Papel
Prohibido pasar y no mirar
Señales de tráfico, fachadas, muros... los artistas urbanos han convertido La Latina, Lavapiés y Malasaña en un museo al aire libre donde exponen sus obras
MADRID- No existe ninguna ciudad en el mundo que no tenga, al menos, una pared decorada con un graffiti. Madrid cada día se parece más a un lienzo en el que los artistas callejeros plasman sus obras. Desde los pequeños rincones hasta las fachadas de los grandes edificios, cualquier lugar puede ser el soporte perfecto para el artista. Los barrios más céntricos de la capital, antiguamente habitados por personas mayores, hoy en día son la cuna de una corriente artística surgida hace unos años, en la que predominan los graffiteros y que se han convertido en las zonas de la ciudad donde más obras callejeras se exponen. No sólo los muros y fachadas son la elección de estos artistas, Yipiyipiyeah es una Plataforma de Arte Urbano en Madrid en la que los artistas pueden encontrar cualquier idea para una señal de tráfico: un pulpo que sale del final de una flecha de dirección, los Beatles cruzando en una señal de prohibido... El graffiti es una costumbre antiquísima que se ha ido internacionalizando desde que apareció. Son inscripciones espontáneas realizadas, generalmente, sobre propiedades públicas o privadas ajenas. En muchas partes del mundo este arte callejero es ilegal y en muchos casos no se llegan a terminar las pintadas en su totalidad. Estos graffitis pueden reconocerse como obras de arte, sin embargo hay que diferenciar esta técnica del vandalismo.
En LA RAZÓN hemos entrevistado a Joan Aguiló, un graffitero mallorquín que ha llegado a conquistar las calles de toda España con sus pintadas y a convertirlas en puntos de interés turísticos fotografiados todos los días por miles de personas que pasean por delante. Joan llegó al arte urbano por casualidad, «de repente empecé a ver todo un submundo dentro de la ciudad y no pude evitarlo. Es la forma de expresarme con la que me siento más cómodo». Empezó pintando en un taller desde el que intentaba representar el «carácter» de su realidad y al salir a la calle siguió mostrando su visión. Es un graffitero normalmente solitario, aunque afirma que le gusta hacer colaboraciones o proyectos en grupo, «debemos aprender los unos de los otros y crecer juntos y con más fuerza».
«Los motivos de mis trabajos suelen partir de experiencias personales», explica. Suele pintar personajes en sus labores cotidianas, personas mayores o niños que «transmiten sinceridad y cercanía», apunta. Las bases preferidas para este artista son el hierro, la madera, la tela, el papel o los muros, pero «cuanto más gastado y experiencia tenga el soporte, mejor», añade. «Cuando decido un espacio para una obra me gusta pensar en lo que va a ocurrir cuando alguien la encuentre. Me gusta crear un vínculo íntimo entre la pieza y el que la mira», añade, sin embargo, a pesar de tener algo de permisividad en su ciudad natal, ya que sus pintadas son «artísticas» y no «agresivas», Joan siempre tiene la sensación de trabajar intranquilo y con prisas. Cuando Joan tiene un encargo, afirma que si se siente cómodo con la «relación inversión-recompensa», sigue adelante. «Trabajar a disgusto acaba reflejándose en la calidad del resultado» afirma.
El arte urbano puede ser ilegal o legal, las diferencias son enormes y cada uno tiene sus ventajas y sus desventajas creando dos tipos de arte urbano muy distintos tanto para el artista como para el observador. Joan suele trabajar en colaboración con ayuntamientos, empresas, comercios o para particulares, «tengo la suerte de poder vivir de lo que me gusta» añadió. Del arte legal destaca «la tranquilidad y seguridad» a la hora de pintar y «el poder proponerse retos técnicos». Del arte ilegal le gusta «no tener limitaciones» y lo «efímero de la obra».
Los barrios de Lavapiés, Malasaña y la Latina son los preferidos para los grafiteros de la capital y de fuera. Richard O., un vecino de la zona de la calle de Fuencarral, lleva viendo esta corriente artística desde hace años, «me gustan los que tienen algún significado y, además, no molestan a nadie, al contrario, pero las pintadas de letras no tienen ningún valor», añadió. Teresa C., una madrileña de 25 años del barrio de Lavapiés, afirmó ayer a este diario que la zona cada vez está más habitada por jóvenes y la estética del barrio ha ido cambiando a lo largo de los años. Ella, como el resto de vecinos, está a favor del arte urbano que aporta un significado, del resto no. Ha visto a la policía actuar contra los graffiteros «que no aportan ninguna estética con sus obras», sin embargo, no es algo en lo que «centren su trabajo ya que cada vez hay más graffitis en la zona», añadió.
Augusto M., un sevillano de visita en Madrid, cree que los artistas deberían tener una «zona especial» y que si el dibujo es bueno, se les debería permitir hacer trabajos en edificios. «El graffiti ensucia, gastan su dinero a riesgo de su libertad. Esas pintadas con sus nombres son el egocentrismo de los grafiteros» añadió este turista refiriéndose a los bosquejos que conocemos de las firmas o las letras sin ningún significado.
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