Eurocopa 2020
Marrakech, el paraíso de Cristiano
Allí ya lo consideran uno más en busca de exotismo. Cuando pateas la noche de esta «ciudad roja» –sólo por el color de sus fachadas–, te cuentan de él y no acaban. Tiene una panda joven y lo ven con casi sospechosa frecuencia. Busca el ardor que allí, a las puertas del desierto, casi nunca falta. Se pone moreno, coge color más que dándole a la pelota. Entiendo el entusiasmo que para celebrar su último cumpleaños lo llevó a elegir la menos monumental pero reconstruida Agadir. Le va, le va como a mí. Sus escapes madrileños son menos impactantes porque los colores merengues obligan a mucho. Degusté cuanto me explicaron de Cristiano, enterados como están en el lujoso Club Palace, con enormes lámparas colgadas muy de tiempo atrás.
Disfruté tanto como al visitar las obras del futuro Museo Saint Laurent, un empeño de Pierre Bergé, socio y pareja del diseñador durante años. Amor que dio paso a la complicidad. Los frecuenté en mis veinte años en la Alta Costura parisiense, donde la exquisita Gloria Pujol, entonces delegada de la firma en España, nos colaba en el «backstage» horas antes de cada presentación del Hotel Intercontinental. Veíamos cómo el modista argelino repasaba modelos y joyas de fantasía elegidas por Loulou de la Falaise. Fue de sus más íntimas. Ponía ojo clínico, no fuera a sobresalir un hilván que Catherine Deneuve viera desde su asiento vip. Luego, ya en pasarela, Pierre atisbaba la sala asomando la cabeza, también exhibicionista, frente a la eterna timidez del creador. Sólo la perdía en sus aventuras. Se repartían al bailarín Jorge Lago, que aquí rodó con Esperanza Roy y la Gámez.
Todo se me refrescó visitando los cactus del Jardín Majorelle, la residencia de Saint Laurent, hoy tan visitada. Al lado sube el museo en ladrillo sin ventanas, tal caja fuerte del buen gusto de quien rescató la sahariana y puso esmoquin a la mujer. Prevén abrirlo el próximo otoño. Recogerá no sólo los mejores diseños –llamarlos así me parece poco–, también su vestuario personal y cartas de ida y vuelta. Un mundo íntimo que aquí no supimos reflejar en Guetaria con Balenciaga. La residencia «sant-lauretiana» es de fachadas azul klein, contrastadas por macetas amarillo canario. Recuerda a la casa mexicana de Frida Kahlo. Su vivacidad se acentúa con el sol de 34 grados.
Invitados por el Turismo marroquí, representado por Mohamed Sofi, lo disfrutó el joven elenco de «Mar de plástico» con Andrea Trepat y Boré, hermano de Concha Buika. Cuenta que ella reside en Miami para llevar a Hispanoamérica su tan cálido cante grande. Disfrutaron con el enorme zoco –comparable al Gran Bazar de Estambul, ahora en horas bajas de turismo–, vieron el zoo de la Plaza de Jemaa, regatearon mucho, cayeron en sus tentaciones, compraron aceite de argán, descubierto en Essaouira años ha por Avène. Pierre Fábre fue pionero en comercializarlo, tan benéfico para la piel. Luego se deslumbraron en el imponente Hotel Casino Es Saadi, ya superior al colonialismo del La Mamounia. Otro mundo, exotismo de cine y precios únicos a solo 90 minutos de avión. Recomendable.
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