Literatura

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Con un día basta

Las novelas circadianas, cuya acción transcurre en 24 horas, han dado grandes obras

Ridley Scott decidió espaciar el tiempo en su adaptación de «Sueñan los androides con ovejas eléctricas»
Ridley Scott decidió espaciar el tiempo en su adaptación de «Sueñan los androides con ovejas eléctricas»larazon

El poeta Walter J. Burrett miró el 24 de agosto de 1922 su reloj y se dio cuenta, en ese momento, que acababa de vivir el día perfecto.

El poeta Walter J. Burrett miró el 24 de agosto de 1922 su reloj y se dio cuenta, en ese momento, que acababa de vivir el día perfecto. Había vivido 21.254 días antes, pero ninguno como aquel. Recordaba algunos buenos, muchos malos, muchos más sin aliciente alguno y luego estaba aquel, imposible de superar. Apuntó la hora en su diario, cogió con horror el fusil de su padre, y a continuación mató a su perro. Quería mucho a su perro, un precioso yorkshire que le regaló su madre pocas horas antes de morir, pero era la única manera de arruinar ese día perfecto. Enterró el animal entre sollozos, pero esperanzado, porque el futuro permanecía abierto y prometedor. Ah, el día del pobre perro había sido una birria.

Desde el siglo XIX, existen centenares de novelas que transcurren en un único día. La obsesión por el tiempo ha hecho que este ejercicio deje de ser un «experimento literario» y sea un género en sí mismo, como la novela negra o la ciencia ficción. Hay tantas que incluso tienen nombre, novelas circadianas. La pionera de esta forma de comprimir la acción de la narración fue «El último día de un condenado a muerte», de Victor Hugo, que como su nombre indica, es el relato final de un hombre a la espera del cadalso. Después vendría la espléndida novela del periodista George Augustus Sala bautizada «Dos veces alrededor del reloj o las horas del día y la noche en Londres» que en 1859 utilizaba la nueva técnica para hacer una vívida crónica de la vida en el Londres victoriano. Incluso se podría incluir «Alicia en el país de las maravillas», de Lewis Carroll.

El día de la muerte suele ser uno de los preferidos a escoger, como la excepcional «La muerte de Artemio Cruz», de Carlos Fuentes. Y la muerte no ha de ser la del protagonista, sino la de otros, como en «La señora Dalloway», de Virginia Woolfe, en la que veremos el suicidio final de Septimus. El primer título de trabajo de la novela era «Las horas», lo que es bastante significativo, y que luego cogería Michael Cunningham para su novela homónima en la que Woolfe es un personaje.

Otra de las convenciones del género es utilizar días muy marcados en el calendario, como cumpleaños, bodas, bautizos o celebraciones varias. El ejemplo máximo sería la Nochebuena en «Cuento de Navidad», de Charles Dickens. A su vez, el mismísimo Tolstoi hablaba siempre de la necesidad de escribir novelas sobre días memorables, de aquellos que, borrados de la vida de cualquiera, podrían alterarlo por completo.

Aunque lo que más abundan son la selección de un día como sinécdoque que ejemplifique el caos de todos los que vinieron y vendrán. Aquí destacan «Carpe Diem», de Saul Bellow y, sobre todo, «Un día en la vida de Iván Denisovich», de Aleksandr Solzhenitzin, que habla de un día de un preso que acaba con la terrible frase: «había 365 días como este...»

Aunque la historia que popularizó la novela circadiana es el «Ulises», de James Joyce, tanto, que incluso se celebra cada año en Dublín el Bloomsday, el 16 de junio, día del que habla el libro. A partir de aquí aparecieron grandes obras maestras como «Bajo el volcán», de Malcolm Lowry; «After Dark», de Haruki Murakami; «Sábado», de Ian McEwan; y «Ve y dilo en la montaña», de James Baldwin.

quí nos encontramos A partir de allí, los días escogidos se hicieron menos evidentes. Las novelas circadianas suelen escoger días muy significativos,

o tener eso, no suelen ser días al azar, sino que contienen todo una vida en ese suspiroamenco es un arte expansivo. Nace de dentro hacia fuera, un fuego que acaba en grito y agita después todo lo que toca. Por eso, y a pesar de los ortodoxos, es un arte transversal, que acoge y absorbe bien todo lo que se acerque a su alrededor. Por eso, cuando se habla de fusión, siempre es el flamenco el género que predomina, el que es más visible, elq ue invade y domina al otro. El flamenco contemporáneo es ese ladrón que ha hecho suyo lo ajeno y encima ha convencido a los demás que los ladrones son los otros. Esto quiere decir sólo una cosa, ¡viva el flamenco!

Este fin de semana tendrá a dos grandes estrellas de la nueva ornada de coreógrafos en Temporada Alta. De esta forma, se podrá ver el estreno en España del último espectáculo de Rocío Molina, «Caída del cielo», así como la última maravilla de Israel Galván, «Solo».

Molina estrenó el pasado 3 de octubre, en el Teatro Nacional de Chaillot de París, la que define como su obra «más provocadora», un descenso a las entrañas de la feminidad, a partir de una coreografía muy física y vibrante, casi intuitiva, que proyecta furor y energía por todos los poros. «Me siento más mujer que nunca», asegura la artista, para quien su baile nace «entre sus ovarios y esa tierra que patea».

La bailaora, de 32 años, vive su mejor momento creativo, con total control de su talento y la visión para saber vehicularlo hacia donde ella quiere. En este caso, «Caída del cielo» nació de un cuadro, «El jardín de la delicias», de Hieronymus Bosch (el Bosco). Molina crea una especie de descenso a los infiernos desde la pureza del paraíso, al caos, a las tinieblas y a lo desconocido. Define, por tanto, su creación como «arte grotesco», en la que la improvisación juega un papel muy preponderante y en el juega a «despistar» a sus propios músicos y en el que dominan los silencios para dejar que su furia interna no esté dominada por compás ajeno a su propia y desvocada pasión.

Premio Nacional de Danza en 2010, asegura que la dicotomía entre tradición y la innovación no la obsesiona y reconoce como guía y faro a nombres como Enrique Morente, Paco de Lucía, José Monge Cruz (Camarón) y Carmen Amaya, muy presentes en el fondo del espectáculo.

Por su parte, Israel Galván presenta «Solo», que invita al espectador a verle bailar sin ornamentos. Como si de un ensayo se tratara, el público verá a Galván completamente solo sobre el escenario, sin escenografía ni vestuario específico, ni siquiera con música. El monasterio de Sant Pere Galligants será el particular escenario de una pieza que llega al corazón del flamenco.Quam vis? O tatur perem se tum es, nulabem ina, opubliisquod dem, Caturaelint? Nihilissa re ertus tam di tabulla issigit? in de inc mo estam finam quastra L. Nostandit. Vivides erfiridin venterfit.

Quam con auco morei intelat.

Quam o ingulto internihil consum dertemorum. Graritem in Itabenat.

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