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Cuando el cambio eran dos

La jueza Mercedes Alaya
La jueza Mercedes Alayalarazon

El doce es un número de alto valor cabalístico que remite a los apóstoles del cristianismo primigenio, a los hombres «sin piedad» del jurado, a los huevos que entran en el cartucho con papel de periódico y a los mercenarios rescatados del patíbulo por un Lee Marvin en estado de gracia. «The dirty dozen» («La docena sucia») en su título original, y así los llamaría nuestra desnortada izquierda, obsesionada con despojarlos de legitimidad democrática, de contar entre sus asesores con algún cinéfilo. Porque doce, incluido el presidente Moreno, son también los componentes del primer gobierno no socialista de la comunidad autónoma andaluza, a quienes una abrumadora mayoría de votantes ha encargado la tarea de desguazar el régimen cleptómano que los ha saqueado minuciosamente durante cuarenta años. «Los que desembarcaron en Normandía nunca desfilaron en París». En la hora del triunfo, en efecto, los vencedores no deberían haber postergado a aquellos llaneros solitarios que se enfrentaron a un poder omnímodo en desigual lucha, sin más armas que sus convicciones, cuando los hoy consejeros cobardeaban en sus muelles canonjías de la leal oposición o, peor, pordioseaban limosnas al PSOE. Mercedes Alaya en el juzgado y Jesús «Spiriman» Candel en la plaza, dejaron jirones de salud en la batalla, soportaron viles campañas difamatorias y, finalmente, fueron enterrados –en el olvido– sin honores por los beneficiarios de su heroicidad, esos políticos que hoy reinan en San Telmo bajo la tentación, ay, de heredar el cortijo en lugar de airearlo. Sin ellos dos, la sospecha de corrupción absoluta (económica y moral) de la Junta jamás se habría tornado certeza documentada. Abrieron los ojos a los andaluces voluntariamente ciegos para que el 2 de diciembre cebaran las urnas con papeletas de cambio.