Papel
Tita y la vía de escape de su embrollo estival
Expectación y morbo avivados por el tedio de agosto de cara al posible encuentro entre Borja Thyssen y sus hermanas. Basta repasar las últimas revistas del corazón para comprobar que, aunque Borja Thyssen y su madre estén reconciliados, hay tensión familiar. Tita no suelta la sonrisa (forzada a veces; hay que conocerla) aperentando lo que no hay, siempre con Manolo Segura como guardaespaldas y la esposa de éste. Singular trío. Con Tita no hay que extrañarse, porque ella parece de otro planeta.
Ibiza está pasmada y se restriega los ojos velados por el sol caliente mientras aguarda si llega el momento de la verdad. O de la mentira, que todo podría ser. Carmen se reconcilió con su hijo, que sólo se ablanda ante el dinero y los embelesamientos de Blanca, que lo tiene en el bolsillo. Precisamente en Ibiza empezaron hace años sus males: un guardaespaldas casi se carga la pareja.
El barón Thyssen tuvo la generosidad de prohijar a Borja, dándole no sólo su apellido, sino un fortunón, acrecentado en los últimos días por los cinco millones de euros que quedaban por liquidar de su herencia de 18. Un padrazo y un gesto con el que reconocía su amor y gratitud a Tita. Ella no sabe cómo salir de este embrollo estival que casi los hace coincidir, aunque ella actúa astutamente y presta a hijos y nietos (Sabina y Carmen no lo son, digan lo que digan, aunque ella sonríe maliciosamente al plantearle el tema) el yate «Mata Mua», dejando libre el campo y la confrontación con su parentela. Carmen escapa por la isla, se refugia en algún rincón o bien se instala en Sant Feliu de Guíxols, que sigue siendo donde mejor está. Aquello se lo regaló Lex Barker, su Tarzán, y ella lo engrandeció con ampliaciones. El lugar está colgado sobre el Mediterráneo y tiene una situación única, cerca de Barcelona, en plena Costa Brava, con el Ampurdán a mano y la frontera francesa a menos de una hora. Resulta tan estratégico como el bien hacer que Carmen Cervera despliega al evitar nuevos roces. Salió dolida, herida y escaldada, sin digerir la que parece la irresoluta postura de su nuera de no compartir nada con las mellizas. Hasta en eso demuestran los orígenes. Hubo una foto de recién nacidas en la que parecían calcos, todo un misterio sin descubrir reavivado en cada periodo vacacional que los reúne, aunque los fotógrafos se tiran de los pelos porque no consiguen captar la instantánea de todo el clan junto. La playa ibicenca D’en Bossa renació gracias a la familia Matutes y sus locales, estridentes hasta en la decoración interior. Uno de ellos, el hotel Hard Rock, es para no perdérselo: es una especie de combinación de Disneylandia y Las Vegas con detalles dalinianos. Lo mejor son sus piscinas y sus habitaciones, aunque lo demás hay que recorrerlo con gafas y mirada turística, dispuestos a ser deslumbrado por las sillerías doradas estilo Luis XIV. En plena playa, sus barras te devuelven el espíritu isleño ya imposible de conseguir, incluso en la Flower Power que Carlos Martorell organizará el próximo día 11. La fiesta tiene un tinte nostálgico en un Pachá que esa noche se torna hippy, al menos aparentemente, con flores y amuletos hindúes y nepalíes. Todo un homenaje a los años 70, cuando Martorell captó el movimiento de las flores y el «haz el amor y no la guerra». Entonces, el mítico Bocaccio, con Oriol Regás al frente, montó un primer vuelo, que acabó en un aeropuerto por entonces minúsculo, poco más que un barracón, con un baño de champán sobre las autoridades que los recibieron. Imagínense, puesta éstas no esperaban tal bautizo de quienes se habían anunciado como «lo más vip de Barcelona». Nos declararon «non gratos», igual que años después hizo Palma con Carmen Rigalt y con este menda por criticar las deficiencias ciudadanas. El avión se había ido, apuntaba el alba y nos acomodaron en el Lola’s Club de la imperativa Ana María Ibarra. Los isleños nunca perdonaron un remojón tan espumoso.
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