Artistas

Flores muertas

The Mamas & The Papas y Grateful Dead, con sus distintos enfoques, encarnan las contradicciones de las utopías de los sesenta

Una imagen de la banda The Mamas & The Papas. John Phillips es el primero por la derecha
Una imagen de la banda The Mamas & The Papas. John Phillips es el primero por la derechalarazon

The Mamas & The Papas y Grateful Dead, con sus distintos enfoques, encarnan las contradicciones de las utopías de los sesenta.

Es innegable que la floricultura recibió un decisivo empujón por parte del verano del 67. Los hippies podían haber escogido cualquier otro símbolo para la paz y el amor (desde la bandera blanca a un corazón o cualquier otro signo más o menos orientalista), pero, llevados de un visionario protoecologismo, escogieron las flores como contraseña. No es raro, porque la tercera pata del asiento ideológico hippie –aparte de la paz y el amor– era el anticonsumismo. Las flores, en tanto que cosa natural y de una belleza gratuita, parecían lo más opuesto al codicioso beneficio económico. Su aura se demostró efectiva y alargada pues las encontramos casi diez años después en la bocana de los fusiles de la revolución portuguesa. Pero el protocolo adecuado, a principios de 1967, era ponérselas en la melena. Lo decía una de las primeras canciones que se hicieron populares en las acampadas hippies: «si vas a San Francisco, asegúrate de llevar flores en el pelo». La cantaba Scott McKenzie pero había sido compuesta por John Phillips de The Mamas & the Papas.

No hay dos grupos musicales más iluminadores sobre las luces y sombras del «verano del amor» que The Mamas & the Papas y Grateful Dead. Ambas bandas provenían del ambiente de músicos populares que, como Bob Dylan, se interesaron por el folk en Estados Unidos a finales de la década de los cincuenta. Cuando ese movimiento se cruzó con la contracultura universitaria americana de principios de los sesenta, la banda sonora del verano del amor estuvo servida. Ahora bien, las dos bandas tuvieron unas diferencias de enfoque tan fundamentales que muestran a la perfección las diversas maneras de reaccionar frente a las contra- dicciones de la utopía. The Mamas & the Papas estaba formado por dos chicos y dos chicas, sus portadas eran siempre voluntariamente amables y simpáticas, se centraron sobre todo en la canción armónica, evocadora. A pesar de ser la televisión el principal enemigo consumista del ideario hippie, no mostraron problemas para participar en especiales navideños. Incluso sus arreglos musicales no hacían ascos a integrarse en la corriente principal de sonido que estuviera de moda. Los únicos momentos conflictivos de su carrera se debieron a líos sentimentales entre sus componentes y al fin prematuro de su cantante de mejor voz, Mama Cass Elliot, vencida por problemas de obesidad.

Frente a ellos, Grateful Dead nunca gustaron de jugar a las cocinitas, como su nombre (Los muertos agradecidos) bien indica. Estaban formados por una amplia tribu de músicos feúchos que proveían de diversas escuelas: el folk, el blues, el jazz, etc. Con tal bagaje, su música era una investigación constante sin desdeñar las piezas musicales de muchos minutos. Rehuían aparecer en las portadas y preferían usar complicados dibujos enrevesados de buen impacto visual. No se prodigaron en la pequeña pantalla, conscientes de que la barbuda y diminuta imagen de tipos como Jerry García –su principal cerebro musical– estaba televisivamente tan contraindicada como un tanga en la indumentaria de un cow-boy. Duraron mucho más que The Mamas & the Papas (hasta final del siglo), si bien su carrera pasó por tantos altibajos que a veces rozaron, a pesar de su currículo, lo puramente marginal.

Los jipis se comportaron siempre como si las flores no fueran cosa de un día, como si no se las llevara el viento, como si no se pudrieran. La realidad mostró que no es así, pero hizo asomar otra paradoja: la de que la putrefacción produce un compuesto que puede ser abono de muchas cosas. De hecho, varias de las posteriores propuestas de la socialdemocracia y el Estado del bienestar (argumentos aceptados hoy a derecha e izquierda) pueden encontrarse ya en la revisión de valores que propuso el «Verano del amor». Las flores se pudren –qué duda ca-be–, pero crean a veces un interesante abono.