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Caracas

Henri CharriÈre «Papillon»: El prófugo bestseller

Henri CharriÈre «Papillon»: El prófugo bestseller
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Este es un fulano del hampa parisina. Proxeneta de Pigalle, navajero y el más chulo del barrio. Fue condenado a cadena perpetua con trabajos forzados por dejar seco de una puñalada a un tal Roland le Petit en 1931. Él apenas tenía 25 años. El fiscal Pradel se dirigió al jurado, una docena de menestrales, campesinos y deshollinadores que condenaron a Papi y luego se largaron a dormir, un día tras otro y sin gran oleaje, hasta que se fueron muriendo. La condena para él, en cambio, fue como si lo hubieran contratado de maquinista en una montaña rusa. Papillon llegó a La Concergerie esposado con un gendarme con el que compartía el cigarrillo. Recorría la celda, contando los pasos a lo largo de unos imaginarios Campos Elíseos. Quería hacer volar el Palacio de Justicia del Sena: pesadillas con dinamita, chemita y nitroglicerina.

Hizo amistad con Dega, el marsellés, quien le pidió amablemente que se guardara en el culo –a salvo de registros que siempre incluían el desnudo– un estuche con miles de francos: fue al retrete y respiró hondo para que pudiera quedar bien instalado hasta el colon. Francia deportaba a su Guayana al hatajo de condenados y maleantes que le poblaban las calles y allí, entre palmeras y mosquitos, los sepultaba en vida. Henri Charrière, cuya única liturgia fue la huida, provocó su traslado a Cayena y tras cuarenta días de presidio comenzó a encadenar fugas, castigos, peripecias y placeres agónicos durante un par de décadas. Escribió que había huido en una embarcación que le prestaron los leprosos de la isla de las Palomas, aquellos que arrojaban sus dedos a las hogueras del invierno; escribió que al llegar a Port of Spain, él y sus compinches descubrieron un trópico de calles y clubes, donde había mujeres javanesas, hindúes, negras africanas y «algunas chocolate claro de pelo liso», que tenían la deferencia de no beber con su famoso minúsculo vaso mientras alternaban. Escribió su escapada hacia La Guajira en un caballo tordo de cola larga, que escuchaba los gritos de los puercos y los guacos, que las hermanas indias Zoraima y Lali le traían ostras con perlas como conejos y que «para besar, mordisqueaban».

En dos meses y sobre trece cuadernos colegiales de anillas, vació la historia sudorosa de un personaje que decía ser él mismo. Su escritura era elemental, cruda, directa. Estaba exiliado en Caracas. Desde allí, empaquetó esos mismos cuadernos y se los mandó al editor francés Jean Pierre Castelnau. En 1969 el libro «Papillon» despachó 10 millones de ejemplares y la burguesía y el couché europeo lo encumbraron como un antihéroe que se rebela contra la vengantiva maquinaria del estado. Así, Henri Charrière pasó a ser, en los últimos cuatro años de su vida, un comodín de fiestas, presentaciones y estrenos de relumbrón. Él se convirtió en un rapsoda que entretenía a las damas con sus aventuras y la imaginación en carne viva. En Fuengirola, en su chalet de la urbanización Torreblanca, alcanzaron notoriedad sus fiestas de champaña y descoque. Agarrado a un puro detrás de otro, su voz fue enronqueciendo. Apuraba los últimos sorbos de sol, sin saber de su enfermedad mortal. Tras tanto vivido e imaginado, se acostumbró a comprar la prensa francesa en la libreria Keijzer y, en Málaga, en el tablao de Emi Bonilla, siempre tenían reservada para él una mesa y alguna flamencona dispuesta a cantarle «Cariño de legionario».