Pintura
50 Fridas para un pincel
El pintor Fausto Velázquez ultima una exposición de retratos de la artista mejicana, que recorrerá NY o Tokio tras estrenarse en Sevilla en abril
«He sido infiel a Frida alguna vez en estos años». No es Diego Rivera, marido de la artista mejicana más conocida internacionalmente, el que firma la confesión. Es Fausto Velázquez, pintor sevillano de La Algaba, cuyos cuadros desde hace casi un lustro tienen todos –excepto esos affaires confesados– el rostro del mito Frida Khalo. La mejicana te recibe en su casa-estudio, te invita a tomar asiento, te escruta desde cualquier rincón de la estancia principal, sola en compañía de otras ella. Mira de frente y aunque es la misma ninguna se parece. «El pintor siempre se retrata a sí mismo, sus emociones ante las cosas. Si se es honesto, el estado de ánimo se refleja en la pintura», mantiene Velázquez. Es en los ojos de Frida donde identifica ese instante propio. «Me interesa la gente que cuando se va, la sociedad ya no es la misma», dice sobre esta «neurosis canalizada» dando vida a la pintora, de la que precisamente su obra es lo único que no admira.
Pinta en casa, sobre la mesa, con el lienzo enmarcado –«como Picasso y no es que me esté comparando con él»–, y ultima una colección de 50 retratos de tema único e inacabable. «Frida Khalo. La vida como en el arte» se estrenará a pocos pasos de su casa-estudio, en El Apeadero del Ayuntamiento cuando pase la Semana Santa y antes de que llegue la Feria, dos semanas de «impasse» en las que la ciudad se recupera para volver a empezar. Después vendrán Madrid, Tokyo, París, Nueva York, La Algaba y por supuesto Méjico, donde «residen» algunos de sus retratos. Su Frida también acompaña a un declarado admirador de la cultura mejicana y sus gentes –no solo de entrevistas a capos de la droga vive el hombre–, el actor norteamericano Sean Penn, poseedor de la mayor colección sobre Khalo junto a su ex Madonna. Fue otra gran estrella, Madeleine Stowe, la que regaló por su cumpleaños a Penn una de las obras del sevillano, que se mueve por el círculo hollywoodiense con la misma soltura que por entre los «aperos» de pintura.
Frida se le cuela en el discurso al referirse a una amiga e incluso hubo alguna que le insistió para «colarse» en la exposición. Al principio, sopesó la idea de retratar personalidades ataviadas como la artista pero acabó por imponerse su singularidad. «Todavía tengo cuatro o cinco cuadros más en la cabeza». Entre tantos, parecería complicado escoger. «La que más me gusta es siempre la última, como en el amor», afirma convencido.
Velázquez –«artista desde los siete años, como decía mi cuñado»– ha buceado en la dramaturgia –con el Teatro Algabeño–, fue galerista y profesor durante 33 años en un instituto hasta que regresó a la pintura, reencuentro último y definitivo. «Soy el artista emergente más viejo de Sevilla... –suelta con sorna– hasta que me adelantó Pepe Soto, que llevaba más de treinta años sin pintar».
De otro colega, Paco Molina –artista plástico de los setenta y activista cultural– recuerda que «decía que el pintor no pinta más que un cuadro en su vida. En la pintura china es normal que se empiece una obra con 7 años y ese mismo cuadro se termine a los 90».
El otro gran proyecto que ocupa su cabeza es componer en la Torre de los Guzmanes de su pueblo un museo con su colección de arte. Allí dialogarán Goya o su maestra Carmen Laffón con obras desde el siglo XIV. En total, un millar de piezas. «Estoy en una lucha contra el tiempo. Quiero dejar todo eso hecho en vida», explica. El Centro Andaluz de Arte Contemporáneo (CAAC) es otro candidato donde sus amigos aseguran que las obras estarían mejor conservadas. Pero La Algaba, donde tiene sus raíces, pesa, y mucho.
«Un hombre sin proyecto es un hombre sin futuro, igual que un país». Y así ve a España en el momento actual. De su política cultural –como si la hubiera– no opina. «Cuando se rasca no hay nada debajo», asegura Velázquez. Recela de la relación entre el mundo del arte y las finanzas. «Es alucinante. Algunos artistas no son más que marketing y escándalo. Dalí fue el primero que se vendió de esa manera cuando decía aquello de ‘yo soy el mejor artista del Universo, pero Picasso es la pintura’. Al menos tuvo lucidez para ver esa genialidad en el otro». Admite que «hay veces que ni yo mismo entiendo las exposiciones a las que voy. Desde los dadaistas y los surrealistas todo es arte, pero cualquier cosa no es arte», zanja. Por eso, cree que «muchas obras que están hoy en los museos acabarán en los sótanos y otras que están en los sótanos llegarán a los museos».
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