Valencia

Faltan 1.000 mujeres: "Cada día pienso que me puede matar"

Marta logró sobrevivir tras poner fin a seis años de maltrato, pero su agresor está en la calle. Beatriz no lo logró, fue asesinada el domingo por su pareja y se convierte en la víctima número mil

Marta sobrevivió tras poner fin a seis años de maltrato. Su agresor está en la calle
Marta sobrevivió tras poner fin a seis años de maltrato. Su agresor está en la callelarazon

Marta logró sobrevivir tras poner fin a seis años de maltrato, pero su agresor está en la calle. Beatriz no lo logró, fue asesinada el domingo por su pareja y se convierte en la víctima número mil.

«Educación y mucha conciencia social, eso es lo que hace falta para terminar con la violencia de género. Educar en igualdad es lo primero, pero también debe erradicarse de una vez eso de “les oía discutir pero yo no soy nadie para meterme en las intimidades de una pareja”. Eso es de una sociedad hipócrita: no hace falta tener un gran cargo para ir cambiando las cosas». Habla una veterana agente policial que lleva tratando el problema de la violencia de género desde antes incluso que se le llamara así. Está cansada de ver la pasividad de la gente y de quedarse de piedra cuando habla con familiares y vecinas de una fallecida y comprueba que lo sabía todo el mundo pero nadie hizo nada. «Es urgente que nos concienciemos de que esto es responsabilidad de todos», insiste.

Desde que existen estadísticas oficiales para tratar de medir la violencia que se ejerce contra una mujer por el mero hecho de serlo, desde hace solo 16 años, ya han muerto 1.000 a manos de su pareja o ex pareja. Un millar de mujeres que vivieron un infierno antes de morir, a menudo en silencio. Porque el gran problema de esta cultura machista continua siendo la ausencia de denuncias previas por parte de ellas: menos de un tercio de las fallecidas se atrevieron a contarlo antes. Los peores años fueron 2008, con 76 fallecidas, y 2011, con 73. Después, ha habido una tendencia a la baja, siendo la cifra «menos mala» 49 muertas en 2016. En lo que llevamos de año van 25. Según los datos registrados por la Secretaría de Estado de Igualdad, 661 de estas mujeres (el 66,1) son de nacionalidad española y el 58,7% (587 casos) aún mantenía una relación sentimental con su agresor.

Beatriz, una chica de 29 años, se hizo ayer con el triste honor de ser la «número mil» en el doloroso conteo y cumple el perfil a la perfección, según los datos anteriores: era española, no había denunciado y estaba en pareja. Su chico, de 49 años y origen rumano, se suicidó cuando se vio acorralado por la Policía, otro comportamiento también muy habitual entre estos individuos. El doloroso suceso ocurrió la noche del domingo en Alboraya, una localidad costera pegada a Valencia capital. Ambos trabajaban en hostelería. Al parecer, ella como camarera en una horchatería y él en una pizzería. Habían comenzado su relación en Malta hace ocho años. Luego se trasladaron a Valencia en 2015, pero no llevaban mucho viviendo en un cuarto piso de la calle Unió, en el barrio de Port Saplaya. Fue ayer por la mañana cuando la echaron en falta. Su madre, porque no contestaba a las llamadas y su jefe, que le pareció extraño que no se presentara en su puesto sin haber avisado. Así, tanto el jefe como la madre, acudieron al domicilio pero nadie contestaba al timbre. Los agentes tuvieron que llamar a los Bomberos para que forzaran la puerta. Y fue ahí, al verse acorralado y sin ninguna escapatoria posible cuando el agresor decidió quitarse la vida tirándose por la ventana. Antes, se había autoinfligido cortes en las muñecas y se había clavado un arma blanca en el pecho. Cuando los agentes entraron al domicilio encontraron a Bea estrangulada en la cama. Apenas llevaría 8 o 10 horas fallecida, según los primeros indicios forenses, pero será ahora la autopsia practicada en el Instituto de Medicina Legal de Valencia la que determine las circunstancias del fallecimiento. El juez de guardia tuvo que encargarse de la autorización del levantamiento de los dos cadáveres (el de él tirado en la calle tras precipitarse desde el balcón) e instruirá diligencias la Guardia Civil de la Comandancia de Valencia. Él no tenía antecedentes por violencia de género: uno de los grandes obstáculos para luchar contra esta lacra. Lo explica una jueza que ejerce en un juzgado de Violencia de Género de Andalucía. Aunque cree que los juzgados especializados no han demostrado ser lo eficaces que pensaron cuando se diseñaron, sí cumplen una importante función: no tratar este tipo de violencia como otra más. Para ella, el principal problema es que «la violencia de género sigue siendo un problema incuantificable». «Lo constatamos cada vez que hay una fallecida y vemos que no había denunciado. Esa chica estaba siendo maltratada y no había entrado en la estadística, por lo que la cifra oficial de maltratadas siempre es inferior a la realidad. Hay datos que nos hacen inferir que la cifra real es abrumadora». Opina similar la secretaria de Mujer e Igualdad de AUGC Madrid: «Las que están peor no denuncian porque tienen mucho miedo». La pata policial es otra herramienta vital en esta guerra contra el machismo: el sistema de valoración del riesgo en bajo, medio, alto y extremo ha demostrado fisuras y no hay agentes suficientes para proteger a todas. Y eso que no son ellas las únicas víctimas: desde 2013 también se contabilizan los hijos de éstas. En solo seis años, ya van 245 menores que se han quedado sin madre.

