Castilla y León
Danza y buen hacer
Uno de los graves errores a los que nos puede llevar la crisis es pensar que el arte y las enseñanzas artísticas son superfluos en estos tiempos tan complicados. Eso nos conduciría a enterrar la inversión, el esfuerzo, la ilusión y el sacrifico hechos hasta ahora, tanto por la administración educativa como por alumnos y profesores, y a condenar a muerte el futuro de Castilla y León y España en este terreno. La semana pasada hubo dos muestras extraordinarias de la buena labor de la Junta en esta materia, ambas relacionadas con la Escuela Profesional de Danza de Castilla y León. Una tuvo lugar en Valladolid y otra en Burgos, ciudades que albergan las dos sedes del centro, y en ambas se percibía claramente la gran calidad de los frutos artísticos de una acertada política educativa, que ahora empiezan a recogerse. Castilla y León tiene que formar buenos bailarines porque la danza, junto con la música, es pieza clave de la médula cultural de un país en que todo no puede ni debe ser ciencia, técnica y economía. Este ejemplo de centro educativo, al que los niños pueden acceder a partir de los ocho años para cursar el nivel elemental y luego tener la oportunidad de hacer el grado profesional, nos hace comprender lo que es el buen camino de las enseñanzas artísticas. Y detrás de ello no solo hay buenos políticos de los que depende el proyecto sino la mano experta de un director que, además de ser Premio Nacional de Danza, lleva a buen puerto la escuela, con tesón e ilusión, y pone sus coreografías a disposición del aprendizaje con brillantes resultados, como se pudo ver el pasado jueves en Teatro Álvaro Valentín de Valladolid y el viernes en el Principal de Burgos, precisamente entorno al Día Internacional de la Danza fijado por la Unesco.
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