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Los buenos propósitos

Carmen Lomana, con su amigo Mario Vaquerizo
Carmen Lomana, con su amigo Mario Vaquerizolarazon

Estamos en ese momento de transición en el que los catarros atacan porque el frío empieza a asomar y el calor no se ha ido del todo, lo que hace que cada vez que entras en un restaurante, tienda o avión sientas que te estás congelando por los tremendos aires acondicionados, y terminas como estoy yo en el momento de escribir esta crónica, con un resfriado de aúpa. Cuando empieza el curso para mí es como si empezase el año. Aterrizo en Madrid llena de buenos propósitos. Uno de los principales es: este lunes me apunto a un «gym», porque todo el mundo dice que es buenísimo y aumenta las endorfinas (hormona de la felicidad). Pues no hay forma...

Siempre encuentro alguna justificación conmigo misma para quitarme ese complejo de culpabilidad por estar tan ricamente desayunando en la cama armada de periódicos a las ocho de la mañana, en vez de estar haciendo abdominales o sentadillas. En el colmo del autoengaño pienso: «A lo mejor me estropeo...». Siguiendo con el tema sobre buenos propósitos, otro de ellos es no ir a eventos que no me apetezcan, decir no a casi todos y mercantilizar mi imagen. Si quieren que haga «photocall», que me paguen. Tengo que aprender mucho sobre esto, así que mejor me quedo callada... Dicho esto, hay fiestas que sí merecen la pena, fundamentalmente porque las organiza un amigo tuyo, como a la que asistí en Sevilla de la mano de Mario Niebla en los jardines de Murillo, con mesas imperiales adornadas con vajillas de La Cartuja y arreglos florales. 500 personas sentadas.

Entre los invitados estaban los marqueses de Griñón, Carmen Martínez-Bordiú, Norma Duval, el marqués de Cáceres y estupenda gente de la sociedad sevillana. Un cumpleaños divertidísimo con una convocatoria de invitados súper «cool» fue el de mi querido compañero de fogones Boris Izaguirre en la casa palacio de Lorenzo Castillo, una de las más bonitas de Madrid. Bailamos con unos DJ que animaron con ese tipo de música con la que es imposible quedarme sentada. Se llaman Las Juanettes, no tienen desperdicio... El miércoles se celebró la fiesta de la revista «Yo Dona». Esta es una a la que procuro asistir siempre, por el cariño que me une a su directora, Marta Michel. Fue en el Palacio de los Marqueses de Linares, en plena plaza de Cibeles. Un palacio lleno de leyendas inquietantes, donde dicen que hay «psicofonías» en las que se escuchan lamentos de una niña, Raimunda, llamando a sus padres. La historia de los marqueses de Linares es de lo más novelesca. El marquesito comunicó a su padre que se había enamorado de la estanquera de la calle Barquillo, cercana a Cibeles. Se llamaba Raimunda Osorio. El marqués se opuso a esta relación y envió a su hijo a Inglaterra.

Al poco tiempo fallece el padre y vuelve a Madrid para casarse con su amor y construir para ella el fantástico Palacio de Linares. Un día, revisando papeles de su difunto padre, encuentra una carta dirigida a él en la que le confiesa que su negativa a la relación era porque Raimunda y él eran hermanos, fruto de su relación con la cigarrera. José Murga se dirigió al Papa, que les concedió una bula que les permitía vivir juntos, pero en castidad. Para entonces su mujer ya estaba embarazada y la leyenda cuenta que al nacer la niña la mataron, algo incierto. Se la dieron a los guardeses en adopción para poder vivir con ella sin decir que era su hija y cuando tenía 15 años la prohijaron. Sea lo que fuere, la idea de pasar una velada en ese palacio me produce inquietud y felicidad. La próxima semana les cuento si he sentido algún fenómeno paranormal...