesar de todo, educó a los hijos que tuvo con su concubina, de donde provienen los antepasados del premier británico. Pero no se puede hablar de sinos caprichosos sin mencionar la pasión secreta que vivieron Carlos I de España –hijo de Juana la Loca y Felipe el Hermoso– con Germana de Foix, la viuda y segunda esposa de su abuelo Fernando de Aragón. «Su nombre quedó enterrado tras la sombra de Isabel la Católica, la primera mujer, pero Fernando apenas tardó un año en volver a casarse. Había mucha diferencia de edad entre ellos y se dice que él acabó falleciendo como consecuencia de los afrodisíacos que tomaba para cumplir con su fogosa mujer», explica la autora. Pero si había un lugar donde la querida adquirió el estatus de oficial e incluso tenía un papel destacado en la corte, fue, cómo no, en Francia. Agnès Sorel, «una ''fashion victim'' del siglo XV», según la define la propia Queralt del Hierro, disfrutaba de privilegios y dio a la monacal corte de Carlos VII de Francia un renovado aire cargado de glamour, erotismo y lujo. ¿Su aportación a la Historia? Haber puesto de moda la depilación de las cejas, la ropa interior de telas finas y, cómo no, el escote. Seis siglos después, sus dictados aún son tendencia.