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¿Qué milonga nos contarán ahora?
or fin he podido sentarme a escribir en una semana de locos en la cual no he tenido ni un momento para mí. Esos momentos tan necesarios en los que te dedicas a perder el tiempo y ordenar tu mente de tantos estímulos de todo tipo que recibimos porque Madrid siempre es una fiesta, pero en estas fechas pre-Navidad es más bien una locura. El problema es que toda esta farándula debe compaginarse con nuestro trabajo y eso es lo agotador. Hoy he soñado todo el día con este momento de recogimiento y soledad en el cual escribo, disfrutando muchísimo y pensando en las personas que puedan leerlo. Me gusta esperar al último momento del viernes por la tarde. Me produce una especie de vértigo, de prisa, que me estimula. Si esta crónica consigo que llegue a tiempo antes de cerrar la redacción será un milagro, pues eso es exactamente lo que me pone. Normalmente soy muy ordenada y tengo bastante rigor en mi vida laboral, exceptuando esta crónica que siempre sale en el último momento. La vida social este mes de noviembre ha sido para morir en el intento. En una semana se celebraron tres eventos fantásticos seguidos. Mi favorito, el baile de máscaras que organizó Dior en el Palacio de Santoña, en el que nos trasladamos al siglo XVIII en Venecia. También nos ha visitado el gran Manolo Blahnik , ese español internacional que ha calzado con sus maravillosos zapatos a mujeres que los adoran. Los «manolos», nombre con el que nos referimos a ellos, son preciosos y los únicos con los que puedes estar una noche bailando sin parar con 12 centímetros de tacón sin morirte de dolor de pies. Blahnik es un zapatero que conoce bien el secreto de una buena horma. El Museo de Artes Decorativas de Madrid acoge una exposición maravillosa de lo más importante y bello de su obra. No deben perdérsela.
Podría seguir enumerando muchos más eventos, incluido un almuerzo en mi casa para doce amigas que hubiese sido una comedia de humor si nos hubiesen grabado. No se imaginan todo lo que pueden hablar, pisarse la palabra las unas a las otras y, cómo no, reírse hablando de sexo y amantes de una forma muy libre y deshinibida. Las mujeres somos mucho menos pudorosas a la hora de contarnos nuestras cosas y es una de las mejores terapias para evitar ir al psicólogo.
También hablamos de la belleza de las cosas, de las formas, de tratarse con afecto, de educación, de modales y de orden en un mundo tan convulso y absurdo como el que estamos viviendo. Pienso que solo la cultura y la belleza pueden salvarnos de esta mediocridad. El culto a lo bueno, bello y veraz, a lo auténtico que reconforta y reconcilia con el ser humano. Porque un pueblo es rico cuando tiene cultura y modales. Sin embargo, nuestros representantes políticos parece que vivan de espaldas al mundo de la cultura, inmersos en discusiones y mentiras a los ciudadanos, en un mundo paralelo contrario a lo que nos interesa a los que les hemos votado. A ellos lo único que le interesa es medrar y hacer caja. Y hablando de políticos que avergüenzan, tenemos a su máximo representante en Puigdemont, ese tipo esperpéntico que se dedica desde Bélgica, cual iluminado, a mentir y desprestigiar a España en un intento de justificar su locura y cobardía. Yo pregunto algo que me ronda sin parar por mi cabeza. ¿Pero no tenemos un embajador en Bruselas que salte a la palestra para tapar la boca a este impresentable y defender la dignidad de España? Y también pregunto cuáles serán las nuevas recetas del independentismo después de mentir todo lo que puedan ante el juez esos presos preventivos del Govern acatando la Costitución y el 155 para librarse de la cárcel. No será cosa de ponerse a vocear la república al día siguiente en un mitin. La gran duda de la campaña electoral será qué van a inventar para seguir engañando a sus votantes. Mientras tanto, empezaremos a comprar el turrón y nos tomaremos unos días de descanso aprovechando este puente. Que ustedes disfruten.
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