Lucas Haurie

Luis Pudo con Cristóbal

La Razón
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Los balances positivos de Abengoa en los últimos decenios se sustentan sobre dos pilares, a cual menos edificante: la contención salarial, rayana en el maltrato a unos empleados obligados a consumir en la cantina del patrón, y el sablazo continuado a las administraciones de todos los colores. Así creció la compañía hasta convertirse en un gigante con la tesorería de barro, que se ha derrumbado en cuanto el bolsillo del contribuyente no podía seguir costeando la broma pesada de las renovables. También en el mundo del dinero (la empresa es otra cosa) está vigente el aforismo con el que Camilo José Cela resumió toda la vida española: «El que aguanta, gana». Porque si los rectores de la multinacional no hubiesen sido tan inconscientes, habrían podido soportar estos añitos de mangazo moderado. Les sobró soberbia y les faltó músculo. En París, varios miles de eco-cenizos hacen lobby estos días contra la energía barata y no hay partido en la inminente campaña electoral que se sustraiga de la tonta cantinela de lo «verde», lo «sostenible», lo «limpio» y engañabobos de similar jaez. Volverán las primas generosas. Después de repartirse veinte millones, lamentan Benjumea y sus mozos de cuadra que el Gobierno no siga subvencionando sine die sus rebatiñas pero, mala suerte, han ido a chocar con Luis de Guindos, que no sólo ha cortado el grifo sino que ha ordenado al ICO que intente recuperar el último bote. Distinto le hubiese ido si llega a caer el dossier en manos de Cristóbal Montoro, que colocó a uno de sus peones en el consejo de administración. Luego extraña que expresiones tan desagradables como puertas giratorias o capitalismo de amiguetes calen entre nosotros, pobres y tiesos mortales.