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«Hoy Zweig vería el mundo con miedo»

Antonio Tabares/dramaturgo

«Hoy Zweig vería el mundo con miedo»
«Hoy Zweig vería el mundo con miedo»larazon

El 22 de enero de 1942, el escritor austríaco Stefan Zweig se quita la vida junto a su segunda esposa, Lotte Altman, al no poder asumir el auge del nazismo. Ambos toman sendas dosis de veronal y mueren en una cama de Petrópolis. Antonio Tabares (Santa Cruz de la Palma, 1973) escribió hace diez años «Una hora con Stefan Zweig», que acaba de estar en cartel en Sevilla, donde enfrenta al público con las inquietudes y miedos del gran escritor europeo.

–¿Zweig se hubiera suicidado en el mundo de hoy?

–(Risas) No lo sé, el suicidio siempre es un misterio y resulta muy complicado saber por qué una persona se quita la vida. De hecho, éste es uno de los grandes interrogantes que me llevaron a escribir la obra, cómo una persona de prestigio internacional reconocido y admirado pudo llegar a esa situación. Es verdad que las circunstancias de su mundo habían cambiado mucho de forma terrible y eso le lleva a quitarse la vida, a pesar de haberse exiliado en un feliz retiro de Brasil. No sé si se hubiera quitado la vida, pero creo que hoy Zweig vería el futuro con miedo por el horizonte que se avecina.

–Siempre que veo la foto de sus cadáveres en aquella cama pienso si mereció la pena el éxito, el prestigio, el aplauso internacional, para al final acabar de esa manera.

–Lo que sucede es que, como tantos millones de personas en aquel momento, se vio arrastrado y volteado por los acontecimientos. Él lo decía, somos como hojas que lleva el viento y no tenemos capacidad alguna de reaccionar, sino de dejarnos llevar. Cuando decimos qué mal está el mundo pienso que no tenemos ni idea de a lo que se tuvo que enfrentar la generación de nuestros abuelos. Aquello era el verdadero fin del mundo porque Europa se autodestruyó sin capacidad de redención, para cualquiera con empatía por el ser humano, la Segunda Guerra Mundial y el nazismo fueron una hecatombe, en todos los sentidos, que destruyó todos los valores que había hasta entonces.

–Pese a que esa guerra es hija de los valores de la razón...

–Totalmente de acuerdo, Zweig lo explica muy bien en «El mundo de ayer». Esa seguridad en la que se nació, aquello de que nada te puede pasar se demostró que era absolutamente falso. Ellos pensaban que habían llegado al final de la historia y que la I Guerra Mundial sería la última. Tuvo que ser un mundo extremadamente convulso para él, que ya intuía lo que pasaba aunque no llegó a conocer qué es lo que sucedió con el Holocausto y la Shoá.

–¿Y todo este amplio caudal ,cómo se condensa en «Una hora con Zweig»? Su pensamiento, su vida, la guerra, el amor...

–Creo que la obra trata de unir, por un lado, lo que era un hombre totalmente roto por el mundo que le viene abajo; y, por otro, lo que es su propio trabajo como autor, como novelista; más el tercer elemento, que es la relación con su segunda mujer. En sus novelas se interesa por los personajes monomaníacos, obsesionados por un solo tema, porque dice que cuanto más nos acercamos a un único tema más nos acercamos al mundo. Me parecía interesante ponerle a Zweig ante esta misma situación, al encontrarse con un personaje obsesivo y monomaníaco. Fridman no deja de ser un personaje de sus libros. Me gusta pensar que si hubiera seguido viviendo hubiera contado la obsesión de Samuel Fridman. Por otro lado, no hay que olvidar la relación con su segunda mujer, que tiene casi 30 años menos que él y a la que le permite que se quite la vida también.

–Es que en cierto modo ella también era un poco su obra.

–Era una persona enfermiza, intelectualmente mucho más alejada de Zweig de lo que era su primera mujer, Friderike. Su voluntad estaba muy condicionada a la del escritor, sin embargo en la obra hay un giro al final cuando ella toma un protagonismo que de alguna manera la reivindica. Ella dice en un momento que entregarse a los demás puede carecer de sentido.

–También Lotte le confiesa que si ella fuera Friderike no se suicidarían.

–Efectivamente, es verdad que en su momento Zweig se lo propuso a Friderike y ésta le quitó la idea de un plumazo.

–En su obra está muy presente el miedo, la inseguridad, no saber qué va a ocurrir; un poco, la gasolina de este mundo.

–Me gustan los personajes como Zweig, que se ven arrojados a una situación que los supera, no terminan de entender el mundo en el que están. Esto en el fondo no deja de ser una actitud personal mía. No es miedo, sino no lograr entender bien la realidad que nos rodea y ésa es una forma de acercarme a este extrañamiento que me produce la realidad.

–También es recurrente el suicidio. ¿Qué opinión tiene?

–Es recurrente porque, como decía Albert Camus, es «el único tema filosófico que realmente existe». Inevitablemente nos conduce a preguntarnos cuáles son las cuestiones que llevan a una persona a quitarse su propia vida. Aunque uno tenga razonamientos eternos como la depresión o cualquier otra justificación, no deja de ser una pregunta que siempre está en el aire. En el fondo, el teatro no es más que un medio para hacerse preguntas y no puede obviar esa realidad. Ante el suicidio, la pregunta no es por qué se quita alguien la vida sino por qué estamos vivos. Por supuesto, es un tema que me produce el mayor de los respetos y que no se puede despachar con frases hechas. Es como el gran tema, la muerte, sobre la que nos tenemos que preguntar más tarde o más temprano.

–Pues aprovecho y le hago la pregunta entonces. ¿Por qué estamos aquí?

–(Risas) Aviso, no creo que el teatro plantee respuestas sino preguntas. Creo que eso se lo debe cuestionar cada uno. Te puedo dar una respuesta personal, pero puede que no sea válida para los demás. Vivir supone acertar esa pregunta y aprender a responderla, a lo mejor la respuesta cambia con el tiempo, a lo mejor ser seres humanos significa responderse a esa pregunta todos los días.

–Bueno, todos los días tampoco hace falta.

-(Risas) Bueno, de vez en cuando, pero sí es un péndulo que está sobre nuestras cabezas.