Málaga
Boabdil libre, sedellanos liberados
Boabdil, el último monarca nazarí del Reino de Granada, ha desaparecido de los escudos de los pueblos blancos malagueños. Sus paisanos lo han querido. En Sedella, municipio de la Axarquía, los vecinos recibieron de su alcalde no hace mucho la gracia potestativa de votar una nueva bandera en referéndum. Era una opción entre cuatro. En la heráldica de este pueblo de 630 habitantes, así como en los de la comarca, ya no figura el Boabdil cautivo del escudo de armas del marquesado de Comares.
De aquellas gotas, estos mares. Lo explica en la plaza del Ayuntamiento Juan Antonio, vecino de Sedella. «Aquí se está perdiendo todo. El sentido es lo primero. Lo de bandera lo votaron cuatro gatos», dice refiriéndose al referéndum. Sin legitimidad de origen, cabe el intento una legitimidad de uso. «Pero hemos cambiado hasta la costumbre», dice Juan Antonio, a quien no le extraña que Vox haya sido la sensación de las elecciones andaluzas.
La otra sensación mediática ha sido su pueblo, que se ha convertido en el icono real de los comicios que han significado el fin de la hegemonía socialista en Andalucía. Susana Díaz está despidiendo 36 años de socialistas en el sillón palaciego. La fulgurante irrupción de Vox como grupo parlamentario, con su docena de escaños, ha dado motivo a caudalosos chorros de tinta preguntándose por el fulgurante fogonazo. Y por la hecatombe del PSOE. En pueblos como Sedella, donde la izquierda siempre ha señoreado, el vuelco ha sido de laboratorio.
El Ayuntamiento de este pequeño municipio serrano, inserto en la Ruta de los Mudéjares, suma seis concejales de IU y uno del extinto Partido Andalucista, un vestigio antediluviano. En las elecciones autonómicas de 2015, las izquierdas doblaron a las derechas. El domingo, las derechas, con Vox como efecto propulsor, igualaron prácticamente los sufragios (104) de la suma de PSOE y Adelante Andalucía (110). En Sedella a nadie le extraña.
«Pues mire, yo siempre me he considerado de izquierdas, pero uno, con tantos apaños, ya no se fía de nadie. Eso no quiere decir que haya dejado de ser de izquierdas», arguye Francisco, uno de tantos oriundos cuyo trabajo está vinculado a la uva. En la puerta de la estación invernal, el blanco de la cal de las viviendas, alineadas en la típica planificación alambicada, son un contraste con el color rojizo de los cultivos del entorno. El aire afilado de la sierra, visto lo visto, ha coloreado el voto del pueblo de azul, naranja y verde.
A los sedellanos no les huele bien Podemos. Un vecino ha viralizado una carta a Pablo Iglesias con los motivos del cambio. El PSOE gustaba pero ya ha dejado de gustar. La debacle ha alcanzado una gradación metafísica. La gracia lo ha abandonado. El antiguo alcalde, el socialista José Antonio Gutiérrez, fue condenado en mayo por un delito contra lo público. Contrató a la empresa de su hermano para suministrar de material informático y deportivo a la Administración municipal, pero aumentando el valor de las facturas. Fue en 2013. Desde entonces, el PSOE local no es lo que era.
«Esto era un perol en ebullición que se ha ido de las manos y que ha explotado. La gente lo que quería es un cambio del todo», explica Javier en un bar moderno, pensado quizá también para el forastero, con una carta que sirve pasas y aguacate de la zona. Cuenta que los vecinos de Alcaucín, pueblo vecino, recogieron firmas después de permanecer un mes sin su pediatra. La doctora, con un embarazo de riesgo, no había sido sustituida pese a contar con ocho meses de baja laboral, más el permiso de maternidad. La sanidad, proclamada joya de la corona, estaba también desnuda.
Luego están los impuestos, que no merecen la corrupción o los cicateros servicios esenciales. La provincia de Málaga, cuenta Javier, ha sabido recientemente del anuncio de una subida de impuestos inmobiliarios, la subida más alta de Andalucía. Más gotitas a la malaya. La olla explotó. La válvula, el desahogo, ha liberado a Sedella de complejos sublimados en vapor esencial. La liberación ha sido de la magnitud del desaparecido Boabdil del escudo de armas sedellano. Porque aún está Javier dándole vueltas al referéndum que eligió nueva bandera. El escudo anterior, se dijo, era «racista y xenófobo». Fueron los felices años 2000.
Después de las elecciones del domingo pasado, no ha quedado ni rastro de bipartidismo. Tampoco en Sedella. El polipartidismo toma temperatura y se transforma en magma. La gente ha perdido banderas, escudos y los hay quienes temen, vía inflamación de Cataluña, por la Nación misma. El mundo se desploma bajo los pies. En Sedella, donde ese visitante asiduo decía que habitaban unos «rojos de cojones», no extraña que uno de cada diez paisanos haya votado a Vox.
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