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Sara Baras: «Uno siempre vuelve a los lugares donde empezó a amar la vida»

Bailaora. Recuerda en «Voces» a los más grandes del baile y del cante. Y se quita de encima, como puede, este calor de estío insoportable. En el escenario se la ve como en casa, la mar de cómoda.

Sara Baras: «Uno siempre vuelve a los lugares donde empezó a amar la vida»
Sara Baras: «Uno siempre vuelve a los lugares donde empezó a amar la vida»larazon

Bailaora. Recuerda en «Voces» a los más grandes del baile y del cante. Y se quita de encima, como puede, este calor de estío insoportable. En el escenario se la ve como en casa, la mar de cómoda.

De Cádiz al mundo siempre con billete de vuelta, porque hace unos años Sara Baras decidió regresar a esas raíces vitales que dieron forma a su tronco artístico: bailaora, coreógrafa y, casi sin darse cuenta, empresaria, que una cosa llevó a la otra en un proceso natural. Hoy presenta en Madrid su último espectáculo, «Voces», un recuerdo sentido y vivido a Paco de Lucía, Camarón, Antonio Gades, Enrique Morente, Moraito y Carmen Amaya, nombres del flamenco con los que creció, a algunos de los cuales conoció y que le han dejado ese poso de nostalgia dulce de quien ha estado al lado de genios que además cultivaban el arte de ser buenas personas. Como ella, que está implicada en una labor solidaria, «Mi princesa Rett», que ayuda a las niñas que padecen el síndrome de Rett. Para pasmo del público, Baras suele terminar sus actuaciones poniéndose una de sus camisetas. Otra forma de hacer arte.

–¿Cómo se ve la vida desde Cádiz?

–Este lugar está bendito. En Madrid aprendí muchísimo, pero uno siempre vuelve a los lugares donde empezó a amar la vida. Sobre todo la gente, que contagia el buen humor, la alegría a pesar de la crisis económica tan brutal que están viviendo. Pero como ya se vio en mi espectáculo «La Pepa», la actitud de este pueblo es maravillosa: tienen fuerza, esperanza y muchas ganas de vivir y de salir adelante.

–«Voces» se articula a partir de la desaparición de grandes del flamenco.

–Fíjate, la muerte de Paco de Lucía fue dolorosísima y, desde ese dolor hemos conseguido crear un espectáculo alegre, positivo, que te alimenta el alma, te arropa y hace que me supere. Es una de las experiencias profesionales más bonitas. Tenía la necesidad de agradecerle a él, y al resto de genios que homenajeo todo los que nos han dado, porque nos abrieron las puertas a todos.

–¿Qué le dio Paco de Lucía?

–Muchos y buenos consejos, como que nunca me olvidase de dónde vengo y qué es lo que te mueve para dedicarte a esto. La riqueza del flamenco está en la variedad; la personalidad de los artistas ya procura que cada uno seamos diferentes dentro de una ortodoxia. Paco era un genio y, a la vez, tan humilde.

–¿Le sigue teniendo presente?

–Antes de empezar el espectáculo hablo un poquito con él. Las primeras actuaciones de «Voces», tres minutos antes de que se levantase el telón me derrumbaba; ahora es distinto: siento los cristalitos en el estómago y me digo «venga, Sara, que no estás sola, mira qué bonito que la gente venga a verte a ti». Es una responsabilidad muy bonita. También me acuerdo de Antonio Gades, del Moraíto, con ese humor: se retrasaba un vuelo y, en vez de enfadarse, sacaba la guitarra y se ponía a tocar. Y tuve la suerte de conocer a Camarón cuando era muy pequeña. Me decía «aprende mucho y ten presente tus raíces». Son frases que se te quedan clavadas.

–Para una bailaora como usted, ¿pesa mucho la leyenda de Carmen Amaya?

–No, a mí me encanta no sólo como maestra, bailaora, mujer... Fue muy valiente y demostró mucha fuerza en unos tiempos muy difíciles para las féminas. Me encanta su estilo: esos pies que se mueven tan rápidos y cómo se giraba con tanto nervio. No la conocí, pero dicen que algo de ella tengo en mi forma de bailar tan fuerte y sin olvidar la dulzura y la feminidad.

–¿El flamenco es machista?

–No lo he vivido, pero dicen que era así. Es verdad que en los espectáculos se pedían menos mujeres. Era otra época, sobresalían algunas, pero otras estaban ocupándose de la casa, de las cenas de los niños... ¡como para hacer una gira de dos meses! En cambio, los hombres sí podían hacerlo. Eso marca una diferencia.

–¿Ser gitano da más legitimidad para ser flamenco?

–No tiene nada que ver. Es cuestión de talento. El flamenco no es un trabajo de ocho a tres, es una forma de vida muy de piel, de sentimiento y de mucho trabajo. Sin corazón no habría existido este género musical. Camarón era gitano y Paco payo, ¿y? Hicieron unos discos y unos espectáculos que no pueden ser más modernos.

–¿Cómo se expresa mejor, hablando o cantando?

–Soy más yo misma bailando. En el baile llega un momento en que te olvidas de todo y te dejas llevar por tu corazón. ¡Expresarse con el cuerpo es tan bonito! Intento contar historias que dibujo en el aire con mi cuerpo. Siempre pienso: «¿Cómo se desahoga la gente que no baila?». A mí me da la vida.

–Vale, pero no la veo yo en una discoteca.

–Jajaja. No, pero escucho de todo, Josep Carreras –mi abuelo era pianista clásico–. Chavela Vargas. Y desde que tengo un hijo, que por cierto desde que soy mamá disfruto más del baile, me sé todas las canciones infantiles de Bob Esponja, Dora la exploradora.

–Una curiosidad, ¿le duelen los pies después de bailar?

–Nada, a pesar de llevar los tacones horas y horas no soy de esas bailaoras de dolerme los pies y tener que meterlos en hielo.

–¿Cuántos pares de zapatos tiene?

–No tantos como se pueda pensar. Los de baile siempre tienen que estar hechos a medida, porque es mi instrumento. No tienen que ser nuevos: duelen mucho y tampoco tienen el sonido hecho. Hay que amoldarlos a tu pie.