Literatura

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«Es más difícil escribir una gran novela que diseñar un buen coche»

El ganador del Premio de Novela Fernando Lara recrea la historia de sueños y decepción de los americanos que buscaron un futuro mejor en la URSS

Antonio Garrido/ Escritor
Antonio Garrido/ Escritorlarazon

Todos los focos se han puesto sobre él tras ganar el XXV Premio de Novela Fernando Lara, aunque ya era un superventas internacional en la cima de las listas más prestigiosas. «El último paraíso» cuenta la aventura de los norteamericanos que buscaron una vida mejor en la URSS después de que el país de las oportunidades se hundiera en la Gran Depresión. Un libro surgido de un encuentro fugaz con esta historia mientras el autor buscaba inspiración y descanso en Nueva York que le ha permitido hacerse más visible para los lectores españoles.

–¿Dónde estaba metido Antonio Garrido?

–Bueno, pues Antonio Garrido ha estado escribiendo, que creo que es lo que me toca hacer. En lugar de estar en las redes sociales promocionando los anteriores libros me dedicaba a estudiar y a trabajar. Desde luego, el hecho de que mis novelas hayan tenido un gran éxito en Estados Unidos y que haya recibido premios en Francia y Alemania creo que se debe al fenómeno de divulgación que emprenden las distintas editoriales que a veces es más acertado y en otras menos. Encontraron el potencial de mis historias, las promovieron y llegaron al gran público, pero eso no ha sucedido aquí de la misma manera. En cualquier caso, estoy confiado en que después de este galardón los lectores españoles se acercarán más a mis historias.

–Cuando le dieron el premio se explayó bastante en el discurso de aceptación. ¿Tenía muchas ganas de contar y decir quién era?

–No se trataba de eso, era por las ganas de compartir con la gente querida ese momento, no era el momento de reivindicar que no se me conociera ni muchísimo menos. Se trataba de compartir y expresar mi emoción y todo lo que ofrecía esta nueva novela y no las anteriores. En ese sentido hablé de toda la pasión que le puse yo y que esperaba que le llegara a todo el mundo.

–En «El último paraíso» cuenta lo mal que trató la patria de los trabajadores a los emigrantes de Estados Unidos. El poder no entiende de colores, ¿verdad?

–Pues no, concretamente, el abuso de poder que permite en muchas ocasiones la impunidad, que provoca la corrupción. Es la concatenación de elementos que conduce al desastre, sobre todo a aquellos a los que se supone que tienen que servir, a los ciudadanos que tienen una vocación de servicio y que terminan viviendo en un palacio mientras que los que les pagan lo hacen en una chabola. Es curioso, ¿no le parece?

–Y lo más sorprendente de todo es que la URSS fuera al rescate de los trabajadores pobres de Estados Unidos.

–No se conoce por qué se intentó por todos los medios ocultar eso, ya que revelaba la debilidad de su sistema, todo lo odioso del capitalismo más salvaje, que se resume en que los poderosos salen beneficiados mientras que los que se mueren de hambre son los inocentes. Así, cuando descubrí la noticia que publicaba The New York Times anunciando que había trabajo para todos en el último paraíso que era la Unión Soviética, fue lo que despertó en mí la curiosidad de conocer cómo los americanos que viven en un país que era el dueño del mundo de repente se encontraban en la ruina y acudieron a la insana Unión Soviética, que era un país revolucionario y que además creyeran que era su única salvación.

–Eso tiene mucho que ver con lo que sucede hoy en las costas del sur de Europa.

–Efectivamente, hay mucho paralelismo con lo que pasa hoy pero hay grandes diferencias. En aquella época no existía la prestación por desempleo, la seguridad social o atención médica, además una sola semana sin pagar el alquiler del apartamento, porque nadie tenía dinero para comprar una casa, suponía ir a la calle directamente. La gente tenía que acudir a las casas de la caridad para comer al día un plato de sopa que fueron financiadas por gente de la mafia como Al Capone. Esta crisis en lo que se asemeja a la actual es en que en ocasiones no estamos preparados para afrontar estas situaciones porque son sobrevenidas por otros, como los bancos, aunque ofrece esta lucha y búsqueda de la esperanza que nunca hay que perder.

–Pero después aquellos emigrantes se dieron cuenta de que el paraíso no era tan bueno como les habían contado.

–(Risas) Al principio, encontraron cosas maravillosas. Muchos norteamericanos no se quisieron montar en el tren porque el maquinista era una mujer, ya que en EE UU las mujeres eran o amas de casa o secretarias, pero en la URSS podían ser directoras de un hospital, ingenieras o pilotos de avión. Además, había medicinas gratuitas y vacaciones pagadas, pero luego encontraron que había alimentos pero no podían comprarlos y muchos murieron de hambre. Luego, la policía secreta de Stalin comenzó a culparles de los sabotajes que sucedían en las fábricas. Los persiguieron y masacraron hasta que los enviaron a los campos de concentración.

–EE UU ya ha anunciado que va a posicionar armamento en la frontera con Rusia. ¿Cree que estamos ante la aparición de un nuevo escenario bélico?

–Pienso que sí, porque esto nace de la necesidad de Rusia de recobrar el papel que tenía antes de la caída del Muro de Berlín como sea. Lo hemos visto en Ucrania y si la OTAN se queda otra vez de brazos cruzados puede volver a repetirse. La II Guerra Mundial comenzó de una manera parecida, no quiero ser agorero pero es muy preocupante la presión de Rusia sobre los antiguos países comunistas.

–Además de novelista, también se dedica a diseñar coches. ¿Es más complicado darle forma a un coche o a una novela?

–(Risas) Es mucho más difícil darle forma a una novela, porque en el coche tienes que dibujar sueños sobre la forma y en una novela tienes que hacer que los sueños cobren vida en el alma de los lectores y para eso tienes que tocar las cosas que a ellos les importa: las pasiones, el amor, la emoción, la envidia, el deseo, eso que todos tenemos dentro en mayor o menor medida. Es infinitamente más difícil escribir una gran novela que diseñar un buen coche.