Relevo en el PP
El (poco) peso andaluz
En catorce meses, los que van de mayo de 2017 a julio de 2018, los dos grandes partidos andaluces han sufrido sendos «waterloos» internos, «guadaletes» orgánicos que cuestionan su configuración entre gregaria y pastueña y que, a lo mejor, anticipan una debacle electoral que actuará como catarsis regenerativa. Las facciones más inmovilistas, por carcas y por apegadas a la política antañona, del PSOE y del PP se apoyaron en «el aparato», esa cosa viscosa y siniestra de cuyo dominio blasonaban los caciques meridionales, agitando como un «noli me tangere» taumatúrgico la proverbial docilidad («el servilismo mamón de las marmotas de Andalucía», cantó un poeta gaditano) de los estómagos agradecidos de aquí. Después de que Pedro Sánchez haya confinado a Susana Díaz a su fortaleza juntera, hostigada además por pugnaces celis dispuestos perennemente para el asalto, Pablo Casado amenaza ahora a Juanma Moreno, criatura alumbrada por el sorayismo y sostenida por las maniobras arenosas a quien los peones de Cospedal sueñan con defenestrar desde el momento mismo de su (sorprendente y a todas luces catastrófica) designación. Las huestes de Zoido están acuarteladas en espera de destino y la consumación del relevo será antes o después de las autonómicas; dependerá de la prisa electoral de la presidenta, cuya tentación no será tanto aprovechar la inercia del cambio en La Moncloa como explotar la debilidad del rival, que no es presumible sino cierta a causa de la división y el liderazgo inane, no necesariamente por este orden, pues no se sabe si fue antes el huevo o la gallina. Por ahora, habrá que relegar al baúl de las mentiras ese lugar común según el cual era imposible controlar un gran partido sin controlar la comunidad más poblada. Estamos a la cola en todo, también en peso específico.
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