Literatura

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Las librerías madrileñas luchan por sobrevivir

Son lugares de conocimiento que favorecen el tejido social, pero la crisis económica y, más grave, la de la lectura, ha provocado el cierre de algunas librerías emblemáticas. Otras, en cambio, celebran 40 años.

LIBRERÍA LOS EDITORES. Este joven establecimiento (lleva un año y unos pocos meses) ofrece libros de editoriales independientes
LIBRERÍA LOS EDITORES. Este joven establecimiento (lleva un año y unos pocos meses) ofrece libros de editoriales independienteslarazon

Son lugares de conocimiento que favorecen el tejido social, pero la crisis económica y, más grave, la de la lectura, ha provocado el cierre de algunas librerías emblemáticas. Otras, en cambio, celebran 40 años.

Cierran con el mismo silencio que funcionan y dejan un vacío inmenso. Nadie levantó un tuit con el final de librerías emblemáticas como Rumor, Paradox, Pedagógica, Fuentetaja, La Regenta, Diálogo Altaïr... al contrario que sucedió con cafeterías como el Comercial o Nebraska. Esas cosas que hablan de nosotros. «Las librerías, podemos decir, sobreviven. Algunas han perecido por especulación inmobiliaria o vaivenes de grupos como la cadena Crisol, pero eso no oculta que nombres muy emblemáticos, arraigados en el imaginario de la ciudad, han cerrado por problemas de sostenibilidad. No pueden resistir el embate de la crisis que restringe el consumo de los particulares y de las compras institucionales y, por otro lado, la falta de estímulo lector», dice Fernando Valverde, secretario del Gremio de Libreros de Madrid. En los últimos años, han desaparecido un buen número de ellas (unas 80 en una década) aunque al mismo tiempo se ha abierto un número mucho más modesto. «Y con una gran precariedad, con escaso fondo –algunas ni 500 títulos– y casi rozando el autoempleo». Mientras, las librerías abiertas en los setenta, la época de mayor profusión, celebran cuatro décadas con muchas incógnitas sobre su relevo.

Las librerías cumplen una función decisiva en el tejido de sus barrios. En Vallecas, con un censo de 700.000 habitantes, «hay dos que merezcan tal nombre», como precisa el secretario del gremio. Una es Muga (Av. de Pablo Neruda, 89) y la otra es La Esquina del Zorro (Calle del Arroyo del Olivar, 34), en San Blas no hay ninguna y en Vicálvaro, Jarcha (Calle Lago Erie, 6), abierta hace 43 años. «En muchas de las ubicadas en la periferia se lleva a cabo un enorme trabajo en total abandono. Se lleva a autores, se organizan clubes de lectura y presentaciones –dice Valverde–. Es una labor espectacular de extensión cultural», es decir, llevan a cabo gratis la responsabilidad de la administración. «Pero no hace falta ir a un lugar periférico para apreciar esa creación de tejido. En el mismo Paseo de la Castellana, que es un área de oficinistas, podemos decir, sin mucha identidad, está el caso de (Paseo de la Castellana, 154), que ha aportado una actividad enorme y un alma a esa zona». O en barrios, como el de Salamanca, donde van desapareciendo. Librería Miraguano (Hermosilla, 104) acaba de cumplir 40 años recibiendo clientes que El Corte Inglés no sabe atender. «Las grandes superficies no tienen fondo de catálogo, porque solo les interesa aprovechar el espacio al máximo para sacar el beneficio más alto. Lo más normal es que, si pides un libro que tenga diez años de antigüedad, no lo tengan. Y punto, no hay más explicaciones. En cambio, en una librería se encargarán de buscarlo porque ese es el trabajo diario de un profesional formado. Encontrar, libro a libro, lo que pide el cliente. Conocerle, aconsejarle títulos que pueden interesarle por sus gustos o precisamente por lo contrario, algo que le abra la mente. Pero ese trabajo no lo hará una gran superficie porque un trabajador de librería no se forma en tres meses y es lo que duran muchos en ese tipo de negocios», explica Pepa Arteaga, de Miraguano.

«Pasión y delicadeza»

Esa función prescriptora la tienen en mente en la Librería Los Editores (Calle Gurtubay, 5), que apenas lleva un año y algunos meses de actividad, pero son conscientes, como proclama su manifiesto, de que «la vida de las librerías corre peligro. La gente está dejando de leer», afirman. En este joven establecimiento se apuesta, como explican sus responsables, por libros que se alejan de los «best-seller», títulos necesarios que no venden miles de ejemplares pero que, como aseguran, su misión es acercarlos al lector «con la misma pasión y delicadeza con que los valientes editores hacen su trabajo». «No es un proyecto mercantilista. Y valoramos mucho la importancia de hacer un lugar agradable, cuidar a tu clientela, darte a conocer en el barrio», dice Lucía, una de sus responsables.

