Pop

El LSD y la cultura de lo maravilloso

Nada repartió más «paz y amor» en la Costa Oeste. La psicodelia que proporcionaba esta droga fue abrazada por los «hippies» para encontrar un mundo excitante e intenso.

La iconografía del LSD ya es parte de la cultura popular
La iconografía del LSD ya es parte de la cultura popularlarazon

Nada repartió más «paz y amor» en la Costa Oeste. La psicodelia que proporcionaba esta droga fue abrazada por los «hippies» para encontrar un mundo excitante e intenso.

Como suelen decir los supervivientes de aquel «Summer of Love»: «Si realmente te acuerdas de algo, es que no estuviste allí». La gran revolución «hippie» acontecida en San Francisco entre 1966 y 1968 fue vivida bajo los efectos de una droga que vinculó íntimamente a esos miles de «flower childrens» que acudieron a la ciudad californiana en busca de paz y amor: el LSD. De hecho, el significado y sentido social y cultural que la historia ha asignado al movimiento «hippie» sentaron sus cimientos en enero de 1966, cuando, durante la celebración del Trips Festival, quedaron hermanados para siempre los dos factores principales que dibujaron los contornos más privativos de esta revolución: las drogas y la música. O lo que es lo mismo: el LSD y el rock. El producto resultante –el conocido como «Acid Rock»– dejó grandes himnos generacionales como el tema «White Rabbit», que, apropiándose de la iconografía de «Alicia en el País de las Maravillas», reflejaba perfectamente el efecto de «distorsión de la imagen» que propiciaba la ingestión del LSD: «One pill makes you larger and the other makes you small» («Una píldora te vuelve más grande y la otra te hace pequeño».

Conciertos espontáneos, performances, bailes casi dionisicacos, «body paintings» que invadieron los cuerpos de tatuajes... Así fueron las ocupaciones masivas de sus parques que vivió la ciudad de San Francisco durante este periodo. Y, como principio movilizador de esta orgía perpetua, el LSD y la persecución de una «experiencia de lo maravilloso», por la que aquellos jóvenes utópicos aspiraban a romper con los hábitos de lo cotidiano y a sumergirse sin cautela alguna en el torrente de lo salvaje. A través de la psicodelia, la cultura «hippie» abrazó el sueño de sustraerse a los poderes manipuladores de la época y de vislumbrar un nuevo significado de lo real mucho más excitante e intenso. El LSD sirvió como refugio frente a la peor cara del «american dream», como el entorno experiencial propicio para superar la brecha que separaba el yo del mundo de en derredor, y propiciar así un sentimiento de armonía universal.

En rigor, el empleo de drogas con fines «escapistas» posee una larga y fecunda tradición cultural: Baudelaire, Rimbaud y Cocteau consumieron opio con frecuencia; Aldous Huxley ensanchó la puertas de la percepción a través de la mescalina; incluso el movimiento Beat, tan influyente en la configuración del mundo «hippie», introdujo en su estilo de vida drogas como la marihuana y el peyote. Pero, en ninguno de los casos, una droga –como fue el caso del LSD– se había empleado como símbolo y argamasa de una amplia comunidad. El LSD fue, sin duda alguna, el principal «lugar» de encuentro de toda la comunidad «hippie»; más allá de la moda y de otros hábitos diarios, constituyó el auténtico «estilo colectivo» adoptado por esta comunidad. No en vano, fue en 1966 –año en el que LSD todavía era legal–, cuando, en la mítica Hight Street de San Francisco, se creó la Psychedelic Shop –un establecimiento orientado a facilitar información sobre drogas a todos aquellos interesados en el tema–. Poco tiempo pasó antes de que esta iniciativa trascendiera su inicial objetivo funcional y se convirtiera en el auténtico espacio de desarrollo del movimiento «hippie», por encima incluso de espacios públicos como el Golden Gate Park. El ejemplo de la Psychedelic Shop cundió rápidamente, y en el mismo centro urbano de San Franciso aparecieron locales similares que actuaron como principal correa de transmisión de las propiedades «maravillosas» del LSD.

Aquello que hoy en día se denomina «filosofía del amor» no resulta concebible sin el apuntalamiento facilitado por el LSD. El propio Cary Grant atribuyó a esta droga la posibilidad de definir de un modo diferente la vida; evidencia palpable de que, más que una adicción mayoritaria, el LSD se articuló como un acontecimiento epocal que desbordó los límites de una comunidad local.