Moda
Los vestidos de Doña Letizia, casi un problema de Estado
Muchos aprovechan el puente festivo para repasar, ojear y valorar lo más comentado estos días previos al de difuntos. Una jornada evocadora que me llega hondo porque murió uno de mis mejores amigos y colegas, el tierno Agustín Trialasos. Era historia viva y punzante del corazón del bueno, nada que ver con lo de ahora. Casi hermanos. Compartimos admiraciones y también adoraba a la Montiel, que hasta le dejó probarse su «babero» de esmeraldas. Conocía lo que nadie. Secretos que llevó a la tumba donde sus cenizas fueron trasladadas al Jerte por sus adorados Valentín Paredes –parece que lógico heredero después de toda una vida unidos– y la cálida María Kosty. Estoy en vuestra pena.También la enorme Nati Mistral ha sido internada, parece que por algo de piernas. Lógico, porque apenas caminaba, ella, que fue tan trotamundos de México a Argentina. En el Distrito Federal le preparaban homenaje inmortalizando aquel «Hombre de La Mancha», anticipo de la actual fiebre de los musicales donde «El rey león» lleva cinco años. En 1956 ella se arriesgó con Luis Sagi-Vela y lo estrenó cuando aquí bullían y llenaban las revistas tanto en La Latina como en el desaparecido «Martín». Nati ya había excusado su presencia en la capital azteca y renunciado a otra gira a iniciar en Buenos Aires, donde la llaman «ídola». Allí triunfó durante 20 años, con casa puesta en San Isidro, madrileña hasta en eso. Entusiasmaba igual que entre los mexicanos rendidos a su temperamento. Recuerdo haberle visto la mejor «Bernarda Alba» de mi vida, nada comparable con las protagonizadas por Irene Gutiérrez Caba –Ana Belén era la Angustias–, la enternecedora de María Jesús Valdés, Nuria Espert o la londinense de Glenda Jackson y Joan Plowright, que dirigió la trágica catalana. Ninguna tan racial como la de Nati. A punto de cumplir 88 años, respeto su deseo de no recibir visitas.
En estos soleados días de asueto, unos mondan las castañas, en Cataluña comen «panellets» y en Galicia hilvanan rosarios de castañas, tan abundantes en «nosa terra», tras hervirlas con monda y mucho anís. No sé si conservan la tradición. Igualito que las mondan, van pelando a Letizia sacándole más que punta al traje negro de apenas dos hilos por tirantes que lució en los Premios Princesa de Asturias. Era ideal y perfecto para un concierto clásico y hasta de rock. También para una ibicenca o marbellera noche de verano con su melena ondulada a lo Kim Basinger en «L.A. Confidential». Quizá demasié en una ceremonia tan ritual. Servía para que mostrase unos brazos delgadísimos pero fornidos. Tal escotazo permitió darle más aire a su barbilla, siempre erguida. Polémico modelo del que me gustaría saber qué opina Doña Sofía, siempre amparándose en los nada comprometedores «dos piezas». Ya son rituales en ella. Vistiendo nunca impactó. Lo de Letizia refleja carácter, estado de ánimo e inconformismo. En algo recuerda la silenciosa, pero elegante, protesta de Paola de Bélgica siendo princesa. O la de Titi de Saboya en sus años mozos. También lo rompedora que fue Lady Di, a la que siempre llamaremos Diana, igual que menda hace con Letizia sin anteponer el rígido tratamiento de Reina o Su Majestad. Imagino que ella también debe preferirlo, como los trajes llamativos y acaso sea desahogo esta manera de ataviarse, rompiendo fórmulas igual que hace yendo al cine con ocho guardaespaldas. Admiro su atrevimiento.
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