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«Orphan Black»: La ética científica cuestionada desde el feminismo
En lugar de concluir con un trepidante clímax dramático, la serie dedica sus 25 minutos finales a contemplar las vidas de las cuatro principales protagonistas, que finalmente experimentan juntas la verdadera libertad
En lugar de concluir con un trepidante clímax dramático, la serie dedica sus 25 minutos finales a contemplar las vidas de las cuatro principales protagonistas, que finalmente experimentan juntas la verdadera libertad.
«Orphan Black» ha alcanzado tal complejidad argumental que entender los pormenores de su historia ha llegado a ser tarea hercúlea incluso para quienes han seguido meticulosamente sus cuatro primeras temporadas. Y aunque ese grado de intrincamiento es parte de lo que inicialmente hizo de ella una serie altamente adictiva, con el paso de los episodios se convirtió en un lastre.
Con su quinta y última temporada recién estrenada en España, no está de más repasar esa evolución. Creada por John Fawcett y Graeme Manson, emergió por sorpresa en el panorama televisivo con una impactante premisa: al principio de su primera temporada una joven estafadora, Sarah Manning, descubría ser parte de un grupo de clones –entre ellos, una brillante científica, una supermamá, una máquina de matar criada por una secta religiosa, una policía y una despiadada empresaria– creados por un siniestro experimento científico. A medida que una parte de esas mujeres trabajaban junto a Sarah para descubrir la conspiración que explicaba su mera existencia, y que para ello se enfrentaban a otra parte de ellas, «Orphan Black» fue proporcionándonos dosis de humanidad y de emoción insólitas en el ámbito de la ciencia-ficción.
Por supuesto, a ello sin duda ha contribuido el monumental trabajo ofrecido por la actriz Tatiana Maslany en la piel de hasta una docena de clones, dotando a cada uno de ellos de una personalidad única –sin más ayuda, ojo, que una variedad de acentos y cortes de pelo y, sobre todo, mucho arte interpretativo–, incluso cuando varios de esos personajes aparecen juntos en la misma escena y el mismo plano, o cuando uno de esos clones se hace pasar por otro y entonces quedan especialmente claras la sutileza de Maslany y la química que derrocha consigo misma.
En el proceso, mientras hacía gala de un perverso sentido del humor y una saludable consciencia de la ridiculez consustancial a su premisa, «Orphan Black» se reveló como una intriga conspiranoica llena de acción, suspense y violencia; de oscuras corporaciones, fanáticos religiosos, espías, y policías corruptos y científicos que intentan poner la genética humana patas arriba; de giros argumentales y referencias a «La isla del Doctor Moreau», la mitología griega, el «Pigmalión» de George Bernard Shaw, Francis Bacon y Charles Darwin, entre otras fuentes; y de elementos de debate sobre el conflicto entre la ciencia y la religión e interrogantes sobre el papel que la ética debería jugar en el desarrollo científico, del todo pertinentes en un mundo cada vez más consciente de las posibilidades y los peligros del transhumanismo.
Sin embargo, decíamos, la acumulación de «doppelgängers» y villanos, de piruetas narrativas y tramas adicionales sobre clones masculinos entrenados militarmente hicieron que, alcanzada la mitad de la cuarta temporada, una serie en su momento absorbente llegara a resultar extenuante. Era imperioso que el nudo empezara a deshacerse. Y por fortuna eso es precisamente lo que sucedió a partir de entonces y sobre todo durante esta última tanda de episodios.
Encabezadas por Sarah, el grupo central de clones vuelven a tener espacio narrativo para ser humanas de nuevo y, a media que tanto ellas como nosotros vamos por fin obteniendo respuestas, la serie va dejando que sus connotaciones feministas emerjan finalmente a la superficie. En última instancia, después de todo, habla de mujeres que ven cómo su código genético es patentado, sus óvulos recolectados y sus cuerpos esterilizados a menudo por hombres muy poderosos. Y que frente a esa agresión deciden apoyarse las unas a las otras y tomar el control de sus vidas, sus cuerpos y sus propias capacidades reproductivas. Las reflexiones que en el proceso estimulan no han hecho sino ganar relevancia desde que la serie vio la luz en 2013.
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