Guardia Civil

Estado esfumado

La Razón
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A la comarca del Campo de Gibraltar hace tiempo que se la puede denominar nar-comarca y por eso se ve obligado el Ministro del Interior a animar a la tropa in situ cada cierto tiempo, aunque el marco de sus comparecencias desmerezca la pompa que se le supone a una Administración poderosa: es tremenda, por desoladora, esa foto en la que Juan Ignacio Zoido saluda a unos agentes de la Guarida Civil en un patinillo miserable con desconchones en las paredes del tamaño de un balón de reglamento. Así sólo se acuartelan las fuerzas de seguridad de un estado en trance de convertirse en fallido. Los señores de la droga de la provincia de Cádiz lo recibieron, para colmo, con una humillante razzia. Mientras peroraba en La Línea sobre la invencibilidad del imperio de la Ley, unos encapuchados amordazaban al vigilante de un depósito judicial de Conil y se llevaban una fueraborda recientemente requisada. No se ha confirmado que el remate del discurso linense consistiese en un capo haciéndole, como El Cordobés, el pase del teléfono al hablante delante de toda la concurrencia. (Un perito en cuitas internas peperas me apunta que el bromazo podría serle atribuido con poco margen de error al CNI de Soraya.) Un antecesor de Zoido, Alfredo Pérez Rubalcaba, dejó dicho eso de que «quien le echa un pulso al Estado siempre pierde». Se olvidaba, pese a que es un asiduo veraneante en la zona, de la excepción que supone la punta suroccidental de Europa, donde la civilización retrocede ante los empellones del crimen organizado y la impotencia de un puñado de guardias y policías obligados a librar una guerra desigual en la que su encomiable abnegación no es suficiente para vencer. El tiempo de las palabras pasó hace mucho y el de los hechos, ay, ni siquiera se entrevé.