Política

Málaga

Campillos, zona cero

Días después de las riadas, no son muchos los que se prestan a recordar las secuencias del agua. El pueblo ha perdido las horas

Operarios y vecinos limpian las calles en la localidad malagueña de Campillos tras las fuertes lluvias caídas / Efe
Operarios y vecinos limpian las calles en la localidad malagueña de Campillos tras las fuertes lluvias caídas / Efelarazon

Días después de las riadas, no son muchos los que se prestan a recordar las secuencias del agua. El pueblo ha perdido las horas

Campillos sigue siendo zona catastrófica. Hace unos días, este municipio malagueño de poco más de 8.000 habitantes fue tragado por el agua. La gota fría arrasó casas, sótanos, automóviles, establecimientos, corrales... todo lo que halló a su paso; murieron animales de compañía y un efectivo de los Bomberos de Antequera, José Gil, falleció en acto de servicio tras ser arrastrado por la corriente. Desde la madrugada del domingo hasta hace unas horas, el agua no corría de los grifos. Las salpicaduras de barro son sólo los restos de una tragedia.

«Fueron casi 400 litros en doce horas. El milagro es que no saliera flotando todo el pueblo», rememora Julián, a quien no asustan los negros presagios de las consecuencias de un posible cambio climático: sólo teme, con fundamento, que nadie se haga cargo de los más necesitados. «Mallorca, Castellón, Valencia... Habrá que ver si aquí llegan las ayudas con la misma rapidez que llegan en otros lados», señala.

A Carmen no le dio tiempo de llevarse al tejado a los dos perros durante la tormenta y murieron. Esta licenciada en Biología ha estado hasta hace unas horas sumando horas como voluntaria. La solidaridad ha cundido entre los vecinos, que se postraron en fila a despedir a los miembros de la Unidad Militar de Emergencia después de varios días de intenso trabajo. «Claro que puede hacerse algo por evitar estas tragedias», dice Carmen, quien tampoco quiere pecar de catastrofista. «Esto de Campillos ha sido inusual, cierto, pero el año pasado ocurrió algo parecido en Estepona y antes fue en Fuengirola y antes Málaga o en El Rincón de la Victoria».

La escena provoca todavía desazón en la carretera por la que se llega a Campillos. Uno de los peritos del Ministerio de Fomento, que prefiere omitir su identidad, reconoce que los 300 litros por metro cuadrado en menos de dos horas son poco menos que una plusmarca. «Hay que tener en cuenta que es la mitad de lo que cae en un año pluviométrico en la comarca», explica mientras inspecciona una vivienda de la zona este del pueblo, la peor parada a causa de la crecida del arroyo Rincón.

Al ser preguntado por si los vecinos van a recibir el auxilio institucional, se remite a lo declarado por el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, e incluso lo anunciado por la presidenta andaluza, Susana Díaz. «Inundaciones de esta dimensión suelen estar cubiertas por las ayudas. Las pérdidas, aunque aún deben ser cuantificadas, son visiblemente palpables», explica uno de los casi ochenta técnicos de la Administración a cargo de cuantificar la catástrofe.

Días después de las riadas, no son muchos los que se prestan a recordar las secuencias del agua. El pueblo ha perdido las horas. Aquí se trata de ayudar, no tanto de hablar y, menos todavía, de recordar. La historia de Ito es una odisea. Así lo explica él. Se quedó atrapado en el interior de su habitación y tuvieron que ser sus primos, tres aficionados a levantar pesas, los que derribaran la puerta. «Nunca había visto una tormenta así», apunta con estupor. «La casa era una piscina. Tuvimos que subirnos a la planta superior», acaba.

«En veinte minutos teníamos el agua llegándonos a la altura de la cadera», refiere Clara. «Apenas puse los pies fuera del coche y la corriente me arrolló, no sé cómo pude escaparme», cuenta cómo regresó al torrente para apresar la documentación del automóvil para la empresa del seguro. Todo fue en un abrir y cerrar de ojos. «Un desastre en toda regla», explica esta desempleada, que ha llegado de casa de su hermana, cuya vivienda apenas se mancha ya con restos del lodazal. «Su calle fue un verdadero río más de veinte minutos».

En Campillos casi todos han tomado los cepillos, las palas, los cubos y hay hasta quien ha aprendido a conducir un tractor. Si en Cataluña los tractores fueron el símbolo del aldeanismo en favor de la causa política, en la comarca ha sido el icono de la fuerza bruta en favor de la causa solidaria. «Unos y otros se han tirado a las calles a ayudar al vecino en un gesto que ha emocionado», relata Carmen, quien recuerda con entusiasmo la llegada de los efectivos del ejército.

Pasarán días hasta que todo vuelva a la normalidad en Campillos. La meteorología, por ahora, está ofreciéndose con benevolencia. Por el momento, aunque aún queden restos. La calma y la normalidad regresan poco a poco lo que hace una semana fue la autopista de agua y lodos. Las previsiones dan agua para el fin de semana y algunos aquí han empezado a temblar.