Música
El «país petit» de Llach
Es indiscutible que Lluís Llach triunfó en los años 70 con una canción contestataria contra el franquismo que se coreaba en los grandes mítines de la Transición. «L’estaca» era ya entonces una himno político que lograba que las masas, en comunión gregaria, encendieran los mecheros Bic, los movieran con la cadencia de una marea humana, y gritaran al unísono aquel confuso eslogan de «Llibertat, Amnistía y Estatut d’Autonomía».
Pero «L’estaca» era una canción todavía escrita bajo el influjo de Raimon y no de la música de Mikis Theodorakis, que dio dimensión épica a la llegada a Grecia de la democracia con sus mítines musicales, que los españoles copiarían tras la muerte de Franco. Ésa es la razón de que sus primeros grandes éxitos fueran dos de las canciones de «I si canto trist» (1974), «Si arribeu», a ritmo lento de sirtaki, con una letra parabólica en la que ese «llegar más lejos» de lo que el cantante pudiera soñar para su «País petit» era un anhelo de independencia, y «Vaixell de Grecia», en la que identificaba la democracia de los griegos con el viaje hacia la independencia de los países catalanes, el preludio de uno de sus mayores éxitos: «Viatge a Ítaca».
En un reciente artículo, Jordi Llovet se refería a la adaptación del poema de Kavafis «Ítaca», al que Llach había añadido algunas estrofas que desvirtuaban el poema, al sobreponer la idea de la muerte (Ítaca) a la de volver a la patria perdida (Cataluña) con ese «Lluny, heu d’anar més lluny». Como si se pudiera ir más allá de la muerte que es todo viaje a Ítaca.
Una sentimentalidad enfermiza y la melancolía de la pérdida de algo esencial (Lacan lo llamaba el «objeto a») son las dos características de su música y de esos poemas que tan bien resumen la cursilería del cantante, homologable al típico cancionero romántico de los años 70 –«Melina» de Camilo Sesto es un buen ejemplo–, pero con pretensiones culturales, al modo de la «chanson» francesa, pero sin la indudable garra dramática y fuerza expresiva de Jacques Brel, modelo de todos los cantautores de entonces.
Dentro de ese dengue romanticón hay que situar «Cançó d’amor», en la que con un juego ambiguo de palabras trataba de explicar por qué escondía entonces su homosexualidad, cosa que emocionaba al mundo protogay, que hasta entonces sólo tenía los boleros para identificarse. A mitad de la canción dice: «I parlaré d’aquells per als qui el cos és presó de passions condemnades, i en un llit clandestí, quan per fi ve la nit, amagats s’amanyaguen». («Y hablaré de aquellos para los que su cuerpo es prisión de pasiones condenadas, y en un lecho clandestino, cuando al fin llega la noche, se acarician a escondidas»).
Por esa misma época, Lluís Llach derramaba lágrimas negras, entre desgarradores acordes lúgubres, por el fusilamiento de Salvador Puig Antich en «I si canto trist», como lo haría de forma abierta por las víctimas de la matanza de Vitoria el 3 de marzo de 1976 con ese oratorio grandilocuente, al modo del «Asma Asmaton» de Theodorakis, que es «Campanades a morts».
Amores clandestinos, añoranza de la «patria» catalana que nunca había sido y todavía no era y el dolor cristiano por la muerte de revolucionarios de izquierdas, pero nunca por los asesinatos de ETA –entre 1973 y 1975 murieron más de cuarenta españoles–, se mezclaban sin pudor en las canciones de Llach, para regocijo de una clase media que luchaba contra unos padres que les habían suministrado la educación y el confort para dedicarse a una subversión doméstica. Ser un jipi con abrigo afgano y exilio en París era entonces lo más «in» para los hermanos menores de la «gauche divine»: la «gauche caviar».
Fue esa blandenguería pseudoculturalista la que hizo de Lluís Llach un mito para la progresía catalanista española, pues fue toda la izquierda y parte de la derecha lela las que sufrieron con sus plañideras canciones un ataque de imbecilidad colectiva. Llach fue uno de los principales artífices de que los progres creyeran, inmersos en ese arrope musical lacrimógeno, que la «Ruptura» y la Independencia de los pueblos de España era una misma cosa al alcance de sus manos, frente a la democracia que acabó imponiéndose. De ahí estos lodos.
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