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Sobredosis de oxígeno
Mientras las provincias celebran sus fiestas agosteñas, los concelebrantes se limitan a vigilar la más relevante ecuación química de cada verano: a qué grado está el ácido carbónico de la cerveza. El foco es el que es. Sin embargo, los políticos están en otras, para no variar. Y si España prioriza la atención en la gradación del dióxido de carbono de su birra, el Gobierno anuncia el hallazgo del milenio: el país ha entrado en una nueva etapa de su existencia, la era del oxígeno. Los óxidos, los monóxidos y hasta los dióxidos son materia prima de la mercadotecnia de La Moncloa. Frases grandilocuentes, conceptos de panel de curso de verano y eslóganes ideales de la muerte. Pedro Sánchez y Susana Díaz han pronunciado en las últimas semanas la palabra «oxígeno» más veces que durante todo el bachillerato. Así lo dictan estos tiempos de dietas y elixires que cambian la faz de los votantes a la carta. El gas se ha convertido en el elemento de moda porque no pocos «youtubers», nuevos faros de opinión en esta sociedad tecnoadicta, consideran que rejuvenece, regenera y da la vida. Ahí está el PSOE, en insistir en que antes que ellos sólo hubo muerte, metano y veneno. El blanco oxígeno frente al oscuro hidrocarburo paleozoico. La política es una metáfora, un sistema de símiles más o menos ripiosos. Si la presidenta de la Junta promete el oro y el moro a cargo de los presupuestos (aún) no aprobados de 2019 es sin duda un oxígeno viciado desde el nacimiento. Sánchez, por su lado, está empeñado en figurar desde la foto al fotograma como el «aire ligero y cómodo» que percibió Joseph Priestley. Imprescindible para la existencia, el oxígeno oxida a los seres vivos hasta la muerte. Es la vida.
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