Museos
La visión cautivadora de Casas
Este año se celebra el 150 aniversario del nacimiento del pintor modernista, una de cuyas obras más destacadas se puede disfrutar dentro de la colección permanente del Museo Carmen Thyssen.
Este año se celebra el 150 aniversario del nacimiento del pintor modernista, una de cuyas obras más destacadas se puede disfrutar dentro de la colección permanente del Museo Carmen Thyssen.
Contemplar un cuadro que devuelve la mirada al observador, directa a sus ojos, es una experiencia fascinante, cautivadora, un juego en el que mirar consiste en ponerse en el lugar del pintor y compartir su percepción de la belleza, los sentimientos, los gestos. Una de las obras más destacadas y conocidas de la colección permanente del Museo Carmen Thyssen es un ejemplo de esta confrontación entre retratado y espectador. La recordamos hoy con motivo del 150 aniversario del nacimiento de Ramón Casas, que se celebra este 2016.
Así veía el pintor catalán a su compañera Julia Peraire hacia 1915. Se habían conocido diez años atrás, en 1906, cuando Casas acudía a las tertulias del café restaurante Maison Dorée, en la plaza de Cataluña, en Barcelona, donde Julia vendía lotería. Él tenía entonces 40 años y ella 18, y pese a la oposición de la acomodada familia de Casas, enriquecida en el negocio textil, e incluso de su círculo de amistades, su relación duraría hasta la muerte del artista, en 1932. Julia fue su compañera, modelo recurrente de sus retratos femeninos y, desde 1922, su esposa.
A lo largo de todos esos años, los lienzos de Casas revelan la intensa seducción que Julia ejercía sobre él, la mirada apasionada del amante. A su hermoso rostro y su gesto casi desafiante, expresión de una fuerte personalidad, se suma aquí otra de las pasiones de Casas, lo castizo y lo español. Y no solo por la chaqueta torera y la peineta que viste Julia, sino porque el retrato sobre un fondo neutro, el gesto y el análisis psicológico del personaje recuerdan mucho a la rendida admiración por Velázquez y la pintura española que, en su ya por entonces lejana juventud, Casas se había dejado contagiar por su maestro en París, el pintor Carolus Duran.
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