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Bárbara Rey: ni siquiera ella sabe lo que le robaron

El asalto huele a traición quién sabe de quién. La actriz valora el robo en 100.000 euros. A pesar de ello, no piensa irse de Totana, donde vive feliz cuidando de su hermano enfermo

La actriz fue símbolo de un ayer erótico festivo y de piernas interminables
La actriz fue símbolo de un ayer erótico festivo y de piernas interminableslarazon

El asalto huele a traición quién sabe de quién. La actriz valora el robo en 100.000 euros. A pesar de ello, no piensa irse de Totana, donde vive feliz cuidando de su hermano enfermo

A Bárbara Rey no le quitaron las joyas de la Corona inglesa, tampoco el Kho-i-Noor. Ni las esmeraldas ni brillantes «chatones» engarzados a la rusa, como las que Victoria Eugenia añadía en cada aniversario. Un nuevo pedrusco por cumpleaños, y alargó el collar hasta medio muslo. Hoy, muy reducido a simple gargantilla, a veces lo luce Doña Sofía como recuerdo del imperio que tuvimos. La esposa de Alfonso XIII, de quien estaba enamorada su dama, la marquesa de Lécera, fue intermediaria de alguna venta que a la soberana le resultaba vergonzosa. Mandaba a una de compañía y con lo obtenido compró y sostuvo en el exilio, separada del monarca, su retiro suizo de Vieille Fontaine. Estas cortesanas, sobre todo si estaban tan ciegas de amor como la marquesita, eran fundamentales en los trapicheos cortesanos, como Jenny Llada ayudando a la rubia vedette murciana en el trasiego de sus alhajas. Las llevaba y traía del Monte de Piedad, acuciada la guapa por necesidades monetarias. Nunca las superó por su afición a la ruleta. Bien la recuerdo en noches marbelleras apostando al rojo. Insistía en el mismo color y número. Como adicta al juego, era supersticiosa. En sus exitosas temporadas teatrales en el Victoria del Paralelo barcelonés donde una exaltadora «Noche Bárbara» con dos funciones. Las eliminaron Closas y Nati Mistral, que ahí sigue batallando mucho. Bárbara salía hacia Sitges y en su casino veía las del alba idéntico a lo que hacía Lina Morgan en parecida situación barcelonesa. A la cómica creadora de estilo, Cristina Cifuentes le rendirá homenaje este lunes en La Latina. Mejor lo pasaba jugando fortunas en el casino valenciano de Monte Picayo, donde Bárbara dio su cena nupcial con Ángel Cristo. A él le jorobaba esa obsesión, acrecentada quizá por falta de calor conyugal tras aquella nevada tarde mediterránea en la que intercambiaron el «sí, quiero» bajo una céntrica carpa montada sobre la plaza de toros. Nunca se entendió con el domador, habituado a pelear con fieras. Malmetieron su madre y su hermana, pero eso no impidió que, en las horas bajas, Bárbara le apoyara incorporándose a su desvencijada compañía. Era atractivo montada en un elefante. Locuras de amor. Cada día se la jugaba.

Frecuenté mucho a la totanera durante sus actuaciones barcelonesas. Yo iba al teatro cada tarde a recoger a mi entonces pareja fugaz, que bailaba con ella. Vi y hasta le aconsejé sobre algunas joyas que compraba a las habituales vendedoras que frecuentaban a las famosas en su lugar de trabajo. Resultaban relajadoras visitas tradicionales y esperadas, práctica comercial hoy perdida porque ya casi ni hay teatros ni afición. Acabada la función, mientras le traían la cena del vecino Las tres chimeneas, Bárbara repasaba con gusto y ojo clínico lo que mostraba Lolita. Se hicieron íntimas y le adquirió bastantes piezas, como también hacía con el entonces naciente y hoy arrasador Rabat. A ella la visitaba su esposa llevando el rico petate. Hasta se hicieron amigas. Hecha la selección, siempre el mismo trámite:

–¿Cómo te las pago?

–Poco a poco, según puedas y vayas ganando.

Bárbara abarrotaba el enorme local de Pepe Buira, donde babeaban a sus pies. También lo hacía el peletero Roberto Alcaraz, padre del actual tertuliano del mismo nombre. La acompañé al peletero, con salón en la calle Balmes, y le mostró sus creaciones con unas espaldas de Alta Costura. Impresionaba su delicada confección. No dudó al escoger un abrigo de nutria negra, entonces casi desconocida aquí pero de valor altísimo, que estrenó en una fiesta en el hotel Ritz. «Me gusta tener cosas para ponérmelas, especialmente relojes, que combino con el traje como haces tú –me conoce bien–. Se me han llevado tres Bulgari, dos Cartier, uno de oro y otro en brillantes», me cuenta.

No estuvo apenada, cabreada, dolida ni compungida en esta visita madrileña de dos días para firmar cosas con el notario: «Lo único que me preocupa es la salud de mi hermano», al que regaló el piso que fue de sus padres.

«Tras ocho meses entre la vida y la muerte luchando con un cáncer, milagrosamente por fin le dan de alta», me dijo conmovida quitando entidad al robo, al descuido de no tenerlas aseguradas porque es muy caro, y hasta a la conmoción reanudada justo al mes de su curiosa resurrección periodística protagonizando un ayer muy erótico festivo. Era su símbolo de piernas interminables, tan lucidas cantando «Lili Marlene». Jugueteó con uno de los dos gatos de nueve meses British Balve. Se llaman Benito y Rosa, regalo de su hijo Ángel: «Ellos están más disgustados que yo con la sustracción, suerte que no me pillaron dentro. Se han llevado pendientes, pulseras y sortijas muy identificables. Pueden valer unos 100.000 euros. Sólo me quedó este reloj de plástico negro de marca Tomás Saba. A Totana llevé lo que más me pongo, por eso lo guardé en la caja fuerte de una amiga».

Huele a traición de Dios sabe quién. Ha sido llegar y besar el santo. Tuvieron ojo clínico. «Me duele por un anillo Rabat con una estrella en diamantes negros, rojos y rubíes. También por un corazón de esta misma gema que usaba mucho. Los disfruté y ya está, a otra cosa. Quizá me quede en Totana porque vivo una de mis mejores etapas. Estoy muy en paz conmigo misma y el robo no va a alterarlo», concluye la totanera.