Barcelona
El Sónar de las luces
Arca hace vibrar con su juego entre oscuridad y brillo y Autechre reivindica su legado abstracto
Los juegos de marcianitos han comenzado. El arranque del Sónar tuvo en los espectáculos lumínicos su punto fuerte, demostrando que el hombre por fin está perdiendo su egocentrismo y que lo excitante siempre será lo que consigue, no lo que es. Porque no hay nada tan aburrido como mirar a un hombre hacer una mesa, aunque sea una gran mesa, como no hay nada más aburrido, en realidad, que ver a un hombre tocar un instrumento. El resultado es lo importante. Eso sí, si le pones audiovisuales impactantes, hasta ver a un carpintero es fascinante. «¡El futuro ya está aquí!», gritó entonces un elefante, pero nadie lo vio porque todos estaban hipnotizados con las luces.
El recinto de la Fira de Montjuïc volvió ayer a ser un correcalles de gente, movida de un escenario a otro en busca de la nueva maravilla. Había, como siempre, extranjeros, altos, tecnos, y morenos, y electrokids y houseros y hip hoperos, y siniestros, y tíos disfrazados de pirata y hasta una tetera que gritó «piiiii» y fue la monda. El ambiente, entre el calor y la excitación era una fiesta. Si los sensores de movimiento que han colocado en el recinto para saber el comportamiento del público funcionan, está claro que concluirán que no son más que ratones en busca de más queso.
La tarde arrancó algo «retro» con el británico Kindness, que lo dio todo con su electro soul lleno de matices, pero nadie quería ver a un hombre cantar, sino desprendía lásers por los ojos. Saltó al público e intentó hablar en español, pero los cantantes sudan y es desagradable. Los efectos lumínicos no, son mejores.
Al mismo tiempo, en el Sonar Hall, empezó la actuación de Atom Tm con el acompañamiento visual de Robin Fox, un espectáculo que conjuga la rotundidad electrónica de los ritmos partidos del primero con las descargas lumínicas del segundo. El público parecía estar en medio de un enfrentamiento entre rebeldes y tropas imperiales, pero con música que se podía bailar de fondo. La pregunta es si sobre el escenario había alguien. La respuesta, no importaba en absoluto, lo que importa en el Sónar son los efectos y los afectos, y parece que el hombre ha perdido la potestad de ambos. Bye Bye, artista pelmazo, nos hemos quedado tu trabajo como si fuese una entelequia para disfrute propio.
Pero el plato fuerte llegó en el SonarComplex con la actuación de los británicos Koreless y Emmanuel Biard, que presentaban «The Wall». Una gran fuente de luz central proyectaba al público docenas de lianas fluorescentes, como la construcción de una enorme tela de araña que atrapase a todo el público dentro. Y vaya si los atrapó, nadie se movía de su sitio. Por un lado, la música emocional, minimalista, de un ruidismo melodramático tan efectivo como retórico, hacía del público una especie de masa sensible a punto de explotar por sobre excitación, y luego estaban los lásers verdes que sí, acababan por hacerlos explotar. ¡Booom! Sin duda, uno de los momentos para recordar de este Sónar y, otra vez, a los artistas no se les veía el pelo.
A partir de aquí el efecto repetición fue quitando intensidad a la jornada. La esperada actuación de Arca decepcionó un poco, con sus estructuras ruidísticas algo chiché, aunque los audiovisuales que respondían al sonido de Jesse Kanda sí eran notables, como esa introducción en el corazón de un túnel de lavabo. Arca, venezolano, reclamaba más ruído, ¡más!, mientras bailaba o empezaba a rapear y gritar como si le hubiesen robado el bolso. Demasiado protagonismo, hoy era el día de las luces, alguien tan moderno debería haberlo sabido.
La primera jornada continuó con los contundentes J.E.T.S. el tecno house de Palm Trax y el regreso de los míticos Autechre, genios de la abstracción. Ah, y Hot Chip, pero tocaban demasiado tarde, había que correr a ver a Chemical Brothers.
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