Historia
La historia oculta de la adopción de la hija negra de la Duquesa de Alba
Especialista en recorrer los más interesantes episodios de la historia de la literatura, Carmen Posadas presenta su novela «La hija de Cayetana», sobre María de la Luz, una niña negra adoptada por la Duquesa.
Especialista en recorrer los más interesantes episodios de la historia de la literatura, Carmen Posadas presenta su novela «La hija de Cayetana», sobre María de la Luz, una niña negra adoptada por la Duquesa.
Carmen Posadas no oculta su gusto por echar la mirada atrás para recorrer los episodios más apasionantes de la historia fijándose hasta en los más pequeños detalles. Ahí están su «Testigo invisible» sobre la vida y el trágico final de la familia Romanov, y «La cinta roja», en donde se centraba en los avatares de la española Teresa Cabarrús, también conocida como madame Tallien, durante los movidos años de la Revolución Francesa. En esta ocasión, Posadas ha dirigido su interés literario hacia otra personalidad española, aquella duquesa de Alba mítica, protagonista de los cuadros de Goya que, además, para sorpresa incluso de la propia escritora, adoptó a una niña negra. «La hija de Cayetana» (Espasa) recoge, a través de la delicada prosa de la autora uruguaya y su fina ironía, la apasionante historia de tres mujeres: María del Pilar Teresa Cayetana de Silva y Álvarez de Toledo, decimotercera Duquesa de alba y grande de España, la «niña de la fortuna» –nacida esclava–; Trinidad, madre biológica de María de la Luz Álvarez de Toledo; y la propia María de la Luz, hija adoptiva de la primera.
w la «petite histoire»
«Siguiendo los consejos de Boswell –dice Posadas– siempre trato de contar las historias detallando la “petite histoire”. Por eso toda esta novela está trufada de datos, algunos completamente intrascendentes, pero que reflejan la época. Inventar al personaje de Trinidad, la madre de María de la Luz, de quien no se sabe nada, era un reto que me llevaba a tener que investigar todo ese universo oscuro de la esclavitud, no solo en Latinoamérica, sino también en España, y te permitía describir el arriba y abajo de lo que cuento».
La parte del «arriba» es la que corresponde a la corte de Carlos IV y se centra en la vida de Tana. Así llamaban a la duquesa de entonces. Igual que a la última. «Las dos se parecían mucho. No es sólo que ambas fueran ricas y de apellido noble, sino también muy libres. Las mujeres del siglo XVIII –siempre las ricas y aristócratas– eran mucho más libres que las de ahora; pero posiblemente la Cayetana de entonces, como la última, aún más. Y luego, las dos, por un lado, fueron aparentemente frívolas y caprichosas, pero, por otro, también muy generosas. La última hizo enormes actos de caridad y la del XVIII, el mayor de todos en aquella época: adoptar a una niña negra. Pero es que, además, a las dos les gustaban los ambientes populares, les divertían los toreros, los artistas, los cómicos... La de mi libro presumía de haber nacido en Lavapiés, donde bailaba descalza en la calle acompañada de las muchachas en cuyas manos la dejaban sus padres, muy ocupados en su vida social. Y a la última la vimos bailar descalza en su última boda. La del XVIII, frente a los afrancesados de la corte, presumía de castiza y le gustaba vestirse de Manola... Tienen mucho parecido entre sí», repite la autora.
Y es curioso, porque, en realidad, precisamente con la adopción de María de la Luz terminó la estirpe de los Álvarez de Toledo y los herederos de la Casa de Alba pasaron a apellidarse Fitz-James Stuart. Como explica Posadas: «Cayetana siempre tuvo una salud muy frágil. Al nacer le dieron el agua de socorro porque estaba a punto de morir. Padecía grandes migrañas. Además, tenía un pequeño defecto de escoliosis debido a una pierna un poco más corta que la otra que la hacía caminar de una manera muy particular y sensual; y es posible que una tuberculosis mal curada le llevara a no menstruar. El caso es que no pudo tener hijos y aunque adoptó a María de la Luz y la trató como si lo fuera, en aquellos tiempos en los que se regalaban niños negros como si fueran perritos o un guacamayo le pudo dejar una gran fortuna en herencia, pero no el título, así que éste pasó a un primo segundo y cambió de apellido».
La autora se puso en contacto con el actual Duque para trasladarle su interés en contar esta historia y él la remitió al conservador de la Casa de Alba, por lo que pudo comprobar la herencia que le dejaron a la niña. La escritora le acaba de mandar un ejemplar del libro al Duque y otro a su hermana Eugenia, con quien tiene amistad. «Aún no he tenido respuesta. Espero que les guste, aunque sé que cuando escribes sobre alguien de la familia puede haber sensibilidades extremas. Con todo, he intentado ser lo más respetuosa y fiel a la historia y no caer en ninguno de los tópicos y bulos en los que hubiera sido muy fácil», afirma.
No hay duda, sobre todo teniendo en cuenta de que tanto la vida como la muerte de la Duquesa estuvieron llenas de extravagancias y misterios. Además de la adopción de la niña, cuando los negros eran esclavos de las familias más pudientes, que casi los disfrazaban –de ahí la expresión «negros con librea»–, están su rivalidad constante con María Luisa de Parma y sus supuestos amoríos con Goya, entre otros asuntos. «Hay que señalar que en aquellos tiempos era frecuente entre las mujeres de la élite tener amantes. Estaba completamente aceptado que el matrimonio fuera una cosa y el amor otra. Hasta existía el personaje del cortejo, un hombre que las acompañaba a todas partes y les decía lo guapas que eran», recuerda Posadas. «Respecto a los misterios –continúa la autora–, la Duquesa murió de unas extrañas fiebres en cuatro días y muchos sospecharon que “La parmesana” la había envenenado. Encima, cuando en el año 45 un antepasado del actual Duque ordenó abrir su tumba, descubrió que le faltaba un pie. Y, por si fuera poco, cuando abrieron la de Goya –que a mi parecer estuvo enamoradísimo de ella, mientras la Duquesa sólo le daba algo de “cuartelillo” para entretenerlo–, vieron que le faltaba la cabeza...».
El mayor genocidio
Misterios y curiosidades aparte, como esa invención de la dentadura postiza de dientes reales de los caídos en campos de batalla por parte de un genio de Medina de Rioseco, o la de la vacuna por parte de Jenner, que inoculaba costras de vaca en las narices para erradicar la viruela, con el consiguiente miedo social a que salieran cuernos o ubres, lo que más impactó a la autora al escribir esta historia fue todo lo relacionado con la esclavitud: «Ha sido el mayor genocidio de la historia. Ríete de Mao Tse Tung o Stalin. Y era terrible. Compraban hombres y mujeres en las costas africanas –cuanto más jóvenes, mejor, para que durasen más– y se los llevaban en barcos en condiciones infrahumanas. Las mujeres valían más porque las violaban para satisfacer a la marinería y las preñaban, con lo cual eran un dos por uno. Pero me ha sorprendido saber que también había esclavitud en España. Yo soy sudamericana y los esclavos allí son algo más común que en Europa. En todo caso, España es el país que ha sido más generoso con otras razas y se ha mezclado con ellas. Incluso en el siglo XVIII ya había matrimonios interraciales. España descubre el mestizaje que estaba absolutamente prohibido entre los anglosajones y que es el mejor antídoto contra la xenofobia».
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