Crítica de libros
Ricos, qué personajes
Con «Los privilegios», Jonathan Dee vuelve a poner de moda en la novela a los plutócratas y acaudalados
Cuando un rico es cruel y despiadado se le tilda de ambicioso y codicioso. Cuando es rídiculo y absurdo, se le llama excéntrico y extravagante. Cuando se le ha de pedir dinero, se le llama señor, caballero y lo que haga falta. Porque las cosas son así, hasta las palabras son suyas. En la actual plutocracia, los ricos son los reyes y su tiranía no se limita a la vida real, en la ficción también parecen ser los personajes más interesantes. El estreno de la nueva adaptación de «El gran Gatsby» ha vuelto a poner sobre la mesa la fascinación y el misterio que ejercen los privilegiados. A veces se les mira con envidia, otras con admiración, pero siempre despiertan ese genio histérico que llevamos dentro y que nos hace sentirnos vivos. Porque el odio, a veces, es tan terapéutico como el amor.
Acaba de publicarse en nuestro país una de esas novelas que aspiran a ser consideradas en los próximos años un clásico de culto y, como Gatsby, nos ponen tras la pista del misterio de estos ricos. En «Los privilegios» (Anagrama), de Jonathan Dee nos presentan a Cynthia y Adam, una pareja de apenas 22 años, recién casados, que descubrirán con jactancia que el dinero sólo sirve de una cosa, para ganar más dinero.
Así describe Dee a sus irresistibles personajes: «Adam no piensa en el dinero como dinero. En ese sentido, no es codicioso. Para él y su mujer sólo significa libertad. Son muy conscientes del tiempo. Saben que sólo tienen una vida y han de vivirla al máximo. Y la única forma de conseguirlo es asegurarse que nada se mete en medio entre su realidad y su fantasía. ¿Cómo lo consiguen? Ganando más dinero». Con grandes dosis de sentido del humor y una perversa ambivalencia moral, Dee hará de estos ricos unos seres complejos, envidiables y misteriosamente seductores.
Uno de los que mejor ha descrito a este mundo de personas acaudaladas y farsa de costumbres es Louis Auchincloss. En «La educación de Oscar Fairfax» (Libros del Asteroide). Este abogado y escritor traza en esta especie de memorias ficticias la vida de un hombre de vida tan ostentosa como plana que descubre que el mundo, tal como está construido, no es bueno ni para ricos ni para pobres, sino para los que saben que es un todos contra todos. Autor de más de 60 libros, Auchincloss se enfadaba mucho cuando le criticaban que sólo describía un mundo muy pequeño, el de los ricos y se reía cínicamente del odio que despertaban los privilegiados. Porque el mundo, la realidad, no es una democracia. Que haya más pobres no significa que su vida sea más verdadera. Peor sí, pero más amplia y verdadera, ni hablar.
Por supuesto, si hablamos de gente con mucho dinero y poder en algún momento tiene que aparecer la corrupción. En «El dinero de los demás» (Ático de los Libros), de Justin Cartwright, y «Union Atlantic» (Salamandra), de Adam Hastlett, se investiga en la depravación de la riqueza, el primero desde Inglaterra y el segundo desde Estados Unidos. En ambos casos son retratos certeros de la sociología de la decadencia moral de occidente, siempre bajo el lema «y yo más».
Vanidad y prejuicio
La sensación de la degradación de la riqueza también está muy presente en «La señora Parkington» (Lumen), de Louis Bromfield, en la que seguimos la vida de Susie Parkington, una anciana de 84 años que rememorará las etapas claves de su existencia, siempre en comparación con la corrompida prole que le ha sucedido, para comprender que el progreso no es más que una forma de cambiar los nombres a los golpes y desastres que cometemos.
La lista de grandes novelas sobre ricos es infinita. No hay tantas sobre médicos o sobre carpinteros, pero sobre ricos hay muchas. Por ejemplo, «La hoguera de las vanidades» (Anagrama, Columna en catalán), de Tom Wolfe, irreverente sátira en torno a las altas esferas neoyorquinas, sus privilegios y qué pasa cuando los pierden, y una de las mejores comedias del siglo XX.
Los anglosajones son los que más centran sus historias sobre estos personajes. Sólo hay que pensar en las novelas del joven Alan Hollinghurst. «Siempre he pensado que los ricos son más interesantes a la hora de comportarse mal de forma entretenida», concluye Hollinghurst.
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