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«El Camino de Santiago era la gran autopista de Europa»

En «La buena muerte», su nueva novela con toques de «road movie», subraya la labor de un colectivo maldito: los verdugos

Javier Arribas, periodista y escritor larazon

En «La buena muerte», su nueva novela con toques de «road movie», subraya la labor de un colectivo maldito: los verdugos

Un verdugo escapa de la Gascuña medieval acusado de una muerte con la que, por esta vez, no tiene nada que ver. En su huida conoce a un grupo de peregrinos con los que recorre el Camino de Santiago para encontrar nuevas respuestas a su existencia. Relato de misterio con manuscrito encontrado, intrigas y humor. «La buena muerte» (Almuzara) rescata a uno de los personajes más infames en una intriga con toques de «road movie».

–¿Por qué «La buena muerte»?

–La verdad es que ha sido un título consensuado con la editorial, yo tenía otro, pero me aconsejaron cambiarlo porque el mío original era «Memento mori», porque es una frase que repite en varias ocasiones el personaje al comienzo de la novela. Luego hablamos y llegamos al acuerdo de que tenía buen arranque, que enganchaba además de definir muy bien al personaje. Esto de la buena muerte era un sistema que en realidad era un subterfugio de los verdugos para ganar un poco más de dinero. La verdad es que no era más que atenuar el dolor y el tiempo que tardaba el reo en morir, entonces los familiares les daban dinero o algún obsequio ya que los verdugos eran expertos en alargar o acortar la muerte.

–Vamos, que también había entonces quien daba sus sobres bajo cuerda.

–Como ahora, también los verdugos vendían las reliquias de los presos porque se decía que daban buena suerte: los dientes, el pelo, la sangre, había un negocio montado alrededor de ciertas supersticiones. Los verdugos tenían una economía «b», como en la actualidad pero con más secretismo y superstición.

–Pese a lo mitificado, eran parte del pueblo con sus luces y sombras.

–La verdad es que vivían con cierta marginalidad porque se sabía que eran necesarios para liberarse de cierta gente pero estaban como aparte. Tiene mucho que ver con esta forma de vida hipócrita que tiende a ocultar lo que no nos gusta; estaban acostumbrados porque era su trabajo ya que había verdaderas sagas porque nadie quería relacionarse con ellos. Es una especie de endogamia a la que llegan no porque quieran, pero sí se adaptan perfectamente. Es una profesión cruenta como muchas de las que no agradan hoy en día.

–Cada vez que escucho la palabra verdugo me acuerdo de la película de Berlanga.

–Es genial porque representa esa dualidad pero con verdadero sarcasmo, porque por un lado está la obligación de una persona que le cae ese tipo de oficio y todo lo que conlleva, todo lo que tiene alrededor, pero no deja de ser un trabajo como otro cualquiera aunque con unas características especiales.

–¿Por qué dice que el libro es una «road movie» en el Camino de Santiago?

–Bueno, no es sólo una localización, sino mucho más. Pienso que es una «road movie» porque cambia a los personajes, que ya no son los mismos que lo comenzaron. Los acontecimientos se desarrollan en carreteras, pero también el protagonista cambia progresivamente. Se puede ver cómo al principio no es más que una huida de muchas cosas para convertirse luego en un descubrimiento de la amistad, del amor; elementos que le convierten en una persona que no es la misma que antes. De hecho, no puede volver atrás. Todas las intrigas políticas, los misterios, están siempre en el Camino, porque allí aparecen muchas personas. Es un mundo, como muchos tipos de personas, porque era la gran autopista de Europa y donde mejor se puede desarrollar cualquier aventura.

–¿Mantiene en la actualidad el mismo magnetismo?

–En mi opinión, ahora está más lleno de espiritualidad, aunque haya quien tenga montado allí su negocio. Entonces, también servía para llenar los pueblos de gente que buscaba nuevos medios de vida, tenía más importancia para crear poblaciones. Ahora todo está muy establecido aunque hay un componente de aventura. La sociedad es muy diferente pero tiene más de mundo interior únicamente, antes servía para cambiarlo todo.

–¿Era inevitable contarla allí?

–Si piensas que se trata del proceso de transformación de una persona para mí era inevitable, con otro recorrido no sería igual ni se encontraría con este tipo de personajes. Existen otros, pero para una novela es ideal porque te permite hacerlo casi linealmente.

–Cuál es el truco para pasar de la inmediatez y concisión de la información periodística a las más de 300 páginas de su novela.

–(Risas) El truco está en alargar pero la verdad es que no sé cuál es. Quizás queremos llegar a un sitio y hacerlo rápido, pero es mejor armarse de paciencia, pensar que no se va tardar tan poco, sino que de alguna manera se va a completar con una serie de cosas. El sistema es ser constante porque es un cambio absoluto.

–Lo digo porque el libro es como un reportaje del siglo XIII.

–Desde luego, al que se le añaden cosas con datos que enriquezcan más. Una novela está dirigida a otro tipo de personas que no requieren saberlo todo de inmediato, es como coger una noticia y adornarla para que quede bien. Es al revés, te creas una realidad y luego la cuentas, no existe el temor de que la realidad te impida una buena noticia creando ambas cosas. Es más complicado y a la vez más libre.

–Con el esfuerzo que requiere contarlo todo en el primer párrafo.

–Es ponerse. Escribes el primero y luego vas añadiéndole aspectos que a lo mejor son menos relevantes en la novela para no quedarnos sólo con el esqueleto, ir ampliando un poco. Mi objetivo siempre es no perder la perspectiva de que siempre hay que contar algo, lo que creo que puede ser deformación profesional, pero con cierta manipulación para que el lector no se sienta insatisfecho. Manipulación en el mejor de los sentidos y las intenciones.

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