Pobreza
Administración rica, administrados pobres
«A la tierra 'imparable' se le agotaron los talentos en un par de eslóganes inanes»
«A la tierra 'imparable' se le agotaron los talentos en un par de eslóganes inanes»
Cuarenta años de socialismo y 102.000 millones de euros después, Andalucía sigue figurando entre las regiones más pobres de Europa, furgón de cola que abandonó episódicamente al ingresar en la UE esos países del antiguo bloque prosoviético que proveen al continente de acordeonistas con dientes de oro y bajan la media: ya hemos descendido a su nivel. Pregonada por la propaganda oficial como la «California de esta orilla del Atlántico» antes de ser la «Baviera del Sur», la realidad nos coloca a la altura de las minas yermas de Silesia y de la Transilvania desindustrializada. A la tierra «imparable» de la «segunda modernización» se le agotaron los talentos en un par de eslóganes inanes e invirtió en publicidad buena parte del dineral que trasegaron desde Bruselas, y todavía hay que escuchar a la zurdera protestar contra las políticas comunitarias o condolerse por nuestra condición de parque vacacional para visitantes prósperos. Para cobrar como alemanes, ¿no sería conveniente producir como alemanes? «La mitad de lo que gané jugando al fútbol se me fue en alcohol y mujeres. El resto lo malgasté», dijo George Best, el genio norirlandés, y podría parafrasearlo la Junta por el uso que le ha dado a los fondos de convergencia, cambiando sólo el trago por las subvenciones a amiguetes, vista la afición de algunos de sus altos cargos a las casas de lenocinio, que es hobby respetable mientras se pague del propio bolsillo. En todos los parámetros figura Andalucía como pobre de solemnidad, eso sí, excepto en uno: el gasto de la Administración por habitante, que supera con holgura las cotas bávara y californiana. Por eso, ciertos amigos del gobierno autonómico presumen de guardar billetes suficientes como «para asar a una vaca». La cleptomanía, sí, es el primer pecado de los sátrapas.
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