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Adiós a los idiomas
Tener más o menos lenguas ha dejado de ser una barrera. Tecnología, electroencefalogramas e internet se han unido para que el habla no suponga un problema
A la hora de viajar a destinos exóticos, la mayor traba no es el dinero, el tiempo o la distancia, sino las dificultades idiomáticas. Al menos así era unos años atrás. En 2013 se produjo en la Universidad de Washington un hecho desconcertante y aún así esperado por muchos. Por medio de electroencefalogramas y conexión a internet, dos científicos, Rajesh Rao y Andrea Stocco, neurocientíficos de la citada institución, conectaron sus cerebros y pudieron enviarse pensamientos y provocarse mutuamente movimientos musculares.
Para los expertos que analizaron el avance, no constituyó ninguna sorpresa. El doctor José Luis Cordeiro, ingeniero del MIT y profesor de la Singularity University, declaró que «los idiomas comenzarán a desaparecer en veinte años. Nos comunicaremos por medio de dispositivos o implantes cerebrales. Esto cambiará radicalmente la velocidad y el ancho de banda de las comunicaciones humanas».
La predicción parecía, en aquellos tiempos, ciencia ficción. Pero como ocurre con las grandes innovaciones, el cambio fue paulatino y la humanidad apenas se dio cuenta de la importancia y radicalidad del impacto de esta tecnología hasta que se convirtió en habitual. Un ejemplo de esto eran los rudimentarios traductores de Bing (Microsoft) o Google, que en 2014 tenían más de 300 millones de usuarios y traducían a más de 70 idiomas. Y nadie los consideraba particularmente asombrosos. Ni siquiera destacables.
En 2014, la empresa española ABA English creó una app que fue descargada por más de 4 millones de alumnos distribuidos en más de 200 países del mundo. Un año más tarde lanzó su proyecto para aprender inglés con películas y democratizar la enseñanza del idioma. Y, en 2016 se volvió casi global cuando los grandes estudios cinematográficos se unieron a ABA y crearon una app que permitía escuchar cualquier película en el idioma elegido. Bastaba sincronizar la app con la señal de cinco segundos antes de que comenzara el filme y en los cascos se podía escuchar el audio en japonés, inglés, tagalo, hindi o árabe.
Pero la tecnología siguió progresando y los dispositivos de electroencefalografía se volvieron tan pequeños y aumentaron tanto su potencia de lectura que fue posible colocarlos en gafas y así comunicarse directamente por medio de ondas cerebrales. La otra opción, mencionada por Cordeiro, eran los implantes neuronales para aprender idiomas. El doctor Gary Marcus, de la Universidad de Nueva York, y el doctor Christof Koch, investigador principal del Instituto de las Neurociencias de Seattle, anticiparon en un artículo la importancia de los nanoimplantes para salvar las barreras idiomáticas. Y predijeron que antes de 2030 ya estarían en el mercado. Y aun así, en aquellos años, quedaba aún una barrera en la comunicación: el diálogo entre especies. Científicos, organizaciones de protección animal y también turistas estaban sumamente interesados en este ámbito de la comunicación. Los pioneros que permitieron que hoy empecemos a comunicarnos con delfines fueron Denise Herzing, bióloga conductual y fundadora del Proyecto Wild Dolphin y Thad Starner, especialista en Inteligencia Artificial de la Universidad Tecnológica de Georgia. Entre ambos crearon un traductor que identificaba los sonidos de estos mamíferos y los convertía en expresiones comprensibles a los humanos.
Así, como anticipaba Cordeiro, la tecnología cambió radicalmente la comunicación... pero no sólo entre humanos.
Fuente: La comunicación entre dos cerebros, realizada en la Universidad de Washington, es real. Al igual que las palabras del dr. Cordeiro, el artículo de los doctores Marcus y Koch y el Proyecto Wild Dolphin, los dos científicos mencionados y sus logros.
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