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La gloria olvidada de Antoni Fabrés

El Mnac dedica una exposición a un artista cuya obra permaneció oculta durante décadas

La exposición recrea el taller de Antoni Fabrés con las obras que donó al museo en 1926
La exposición recrea el taller de Antoni Fabrés con las obras que donó al museo en 1926larazon

El Mnac dedica una exposición a un artista cuya obra permaneció oculta durante décadas

En 1926, el pintor Antoni Fabrés donaba sus pinturas, aquellas que almacenaba en su taller. Con todo ese material se le dedicó una sala en lo que hoy es el Museu Nacional d'Art de Catalunya (Mnac) que duró poco, poquísimo a consecuencia de las críticas que recibió el regalo de Fabrés. No fue hasta 2014, con la renovación de las salas del Mnac que se recuperaron algunas de las piezas que durante décadas durmieron décadas en los almacenes del Palau Nacional de Montjuïc.

Ahora Antoni Fabrés recupera su gloria en una exposición en la que se puede comprobar que era un pintor de una gran técnica y que aspira a tener un éxito parecido al de su admirado Marià Fortuny. Óleos, dibujos, carteles e incluso esculturas sirven para recrear el taller de este creador en una de las salas de la colección permanente del Mnac. «Fue un pintor poliédrico, con muchos estilos», subrayó Aitor Quiney, el comisario de la muestra, para añadir que Fabrés «tuvo una visión romántica de la vida».

Transtornado por no haber conseguido la gloria que tanto amaba, Fabrés murió en el olvido de Roma. Sin embargo, durante su larga vida fue un pintor que tuvo cierto reconocimiento y que vio como muchas de sus composiciones eran compradas por no pocos coleccionistas. Eso ha hecho que hoy parte de su producción, además de la donada al Mnac, esté repartida por museos y colecciones privadas de Buenos Aires, México D.F., Londres o París. En este sentido, además del fondo del Mnac, dos cuadros de la retrospectiva han sido prestados por el Museo del Prado.

Nos encontramos ante un artista que, en palabras de Fabrés, es «versátil y virtuoso», con una especial atención hacia los temas orientales y que lo convierten en uno de los más aventajado seguidores de Fortuny, pese a que nunca pudo llegar a conocer personalmente al pintor. A ello se le suma su capacidad como retratista y su detallismo para plasmar como nadie el costumbrismo del tiempo que le toco vivir. Todo eso era algo que entusiasmaba al cliente burgués que compraba sus trabajos.

A lo largo de sus sesenta años de carrera, Antoni Fabrés se cuidó mucho de no estar vinculado con ninguna escuela, solamente con su compromiso personal por pintar bien. La pintura era, como recordó Quiney, «un símbolo de alta cultura» para Fabrés. Ahora, gracias a esta exposición, recupera su olvidada gloria.