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Picaresca en la España imperial

El Siglo de Oro español es la época dorada de la picaresca, el apogeo de la inventiva, la artimaña y la lucha por la supervivencia.

Cuadro de Bartolomé Esteban Murillo, «Cuatro figuras en un escalón»
Cuadro de Bartolomé Esteban Murillo, «Cuatro figuras en un escalón»larazon

El Siglo de Oro español es la época dorada de la picaresca, el apogeo de la inventiva, la artimaña y la lucha por la supervivencia.

Por las turbias calles de las grandes ciudades como Sevilla, Madrid, Valencia, Valladolid o Toledo pululaban los jóvenes pillines que vaciaban las bolsas de los descuidados o hurtaban la fruta de los improvisados tenderetes; los tahúres, sentados en sus endebles bancos de las casas de conversación, recibían con disimulo la señal casi imperceptible de un observador o una camarera conchabados con él para ganarse unas perras en una buena apuesta a los naipes; los falsos mendigos se pintaban llagas o se automutilaban para que el paseante se apiadara de ellos y soltara una limosna, y las «tapadas» o busconas –prostitutas a tiempo parcial– proponían trato a cualquiera que llevara algunas monedas en el bolsillo, en especial si venía de tomar unos vinos y no sentía tanto apego por ellas. Poderoso caballero es don Dinero...

Pero detrás de esta imagen en cierto modo simpática que plasmaron las plumas de genios literarios de la talla de Cervantes, Quevedo o Mateo Alemán, la realidad del ciudadano de a pie era menos halagüeña, y el pan rancio sabía a lo que sabía. A menudo, la delincuencia común y el crimen organizado se daban de la mano, y las pendencias surgidas tras un calentón –a nadie gusta encontrar a su mujer en la cama con un extraño– con frecuencia terminaban con un cadáver en el suelo, y otro colgando de la Tbridad. Los desperdicios e inmundicia se hallaban por todas partes, mezclándose con el agrio olor a orín y a podredumbre. Ratas, piojos y todo tipo de parásitos –mal menor comparado con la bacteria Treponema pallidum, causante de la sífilis, el «mal francés»– campaban a sus anchas.

Coincidiendo con una crisis económica y demográfica sin precedentes, que en especial se agudizó a partir de finales del siglo XVI con el auge de los precios y el aumento de la presión fiscal, buena parte de la población quedó expuesta a vivir bajo el umbral de la pobreza. Muchos villanos buscaron mejor suerte en las ciudades, aunque allí hallaron escaso cobijo, muy pocas oportunidades de trabajo (honesto) y una mayor exposición a las epidemias. Las autoridades públicas no restaron indiferentes a este problema. La Iglesia hizo sus obras de caridad en hospitales y casas de recogidas (prostitutas arrepentidas), mientras que los más implicados intentaron desarrollar una serie de propuestas que en ocasiones tuvieron eco por parte de las instituciones civiles y se plasmaron en ordenanzas destinadas a reducir la miseria (las llamadas «leyes de pobres»). El propósito de estas no era otro que desviar a los hospitales a los verdaderamente necesitados, a las cárceles (o a los remos de galeras) a los incorregibles y al trabajo a los que pudieran resultar útiles. Muchas veces se intentaba censar a los indigentes y regular el hecho de que puedan o no pedir limosna, otorgándoles a estos últimos autorizaciones, previa confesión. Holgazanes not welcome. Imaginen a alguien con un cartel de «pobre con licencia».

Pese a todos los intentos, la pobreza y la miseria se revelaron como caóticas e incontrolables, y la mayor parte de los esfuerzos terminaron resultando ineficaces y no consiguieron más que estigmatizar todavía más la mendicidad. El pobre seguía siendo pobre, aunque tuviera prohibido mendigar.

Para saber más

«PÍCAROS EN EL SIGLO DE ORO», nº 44

Arqueología e Historia, nº 20

Desperta Ferro Ediciones

68 págs

7€