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Montañas para reír y temblar

Las emociones se exaltan en las alturas, algo que la literatura sabe muy bien desde que George Mallory murió en el Everest en 1924

Eric Newby narró su experiencia como escalador primerizo en «Una vuelta por el Hindu Kush»
Eric Newby narró su experiencia como escalador primerizo en «Una vuelta por el Hindu Kush»larazon

George Mallory sabía del majestuoso secreto que esconde la cima de una montaña. El hombre que dio a conocer el Everest al mundo en los años 20 aseguró, quizá en su cima que: «Uno ha de conquistar, lograr, llegar a la copa. Uno ha de conocer el final para convencerse que puede ganar el final, saber que no hay sueño que no se pueda acometer.

George Mallory sabía del majestuoso secreto que esconde la cima de una montaña. El hombre que dio a conocer el Everest al mundo en los años 20 aseguró, quizá en su cima que: «Uno ha de conquistar, lograr, llegar a la copa. Uno ha de conocer el final para convencerse que puede ganar el final, saber que no hay sueño que no se pueda acometer. ¿Es esto el súmmum? Qué tranquilidad y silencio. No estamos exultantes, sino alegres, sobriamente atónitos. ¿Hemos ganado un reino? No, pero sí. Hemos cumplido un destino». Después de tanta realización personal sólo quedaba la muerte y el Everest se lo tragó para la eternidad, o al menos hasta 75 años, cuando descubrieron su cadávez. ¡Ah, la fuerza simbólica de la montaña!

Las grandes cimas son un escenario fantástico para la novela, porque la altura sublima todas las emociones, las exalta, expande y sulfura. Un chiste es más gracioso en lo alto de una montaña, como el silencio es todavía más silencioso allí arriba y shhh, no es un secreto, todo el mundo lo sabe. El amor es sin duda más pasional e imperativo en la cumbre, como lo saben los cowboys de «Brokeback Mountain», de Annie Proulx, como el miedo es más escalofriante.

Risas aseguradas

Empecemos por los chistes. La editorial Blackie Books acaba de recuperar «Hasta arriba», de W. E. Bowman, una de las cumbres del humor inglés del siglo XX, aunque habría que tachar cumbres, por favor. La disparatada ascensión al Kurda Rarí es un in crescendo en que a medida que avanzas y vas cogiendo altura te vas quedando sin aire de tanto reír. Sólo en el principio, cuando un error de traducción hace que 30.000 porteadores locales se apunten a la expedición, lo que obligará a aumentar la carga para que tengan algo que hacer, ya pone el listón alto. El libro se convirtió en una novela de culto para los alpinistas de todo el mundo. Incluso en España, hasta ahora, sólo estaba traducido en editoriales especializadas en viajes y aventura. Bowman es, sin duda, uno de los grandes. Esperemos que pronto alguien traduzca su magnífica «Th cruise of the talking fish».

Otro hito del humor, pero este más irónico y experiencial, es «Una vuelta por el HIndu Kush» (Laertes), de Eric Newby. Reverenciada por el mismísimo Evelyn Waugh, Newby, que se atrevió a ir al Himalaya, habla en primera persona de sus experiencias en un viaje de altura, aunque debería borrarse altura, por favor, basta de símiles longitudinales. El objetivo es lelgar a la cina del pico Mir Samir, pero como dicen los poetas hippies, el viaje resultará mucho más interesante que el destino final.

Pero no sólo el humor se sobredimensiona allí arriba, sino que el terror se hace más universal, crepuscular y desasosegante. Que se lo digan a «En las montañas de la locura», de H. P. Lovecraft, con esos extraterrestres origen del principio de los tiempos escondidos dentro de las montañas y que aniquilarán a toda una expedición con sólo chasquear los dedos.

Incluso la tensión y el «thriller» son más tensos y «thrillicos» en una montaña. Quien haya leído «La sanción de Eiger», la primera novela de Trevalian, el autor de «best seller» tristemente hoy olvidado, sabe que ni James Bond fue nunca tan trepidante y nervioso. Clint Eastwood llevó el libro al cine, pero no consiguió capturar ese vértigo que se siente al girar cada página.

Y para acabar, no hay libro tan trascendente y espiritual, como si te hubiese morido Buda una oreja, que «Horizontes perdidos», de James Hilton. Descubrimos, oculto en el Himalaya, el monasterio Shangri-La donde el tiempo parece detenerse y la armonía reina a pocos centímetros del cielo. Un consejo final, hay que leer estos libros a más de 4.000 metros. La experiencia es todavía más intensa y exaltada.