Faye Dunaway
Courrèges corrige a Mary Quant
El debate entre cuál de los dos modistas fue el inventor de la minifalda se extendió a lo largo de 1967, el mismo año en el que Jean Moreau protagonizó a la prostituta Mimí en «Le plus vieux métier du monde»
Hace unos días fallecía Jeanne Moreau, enseguida pensé que esa historia viviente del cine, la mejor actriz de todos los tiempos según Orson Welles, tenía que ser la protagonista de algo en nuestro 1967 de marras.
Hace unos días fallecía Jeanne Moreau, enseguida pensé que esa historia viviente del cine, la mejor actriz de todos los tiempos según Orson Welles, que la dirigió varias veces y protagonizó con ella y con Vanessa Redgrave la película de Tony Richardson «The sailor from Gibraltar», tenía que ser la protagonista de algo en nuestro 1967 de marras. Y así es, fue Mimí, dirigida por Philippe de Broca en «Le plus vieux métier du monde», una comedia, compuesta de varios episodios, sobre la historia de la prostitución que abarca desde la prehistoria hasta nuestros días. Qué pena que no sea también del 67 la película «Ascensor para el cadalso» de Louis Malle, aunque solo fuese para celebrar su extraordinaria música, compuesta por Milles Davis en una sesión inolvidable de ocho horas ininterrumpidas de improvisación. De nuestro 1967 sí son «Adivina quién viene esta noche», de Stanley Kramer; «En el calor de la noche», de Sidney Poitier; «Bonnie y Clyde», de Arthur Penn, con Faye Dunaway y Warren Beatty; «El graduado», con Dustin Hoffman; «Las señoritas de Rochefort», con Catherine Deneuve o «Peppermint Frappé», de Carlos Saura, con Geraldine Chaplin.
Una lata de sopa
Aunque el Pop-Art había nacido como movimiento artístico en mitad de la década de los cuarenta en los Estados Unidos como una reacción «pendular» contra el prestigio entonces intacto del expresionismo abstracto y su insoportable elitismo, pretendiendo elevar a la categoría de arte las imágenes de la cultura de masas y la sociedad de consumo, este año 67, no sé muy bien por qué, termina de convertirse en la principal corriente artística de la época. Ni la lata de sopa Campbell, de 1962, ni la primera versión de Elvis disparando, de 1963, ni Jackie, de 1964, ni el mosaico de Marilyn, de 1965, ni el retrato maclado de Mao con Marilyn Monroe, todas obras de Andy Warhol, son de esa fecha. Solo el sugerente plátano amarillo, para la primera portada de un disco del grupo The Velvet Underground, vio el estrellato nuestro año. Quizá la leyenda urbana que sugirió que la cáscara de plátano fumado servía para «colocarse» arroje alguna pista sobre el inexplicable éxito de esa fruta en la cultura pop. Lo que está absolutamente confirmado es el éxito del LSD en 1967. Ese invento con homenajes hasta en el título del disco de los Beatles «Lucy in the Sky with Diamonds» sí colocó a millones de hippies durante años.
Fernando Higueras comienza su espectacular edificio para viviendas militares en la glorieta de Ruiz Giménez, Antonio Lamela termina las Torres de Jerez y Sáenz de Oíza concluye una de las Torres Blancas iniciadas en 1962. Miguel Fisac inaugura la sede de IBM en el Paseo de la Castellana y la Pagoda en la carretera de Barcelona, tristemente desaparecida ante la desidia de la administración española con la arquitectura de los años 60. José Antonio Coderch las viviendas para el Banco Urquijo, Gutiérrez de Soto el discutido rascacielos de mármol negro para el Fénix, Carvajal está construyendo su propia casa y Rafael Moneo practica la perfección del ladrillo en la casa Gómez-Acebo en el Soto de la Moraleja.
Tanta arquitectura me sirve para llegar a la minifalda. Pues la revolución funcionalista que la arquitectura internacional atraviesa durante la década de los sesenta es muy similar a la que vive la moda de esa época, como en los ochenta también ocurrió con el «boom» de las transparencias en ambas especialidades creativas. La moda, probablemente fascinada por el prestigio de la arquitectura, decide imitarla, se hace como ella, ligera, geométrica, blanca. O, viceversa, la arquitectura, seducida por la influencia mediática de la moda, decide llevar a sus estructuras de hormigón los hallazgos de ésta sobre los patrones y tejidos. Baste pensar que el emblema indiscutible de la arquitectura funcionalista, el fálico rascacielos monolítico, cede el paso a las «torres gemelas», la expresión misma –sugeriría subliminalmente el psicoanálisis– de las dos piernas femeninas recién descubiertas por el éxito universal de la minifalda. El eterno debate entre si la descubrió Courrèges en París, en su colección de alta costura primavera verano 1965, o Mary Quant en Londres, el 10 de julio de 1964, extiende su inagotable polémica sobre nuestro año. En 1967 la embajada del Reino Unido organiza un desfile en su sede de Madrid para presentar las minifaldas de Mary Quant. Nada nuevo bajo el sol. En 1962 Elio Berhayer había presentado su colección en la embajada española en Londres. Testigos de excepción fueron los marqueses de Santa Cruz, embajadores de España.
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