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«Uno no es nada sin amigos»
Con «Ensayo y error», el antropólogo y escitor Mikel Azurmendi, repasa su vida y pone el foco en la situación vivida por los vascos no nacionalistas durante los años de la violencia etarra.
Con «Ensayo y error», el antropólogo y escitor Mikel Azurmendi, repasa su vida y pone el foco en la situación vivida por los vascos no nacionalistas durante los años de la violencia etarra.
Integrante de ETA en los primeros años sesenta, abandonó la organización cuando no se aceptaron las posiciones que defendían la conversión de la banda en un partido obrero. La postura de defensa de la paz le ha valido la condena de los violentos y el exilio en plena democracia. Ahora vuelve la vista atrás con este ensayo-autobiografía, un texto cargado de crudeza, sinceridad y compromiso.
–¿Qué es un vasco proscrito?
–No es mía esa expresión de la portada del libro, la editorial juzgó oportuno añadirla a mi escueto título «Ensayo y error». Pero existen pasajes en mi relato que muestran que fui declarado un fuera de la ley abertzale, por ejemplo fueron condenados al ostracismo mis escritos –literarios o ensayísticos–, lanzadas octavillas a miles contra mí en la facultad o asaltada dos veces mi casa para atemorizarme, hasta colocar una bomba y obligarme a exiliarme porque yo no acepté ser el primer profesor universitario en ir a clase escoltado el año 2000.
–¿Quedan muchos?
–Existen vascos de cuyos escritos jamás habla la radiotelevisión vasca y el mero hecho de mentar su nombre provoca náusea, si no odio, entre los abertzales.
–Las memorias tienen un tono en cierto modo poético, ¿ha quedado más satisfecho con la forma, con el fondo o con ambas cosas?
–Si uno escribe sobre sí mismo para encontrar la verdad de la unidad de su vida nunca quedará satisfecho porque verá que pudo haber sido una persona mejor. En mi caso, he querido marcar con la sintaxis, con la ironía y hasta con el juego del relato en primera, segunda o tercera persona la distancia entre lo que uno fue y lo que ha llegado a ser.
–La tercera persona le distancia de lo que cuenta.
–Sí, esencialmente para distanciar mi yo actual de aquel joven que fui y de cuyas intenciones me veo tan alejado.
–En una foto sale vestido de soldado con 34 años y un CETME entre las manos. En otra es un chiquillo seminarista con un banderín en la mano. ¿Se esperaba ese chico toda la vida que había entre ambas fotos?
–Yo no quería mostrar fotos pero pudo más el criterio editorial. Mostré estas dos fotos para subrayar precisamente que las decisiones de uno las marca el azar para fabricar destino.
–Estas memorias también tienen cierto ajuste de cuentas, ¿les ha perdonado a los prefectos la expulsión del seminario?
–Estuvo muy bien aquello de expulsarme del seminario y mis decisiones posteriores lo han corroborado. Y que mi padre me expulsara de casa para no ser yo mal ejemplo ante mis otros siete hermanos también estuvo muy bien. Nada de perdonarles, pues, sino agradecerles. Y así en muchas otras circunstancias. En otras muchas no, claro, como cuando ETA me persiguió porque yo trataba de vaciar gente de sus filas o cuando Arzalluz dijo que yo me había marchado del País Vasco porque lo quería. Recordar el pasado para buscar la verdad de uno mismo es ajustar cuentas, con uno mismo pero también con los demás.
–Explíqueme esta frase: «Colaborar con ETA sin queriendo colaborar nunca más con ETA»
–Cuando en París me consideraba a mí mismo fuera de ETA muy a finales de los 60, era muy difícil decirles a tus conmilitones que se fueran al carajo cuando te pedían ayuda para sacarle a un herido una bala del hombro o para que colaborases en un proyecto cultural en el que desde Semprún hasta Tápies ya estaban comprometidos. Salirse de ETA es cortar radicalmente con su mundo, es cortar con todas tus amistades y arrostrar persecución. Por eso estás diciéndote que no, pero sin decírselo a los otros con esa rotundidad.
–Una de las claves que aparecen en las memorias es la soledad, al final estamos realmente solos. ¿Está de acuerdo?
–La sociedad moderna ha dejado al individuo en una precaria soledad al privarle de los contornos sociales tradicionales donde entender la vida como un trayecto en común para alcanzar bienes que mejoren a la comunidad y en los que uno alcance la excelencia mediante prácticas virtuosas. Un ciudadano actual es lo que vaya decidiendo por su cuenta y riesgo, son sus desnudas elecciones las que van construyéndolo, sea que forme una familia o no. Y cada miembro de la familia está educado a ser mero individuo, otro ser en soledad.
–También están muy presentes sus lecturas y el pensamiento, ¿ambos pueden ser el verdadero hilo conductor de su vida?
–Lo que yo soy se lo debo a mis maestros, la mayor parte merced a sus libros. Sin libros, sería como mis padres.
–Cuando se plantó ante el terrorismo en la universidad, algunos compañeros le recriminaron que se «metiera en esto». ¿A qué se refiere concretamente?
–A que me organizase con gente como yo para luchar abiertamente contra el terror y su soporte, el nacionalismo obligatorio. El tan escandaloso «esto» para nuestra catedrática era el Foro de Ermua y, luego, ¡Basta ya!
–En varias ocasiones se ha mostrado crítico con el multiculturalismo. ¿Mantiene esta tesis? ¿Qué le parece lo que está sucediendo en Europa?
–Desde que investigué durante cuatro años en El Ejido, 2001 en adelante, metido de hoz y coz entre los agricultores de los invernaderos y los inmigrantes, comprobé que las críticas americanas al multiculturalismo eran muy ajustadas. Desde ellas tuve una perspectiva nueva del desastre al que nos llevaba el relativismo de las ONG y de los comunistas y muchos socialistas. Estudié el gueto de los HLM franceses y las barriadas belgas e inglesas y las abominé, me personé en la acampada salvaje de los inmigrantes, en su ocupación de universidades, en el «papeles para todos», en la escuela-guay sin contenidos éticos. Y critiqué esas prácticas de lo «políticamente correcto». En fin, ahora se está viendo lo que de razonable había en mi condena del multiculturalismo.
–Tener conciencia del mal que uno hace mientras se aplastan pasionarias es un ejercicio de conciencia, como los cachorros lanzados a un zarzal o los prisioneros de un «lager»... ¿Está nuestra sociedad anestesiada ante la ausencia real del dolor?
–Bastante anestesiada del dolor que nos infligimos mutuamente. Las relaciones humanas las construimos dañándonos unos a otros más que aliviándonos y haciéndonos bien.
–En el libro hay mucho de camaradería, de amistad, al final eso es lo único que nos llevamos, ¿no?
–Uno no es nada sin amigos. Nadie, sin los demás.