ONG
Tras el chaleco del captador: «Nos tratan como a esclavos»
Trabajadores que recaudan fondos para diferentes ONG denuncian su situación laboral en una subcontrata y las represalias que, según ellos, toma la empresa si no llegan a un mínimo de socios.
Trabajadores que recaudan fondos para diferentes ONG denuncian su situación laboral en una subcontrata y las represalias que, según ellos, toma la empresa si no llegan a un mínimo de socios.
Son jóvenes, con ganas de comerse el mundo. La mayoría de ellos estudian, muchos son universitarios, y buscan un trabajo a media jornada con el que ganar su primer sueldo. Son conocidos como «captadores» de ONG que, con su apelación a la empatía, buscan conseguir nuevos socios para causas sociales. Sin embargo, después de años dedicados a esta profesión, algunos de ellos –aunque con miedo por si pierden su empleo– han decidido dar un paso al frente y explicar las condiciones en las que trabajan. «Nos tratan como a esclavos», asegura Eduardo (que prefiere que su verdadero nombre, y su rostro permanezcan ocultos).
Él, junto a Clara –también nombre ficticio–, quiere explicar cómo han sido sus más de siete años de trabajo en la empresa Wesser, «líder en captación de fondos», como explica en su página web. En España trabaja con organismos como Cruz Roja, Asociación Española Contra el Cáncer, WWF, Fundación Josep Carreras o la Fundación Española del Corazón.
La clave de la labor de estos jóvenes está en conseguir un número mínimo de socios, «ya que gran parte de nuestro sueldo está condicionado por ello», dice Clara. Tanto es así, «que a los que no alcanzan el mínimo les echan», denuncia Eduardo. «En los últimos años, las horas extra se han convertido en indispensables y por ellas no te pagan», añade.
Estos dos jóvenes son de los que empezaron a recorrer las principales calles de Madrid hace siete u ocho años, «cuando el trabajo aún era fácil y conseguir el mínimo de socios no era un problema», reconoce Clara. Es decir, durante las cuatro horas de trabajo que estaban en la calle conseguían, al finalizar la semana, que más de 30 personas se hicieran donantes de alguna de las ONG para las que pedían apoyo.
«Todo era sencillo por falta de competencia». Sin embargo, a partir de 2015, Preciados, Tribunal, Nuevos Ministerios... los principales puntos de captación dejaron de funcionar tan bien. «Los ciudadanos empezaron a saturarse y entraron nuevas empresas». Ya no eran los únicos que apelaban a la empatía de los viandantes. Y «doblar» se convirtió en lo habitual.
Doblar significa hacer otro turno de cuatro horas para conseguir el mínimo de socios exigido. Es decir, como explican estos dos jóvenes captadores, «la necesidad de alcanzar esa treintena de personas te obliga a alargar la jornada laboral de cuatro a ocho horas» porque «no puedes hacer menos de un turno completo. Si con dos horas extra consigues la cantidad que te faltaba no importa, porque los coordinadores exigen que siempre sean cuatro horas y, sin remunerar, claro», describe Eduardo.
En 2015, Wesser decidió subir el sueldo base cien euros. «Pasamos de cobrar 500 a 600 euros, pero nos redujeron los incentivos –el dinero extra que consiguen con cada socio que captan y que varía en función de la cuantía que éste decida aportar–». Además, en función de la ONG para la que trabajan, esta cifra difiere porque algunas organizaciones «están más ''quemadas'' que otras y es más difícil conseguir que la gente colabore». A eso añades un problema más: «Si se te cae un solo socio y no llegas al mínimo, pierdes todos los incentivos», asevera Eduardo.
Una vez el viandante aporta sus datos a uno de los trabajadores, días más tarde «alguno de nuestros compañeros le llama para confirmar su voluntad de ser socio y le pide sus datos bancarios. Es en ese momento en el que algunos cambian de opinión». Esta baja es la que puede determinar si se alcanzan o no los objetivos. «Tenemos los más altos de toda España, en otras ONG se exigen 20 al mes», argumentan. «Yo llegué a 110 en un mes, pero fue una excepción, era la época de las vacas gordas», dice Eduardo que ya no trabaja en la empresa. Fue despedido hace unos meses. No alcanzó el mínimo. «Si te mandan a un desierto... ¿cómo quieren que consigamos algo?». Clara, a su lado, asiente. «No valoran si llueve (pasa menos gente) o si estás en una zona muy trillada, para ellos sólo valen los números. No importa cómo lo consigas, pero tienes que alcanzar objetivos». Ellos sólo querían seguir en la empresa porque «nos dicen que somos una familia. Juegan con nuestros sentimientos, con nuestra juventud».
A partir de 2017 deciden exigir mejoras laborales. «Los captadores de Médicos sin Fronteras consiguieron mejorar su situación al ir a los tribunales» y vieron una puerta abierta. Y es que a muchos de ellos les hicieron responsables de equipo, «lo que significaba más trabajo y apenas unos céntimos más por cada socio que captamos. Los objetivos no bajaron, pero desde entonces debemos coordinar un equipo».
Sus continuas quejas llevaron a la empresa a «estudiar caso por caso y nos subió el sueldo a tres de los 15 jefes de equipo. De 600 pasamos a cobrar 800 euros de base», sostiene Clara. «Eso sí, si no alcanzas objetivos, ese mes no cobras ni 700 euros», añade. Más que un mejor sueldo base, «lo que queríamos es que nos bajaran las exigencias de captación de socios porque cada vez cuesta más». Así, en verano de 2018 decidieron montar un sindicato –«antes no había»– siguiendo el ejemplo de Médicos sin Fronteras y sumarse a un sindicato. «Conseguimos que en octubre de 2018 se afiliaran 35 de los 80 trabajadores de la empresa», dice Clara con orgullo. Mandaron un burofax para que la empresa tuviera conocimiento de ello, pero, según ellos, aún no les reconoce. «En el nuevo contrato no aparece que existe representación sindical».
Lo que denuncian estos captadores es que, en los últimos meses, Wesser ha ido prescindiendo de los trabajadores sindicados. «De los 35 que iniciaron la sección, sólo quedan cuatro». Es más, insisten en que en «dos semanas se produjeron siete despidos» y eso también produjo que muchos de los afiliados abandonaran la sección sindical y fue cuando iniciaron las manifestaciones. Un pequeño grupo de ellos se empezó a congregar en las sedes de algunas de las ONG para las que trabaja su empresa, pero, por el momento, no han servido de mucho, según sus organizadores. Ahora es el sindicato el que está ayudando a los trabajadores despedidos. «Estamos consiguiendo, en la mayoría de los casos, acuerdos de conciliación. Diez ya lo tienen, pero otros cuatro están en proceso judicial».
¿Por qué han decidido contar todo esto ahora? «Queremos que los viandantes que nos ven por la calle sepan que detrás de un chaleco hay personas que trabajan en condiciones precarias», explica Clara. «Queremos dejar clara una cosa: no somos voluntarios, sino trabajadores», añade Eduardo.
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