¿Qué se pierde cuando se cierra una librería? «Se muere parte de la industria del libro –explica Pepa Arteaga–. Porque es el lugar donde se dan a conocer los títulos, pero más aún, donde se mantienen vivos. El día que desaparezcan las librerías y quede todo para las grandes superficies, éstas delimitarán lo que exponen y promocionan bajo criterios de rentabilidad y no por la necesaria diversidad de lecturas, autores o géneros. Se publican 70.000 títulos al año y eso quiere decir que habrá algunas editoriales que sólo podrán vender por internet, no tendrán espacios físicos donde hacerlo. Y la venta por internet no es accesible a todo el mundo».

Los problemas son muchos y profundos. «Muchas de las altas que recibimos en el Gremio apenas duran dos años antes de cerrar. Son iniciativas muy endebles aunque es cierto que con mucha alma. Cada año, repaso la lista de librerías que han pedido participar en la Feria del Libro y llamo a las habituales que no lo han pedido. Todos los meses de marzo me llevo desagradables sorpresas de anuncio de cierre inminente de alguna de ellas», añade Valverde. Se abren, sí, por ejemplo en zonas como Lavapiés, por la única razón de que los locales son asequibles. Librerías de un sólo trabajador y mal pronóstico. La crisis –económica y de lectores– dio lugar a modelos nuevos, con cafetería incluida, pero frente a algunos buenos resultados, como Tipos Infames (San Joaquín, 3), la suerte ha sido dispar. La experiencia que ofrece Cervantes & Co (Calle del Pez, 27), por ejemplo, crea nuevos públicos. Óscar Tobías, uno de sus responsables, apunta: «No hay plan de pervivencia para las librerías, no se habla de libros en el Consejo de Ministros. Esa parte de fomento y valoración de la lectura es lo que hace que estemos a la cola de Europa en lectura. Pienso que cada vez habrá un cambio hacia un híbrido donde haya exposiciones o presentaciones. Puede que haya que hacer un poco de teatro para sobrevivir...».

Quedan librerías «cuarentonas», como las citadas Jarcha, Miraguano, Rafael Alberti (Calle Tutor, 57), Naos (Calle Quintana, 12) y alguna a punto de serlo, como Polifemo (Av. de Bruselas, 44). Pero el futuro es raro: «Caminamos deprisa hacia un mundo laboral muy precario. Las posibilidades de encontrar trabajo de calidad, la invasión tecnológica y el ocio, que tiende a ser cada vez más barato... no sé qué cabida tienen en ese contexto las librerías», se pregunta Valverde. Claramente, el de los humanos que gustan de humanos. «Esa es la defensa que rige en nuestra generación. Que entre el maremágnum de libros que se publica, ejerzo de alguna manera de seleccionador y de lugar de encuentro», concede sin dejarse llevar por el pesimismo total. «Hay que lanzar un mensaje de esperanza, pero no la habrá si no vencemos al mayor enemigo, que es la falta de pulso político en favor de la lectura». Los planes de fomento a la lectura han desaparecido casi por completo. «Y las bibliotecas no funcionan por falta de fondos. Se utilizan para castigar a los niños cuando se portan mal. Y así, mal vamos», lamenta Valverde.

El Ayuntamiento, Amazon y las bibliotecas

Una queja unánime del sector tiene que ver con los pedidos de bibliotecas públicas. En el último del Ayuntamiento de Madrid, del otoño pasado, por valor de 3,5 millones de euros, los pliegos de condiciones excluían «de facto» a las librerías independientes de la ciudad, ya que se exigía unos criterios –de solvencia económica y otros– imposibles de cumplir por parte de un pequeño comercio. Las librerías independientes quedaron fuera de la mayor parte de los lotes. «Queremos pensar que ha sido por torpeza», dice el secretario del Gremio de Libreros sin querer cargar las tintas. Sin embargo, esta fuente de recursos vital para el sector ha ido a parar, como protestaron en su momento las librerías, a grandes compañías y distribuidoras, algunas de ellas de fuera de la comunidad de Madrid, precisamente de regiones, como la Xunta de Galicia o la Generalitat de Cataluña, donde no se deja concursar después a empresas madrileñas. Tampoco resultó del todo comprensible la actitud del consistorio, entregado a las fotos de Prensa tras implantación del almacén de Amazon, una compañía a la que algunos libreros acusan de no cumplir las normas del juego. «Creará empleos, claro. Pero a costa de cargarse el pequeño comercio», dicen voces del sector con incredulidad.