Teatro Real
Joan Matabosch: «Se quejan de la crisis del disco, pero hay una crisis de decencia»
Director del Teatro Real. Pone rumbo a su Arcadia vacacional, maleta en mano. «Soy de los que no necesitan perderse en ningún sitio concreto para tomar conciencia de lo que vale la pena». Ahí queda
Es incombustible y de verbo ágil. El director artístico del Teatro Real repone fuerzas (¿de verdad las necesita o tiene para dar y regalar?) para empezar el curso a lo grande.
–¿Cuál fue la primera ópera que escuchó?
–«Fedora» de Giordano en una representación del Liceu de Barcelona en la que cantaba el mítico Giuseppe di Stefano, ya al final de su carrera. Era un niño de aproximadamente cinco años, pero lo recuerdo perfectamente.
–Hablando del niño que fue, ¿echa de menos los veranos de la infancia, los bocadillos de pan con chocolate?
–La memoria es tener recuerdos. La nostalgia es que ellos te tengan a ti. Yo soy de los que tienen bastante memoria y escasa nostalgia. En su día seguramente me gustaba el pan con chocolate y quizá se trate de un recuerdo agradable. Pero acabas descubriendo manjares mucho más apetecibles. Lo primero que conociste no necesariamente es lo mejor.
–¿Hay compositores más cinematográficos que otros?
–De hecho los hay extraordinarios que no solo son «cinematográficos», sino que, de hecho, han escrito para el cine partituras espléndidas: Miklos Rozsa, Erik Korngold, John Williams, James Horner y muchos otros.
–¿Cree como dice Woody Allen que al escuchar a Wagner dan ganas de invadir Polonia?
–Es muy sano tomarse a Wagner con un punto de distancia irónica, pero esto no le quita el mérito de habernos legado algunas obras maestras y una nueva concepción del drama musical que ha cimentado toda la historia posterior del teatro musical. Por lo demás, Woody Allen hace bien en reírse de todo y Wagner no puede ni debe ser una excepción.
–¿De qué dan ganas cuando se escucha a Verdi?
–Supongo que deberían darnos ganas de unificar Italia...
–¿Y a Mozart?
–Eso ya merece un genuflectorio...
–¿Cree que con usted en el coliseo ha llegado la tranquilidad?
–Eso no lo tengo que decir yo. Dudo mucho que la palabra «tranquilidad» sea, en general, aplicable a un teatro de ópera y a mí mismo. Digamos que se ha impuesto una dinámica de trabajo en equipo, una planificación que permite ahorrar costes en los proyectos ambiciosos y una colaboración sólida con otros grandes teatros que va a repercutir muy positivamente en la proyección internacional de la marca Teatro Real.
–¿De dónde saca la energía?
–Una publicación inglesa me definió una vez como una dinamo. Ya ve que no es la única en hacer esta observación. Yo no me veo desde lejos y no puedo opinar.
–¿Qué les dice a quienes aseguran que no entienden la ópera, que no tienen oído?
–La ópera no tiene que ver con el oído, sino con la inmensa capacidad de expresión de una forma artística capaz de integrar otras artes. Es el «baño de los sentidos» que decía Thomas Mann o el «espejo del espectador» para Wilde.
–¿Sigue siendo cara la ópera o es un eterno pretexto para los que no son capaces de encontrar otro?
–Las dos cosas. Es cara y los teatros deben esforzarse en facilitar el acceso a los jóvenes con iniciativas como las entradas de «último minuto» del Real: alrededor de 10 euros. Pero también es cierto que se acusa a la ópera de tener precios altos, que luego resulta que son muy similares a los de otras manifestaciones artísticas y deportivas a las que nadie tacha de elitistas ni prohibitivas. En definitiva, también hay mucho de tópico y de lugar común.
–¿Qué hace cuando quiere descansar de todo?
–Leer, cenar con amigos, viajar, asistir al teatro, cine, danza, conciertos, exposiciones. Incluso ir a la ópera.
–Defina a Joan Matabosch.
–Mejor que conteste usted esta pregunta. Y todavía mejor si antes se deja invitar a unos gin-tonics para que su avanzado estado etílico excuse una cierta indulgencia... Soy un bípedo caucásico.
–Genial. Dígame qué ópera le fascina y por qué.
–Muchas de las de la próxima temporada merecen figurar en ese listado. Por ejemplo, «Alcina» de Haendel, que se estrenará en octubre. No se la pierda. David Alden la convierte en un maravilloso homenaje al teatro.
–Jonas Kauffman ha dicho a sus seguidores a través de Facebook que no compren el disco que publica Decca de arias de Puccini porque se ha editado sin su consentimiento. ¿Cree que le harán caso? ¿Tanto poder tienen las redes sociales?
–Lo ignoro, pero es saludable que un artista desenmascare las artimañas de algunas discográficas para volver a vender como novedades productos que sus potenciales compradores realmente ya han adquirido y por los que tienen la osadía de pretender que vuelvan a pagar. Se quejan de la crisis del disco, pero hace años que también hay una crisis de decencia.
–¿Es un hombre tecnológicamente avanzado?
–Como usuario, sí. En su esencia, no sabría decirle. Uno acaba acostumbrándose a la tecnología hasta el punto de preguntarnos si resultaba posible la supervivencia antes de disponer del último avance irrelevante. Y, la verdad, no sólo era posible la supervivencia, sino que teníamos más privacidad, más autonomía y más tiempo libre.
–¿Realmente cree que el público de la ópera es soberano y tiene la última palabra?
–Desde luego, pero el teatro es el responsable de que el público ejerza su soberanía con una gran curiosidad por descubrir lo que se le propone, y no tanto por recordar lo que ya cree que conoce. Descubrir es algo activo, dinámico, que requiere que pongas algo de ti mismo. Recordar, en cambio, es algo pasivo y mucho menos exigente. Ambas son actitudes gratificantes, pero la primera lo es de una forma mucho más intensa. Es el teatro quien tiene la responsabilidad de favorecerlo.
✕
Accede a tu cuenta para comentar