Festival de San Sebastián
Sacristán, la voz del Quijote que va por delante abriéndose paso
El actor renueva al icono cervantino en el Villamarta de Jerez. Con él volverá a distintos puntos de Andalucía tras su nominación a los Goya por «El muerto y ser feliz»
José Sacristán es la voz y, luego, viniendo más tarde, se aparece el cuerpo; uno sin muchos extras. Timbre de humo y chinchón, de extraño cantaor en perfecto castellano. Se presenta agradeciendo que a Al Pacino y a Dustin Hoffman, por fortuna, imposibles de reformar en el gimnasio, les adjudicaran papeles de galán. Una vez homologado al feo en Hollywood, a él se le abrió campo laboral, que al cabo, es una de las causas que le mantiene empeñado en la vida. «Trabajar por trabajar, no. Trabajar para tener continuidad en el trabajo», nos cuenta. Él, que pasa estos días por el Villamarta de Jerez de la Frontera prestando el esqueleto a un don Quijote tuneado, se sienta gentilmente en una silla de hierro del hall del hotel donde lo asaltamos. Enseña las palmas de las manos, con la memoria chequeada en el taller. Pensamos que trabaja con este tesón –teatro y cine o cine y teatro, en compás binario– para evitar que los recuerdos lo consuman en la hoguera. Luego, andando la conversación, dice: «Mirar mucho para atrás es malo para el hígado». Los actores se ajustan la coraza del papel, siempre son otros, hacer de Othello, no tiene consecuencias en la realidad. «Landa siempre cuenta que tiene miedo a hacer de sí mismo en la vida, que le pone en aprietos; Fernando, ¡joder, Fernando!, era un gran tímido». Era Fernán Gómez quien confesaba que había que rechazar ser idiota, aunque, en alguna medida, garantizara o ser feliz o, por lo menos, sufrir menos. Aclimatarse a la precariedad humana. Sacristán no cree en el más allá, pero no flaquea al hablar del tiempo salvo cuando afloran los compañeros que ya faltan. «Dios no existe porque si existiera no tendría perdón de Dios», dice para fijar su posición.
¿Cuántos personajes retiene un actor, al margen del papel del momento, cuánto texto cabe en el disco duro?, le preguntamos. «Depende. Yo tengo la suerte de la buena memoria, y hoy, esta mañana, como otras mañanas, están conmigo la letra del DDT Chas, la canción del Cola Cao, el personaje de Asignatura Pendiente, el de Operación Ogro y otros tantos. Hasta aquel de la película que rodé con Laura Antonelli, que era guapa incluso de difunta. Todavía puedo recitar el himno a Domingo Savio, que aprendí con siete años. La culpa, el pecado, y toda esa educación que recibimos, está ahí, haciendo poso. De eso no se acaba uno de librar».
Este empeño de mirar hacia adelante desemboca en «el niño que fui. Al que le tengo mucho respeto y estoy por no traicionar. Para mí entrar en el cine era una liturgia, un acto sacro. Se abría el telón y aparecía Gary Cooper: ¡Anda, Gary Cooper en pantalla! Tampoco era tan sencillo ir al cine: había que tener dinero y salvar aquel absurdo sistema de clasificaciones (mayores con reparos, menores acompañados). Luego llegaron las salas refrigeradas, anunciadas con carteles de osos polares. Ahora tengo una pared y un proyector en casa; y me doy homenajes de Jean Renoir o del que se ponga por delante. Cuando llegó el vídeo y pude parar a Rhett Butler en 'Lo que el viento se llevó', pensé, pero ¿quién soy yo para detener a éste?».
Precisamente desde la niñez cuenta todo aquel reto artístico que era la supervivencia. Nos habla de los «Cómicos» errantes de Juan Antonio Bardem, que hacían dos sesiones diarias, siete días a la semana, durmiendo en pensiones, con el menú del día de la rutina...
«Proyectaban 'Ladrón de Bicicletas' y, al margen de cómo la hubiera destrozado la censura, al final de la película se le añadía una voz en off para reconducir la moraleja hacia donde le convenía a la dictadura. Eso pasaba con 'El Séptimo Sello' y con 'Los 400 golpes'. Toda nuestra producción cinematográfica, el talento, estuvo cercado por la imposición de la dictadura. Respondimos al Cristobal Colón americano de Fredric March con uno que era San Cristóbal, casi sin interés por descubrir América para no molestar a nadie. Todo aquello tan declamatorio, tan de cartón piedra, como 'La Leona de Castilla', de Juan de Orduña. Amparo Rivelles, una de las actrices más inteligentes que he conocido, dice que siempre tenía que estar gritando. Eso sí, los secundarios, como siempre, estaban fenomenales».
Es fama que el productor de Woody Allen lo telefoneó para anunciarle que «Annie Hall» había conseguido varias nominaciones a los óscars. «No iré –dijo Allen desde el otro lado–.Los lunes tengo ensayo con la banda de Dixie y no puedo faltar». El productor colgó y pensó: «Esas son las cosas que dicen los genios. Pero yo no soy un genio y yo iré con los demás y ojalá que nos premien». Sacristán no recogió la Concha de Plata en el pasado festival de San Sebastián por «El muerto y ser feliz». Este papel también le reporta una nominación en la próxima edición de los goya, en febrero. Aquella noche del premio –aunque estuvieran Ricardo Darín y Hoffman esperándolo en Donostia– tenía una cita con las tablas en un teatro de Extremadura. «Lo primero es el compromiso», dice. Los premios están bien si lo cogen a uno con salud y, mejor, trabajando.
FICHA DE CONTEXTO
Hospedado en el viejo palacete de Garvey, reconvertido en hotel, se espera que el actor aparezca en algún momento de la mañana. Día gris, sobre patio andaluz porticado. No asoma ningún huésped, todo está quieto. Hacia la una menos cuarto del mediodía, se oye su voz dirigiéndose a la encargada de la recepción. Recién bajado de la habitación, pide un periódico y toma un café. Luego se presta generoso a la conversación, que bascula sobre su oficio. Apenas un guiño para la actualidad, «los políticos son malos actores. No hay ninguno que te aguante la mirada. Nosotros tenemos la obligación de echarlos y hacer que cambie el rumbo. Y sin embargo, los seguimos votando. La izquierda está devastada y la derecha, que se basa en su indesmayable feligresía, obedece los dictados del General de la economía. Me gusta esa expresión de Millás para definir todo esto, 'los políticos ponen el cazo y mueven el rabo'».
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