Asuntos sociales

«Ahora tengo un mundo lleno de posibilidades frente a mí»

Rafael Sánchez ha conseguido formarse y trabajar gracias al programa «Inout» de La Caixa y Arrabal tras media vida en prisión

Rafael Sánchez trabajando en el chiringuito
Rafael Sánchez trabajando en el chiringuitolarazon

Media vida en la cárcel marca el carácter, pero no acaba con la esperanza ni con las ganas luchar. Si no que se lo pregunten a Rafael Sánchez, de 51 años, que actualmente sigue cumpliendo condena en el Centro de Inserción Social Evaristo Martín Nieto de Málaga en régimen de tercer grado tras pasar 24 años en Alhaurín de la Torre

Media vida en la cárcel marca el carácter, pero no acaba con la esperanza ni con las ganas luchar. Si no que se lo pregunten a Rafael Sánchez, de 51 años, que actualmente sigue cumpliendo condena en el Centro de Inserción Social (CIS) Evaristo Martín Nieto de Málaga en régimen de tercer grado tras pasar 24 años –con sus días y sus noches– en la prisión de Alhaurín de la Torre. Mientras permanecía entre rejas fue seleccionado para participar en el programa «Inout», que promueve Obra Social La Caixa y la asociación Arrabal-AID en colaboración con Instituciones Penitenciarias. Una iniciativa pionera que consiste en ofrecer formación técnica en hostelería en la cárcel y luego se continúa de forma más específica en un CIS, con las correspondientes prácticas. Los participantes fueron 18 hombres y dos mujeres, que completaron las 290 horas del curso.

Uno de ellos fue Rafael, quien reconoce a LA RAZÓN que «ahora tengo un mundo lleno de posibilidades frente a mí». Pero no todo ha sido color de rosa. Entró en prisión en los años 80 y, entonces, la cárcel era muy distinta. «A mí durante muchos años no me ha enseñado nada. Había que sobrevivir. La prisión castigaba y no rehabilitaba». Tan oscura fue aquella primera etapa que «salía uno peor que cuando entraba». De hecho, ingresó de nuevo en 2013, «por temas de drogas», pero su vida dio un giro cuando se integró en la Unidad Terapéutica Educativa (UTE). «Ahí vi el cielo abierto. Vi la oportunidad y la aproveché», reconoce. En este dispositivo aprendió que «se puede vivir sin drogas» pero, sobre todo, «recuperé valores que había perdido, como el respeto». Pasó dos años en la UTE y, a la vista de su buena trayectoria, le ofrecieron participar en el programa. «Andrea Durán, de Arrabal, me hizo una entrevista y me seleccionaron. Fui uno de los 20 que iban a hacer el curso».

En las primeras sesiones, por la mañana, recibía clases sobre las habilidades que debe tener un camarero: llevar bandejas, cómo servir un café y normas básicas de manipulación, preparación y conservación de alimentos y bebidas. Por la tarde se trabajaba la actitud. «Nos enseñaban las actitudes que hay que tener en el trabajo, situaciones que se te pueden presentar y que hay que saber afrontar». Cuando pasó al CIS la experiencia fue de cara al público. «Estuvimos en unos salones –en la sede de Arrabal y de la hermandad del Rocío de Málaga– y ya allí servíamos, cogíamos comandas...». En definitiva, se trataba de aplicar las distintas técnicas con autonomía, acogiendo y atendiendo a los comensales.

Pero la prueba de fuego llegó cuando entró a trabajar en un chiringuito en la costa. «Estuve el mes de julio de prácticas y luego me quedé fijo hasta principios de noviembre, cuando cerró por el fin de la temporada». La experiencia fue tan positiva que confía en que le vuelvan a llamar en marzo, cuando el establecimiento reabra. «El local siempre estaba lleno y había gente esperando para coger mesa. Allí iba a trabajar, a demostrar lo que había aprendido. Terminábamos con una mesa, la cambiábamos y entraba gente nueva. Nos daban las seis y las siete de la tarde todos los días».

Ahora está buscando trabajo, una tarea que tampoco realiza solo. Acude dos días a la semana a Arrabal, donde asiste a sesiones de orientación laboral y actualiza su currículum. Mientras llega el ansiado regreso a los fogones, se muestra abierto a cualquier opción, como «barrer las calles, trabajar en una obra o de teleoperador». Rafael es realista y no quiere dar falsas esperanzas a compañeros que tienen cerca el régimen de semilibertad. «Ahora estoy parado y no quiero decir que cuando se sale de la cárcel hay un trabajo seguro porque la cosa está muy mal». Pero sí deja muy claro que «del mundo de la droga se sale». «Era egoísta para todo, también con la familia y conmigo mismo. Estuve a pique de perder la vida». El movimiento asociativo y los recursos que actualmente existen en prisión le ayudaron a salir de un agujero que iba cavando quizás sin saberlo.