«El miedo no se irá nunca, pero la semana pasada me quité el botón del pánico»

El próximo 21 de junio se cumplirán 11 años del momento en que Marta Guerrero tuvo la valentía de salir de casa con sus hijos. Durante más de seis años, esta valenciana aguantó el maltrato de su marido, primero los psicológicos y, más tarde, la violencia física. Ahora, con 41 años, asegura que sigue viviendo con miedo, pero es capaz de hablar de lo que vivió. «Cuando voy por la calle siempre miro a los lados y detrás, a ver si me persigue alguien. Las mujeres que hemos sobrevivido a la violencia de género debemos aprender a vivir con estas cicatrices, sobrellevarlas. No somos enfermas, pero tenemos daños psicológicos irreparables»; nos cuenta. Su proceso judicial terminó hace un año. Su ex pareja está en libertad y ella aún recuerda lo que le decía cuando vivían juntos. «Si me denuncias y me meten en la cárcel, algún día saldré, así que mira lo que haces. Te quitaré a nuestra hija, tu vida no vale más de 300 euros», le gritaba entre golpe y golpe.

«Hasta el tercer año no llegó la violencia física. Los primeros era psicológica, que realmente, si sobrevives, es lo que te marca toda la vida. Yo tenía 25 años cuando comencé la relación y entonces había menos información. Consiguió anularme, yo no me reconocía. Me prohibía salir con mis amigos y mis familiares, solo me dejaba salir de casa para trabajar», relata.

Lo que Marta ganaba en su trabajo, él la obligaba a entregárselo. Si la casa no estaba limpia, era su culpa. Si la comida no le gustaba, también.

«Tenemos una hija en común y fue por ella por la que tomé la decisión de denunciar y llamar al 016. Una noche, estábamos las dos en casa y sonó la puerta del ascensor cerrarse, luego se abrió la de casa y mi hija me dijo: ''Mamá, te diga lo que te diga no respondas, agacha la cabeza''. Esa frase me animó a decir ''hasta aquí''», afirma Marta que más tarde dejó su trabajo y se puso a estudiar integración social para ayudar a mujeres que se encuentran en su misma situación.

Tras dejar la «casa del infierno», Marta se fue con su hija y otra fruto de una relación anterior a un centro de protección de mujeres donde permaneció seis meses y entonces comenzó su periplo judicial. «No se puedo demostrar, al parecer, todo lo que me había hecho, pese a que declararon mis hijas y se presentaros todos los informes médicos y psicológicos», lamenta. Y así, fuera de la que había sido su casa comenzó una nueva vida, eso sí, siempre con miedo, con los recuerdos recorriendo su mente en cada segundo y con el sufrimiento de pensar que él puede volver a hacer daño a su hija. «La semana pasada me quite el botón del pánico que he llevado durante todo este tiempo, no es que ya me sienta segura y que haya dejado atrás los temores, pero es necesario seguir adelante, mirar al futuro. Además, he cambiado de número de teléfono veinte veces y tres veces de domicilio», relata.

El año pasado fue cuando Marta consiguió verbalizar el calvario que vivió. «Antes era imposible, porque en parte siempre había un sentimiento de culpabilidad», reconoce. Ahora, y junto a otras 300 mujeres, ha constituido en Valencia el primer Consejo de Mujeres resilientes de la violencia machista en España, para ayudar a mujeres en su misma situación. «Hay que denunciar y salir de casa, yo no sé cómo pude hacerlo, pero hay que sacar fuerzas», sentencia.